Revolución de Octubre, la gran desilusión

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Revolución de Octubre, la gran desilusión

En estos días se cumplen cien años de la revolución bolchevique, uno de los acontecimientos históricos más trascedentes del siglo XX, la instauración del socialismo. El sistema político que enterraría para siempre el capitalismo como único sistema social en el mundo.  La historia, que no miente, demostró que el experimento fue fallido. Desde la Perestroika, los líderes soviéticos tuvieron que aceptar abrirse a la economía de mercado y enterrar a sus intocados líderes. Lenin y Trosky, como principales hacedores de la revolución emancipadora de la clase obrera, se nos presentan ahora como dictadores que encerraron en campos de concentración a los disidentes que no comulgaban con sus dictados, prisiones inhumanas que Lenin empezó a construir apenas un año después del octubre glorioso, y que con Stalin se institucionalizaron en gulags o, simplemente el destierro en Siberia, a donde fueron a parar todos los que no aceptaban el nuevo orden social y que denunciaban los crímenes del Soviet. (De hecho, los anarquistas pedían a gritos que se instauraran los soviets. Estos más bien fueron “comisarios” a la orden de la KGB).

Ahora, mi generación que abrazaba aquellos discursos liberadores en los años sesentas del siglo pasado, renegamos de nuestros errores, y los más sinceros no escuchamos los discursos totalitarios que circulan actualmente, “si no estás conmigo vives en el error y te conviertes en cómplice de la derecha más atrasada”, dixit “el rayito de esperanza”. En otras palabras, AMLO convierte la rebeldía juvenil en sumisión a sus ideas y si no aceptas mis propuestas formas parte de la “mafia en el poder”.

Lenin decía en sus tiempos “son pequeñoburgueses que es necesario derrotar”, con el propósito de no desviar el destino manifiesto del “pueblo bueno” diría AMLO, claro el pueblo que vota a mano alzada en sus mítines mesiánicos.

En los discursos de los mesías siempre se distinguen los enemigos, los de hace cien años y los de ahora; son los que critican sus excesos retóricos, los que señalan sus complicidades con los que engañan y asaltan los recursos públicos, con enmascarados que hacen negocios con los mafiosos, pero sobre todo los que ponen en tela de duda sus sabias decisiones. Hace cien años eran los mencheviques, los anarquistas y los que añoraban el antiguo régimen, y por lo tanto contrarrevolucionarios. La historia nos ha demostrado que no existen caminos únicos, ni verdades absolutas y que a los disidentes es necesario escucharlos, algo tendrán de razón, y enmendar el camino si es requerido.

La del estribo

Los catalanes fueron a las urnas para exigir la independencia de su comunidad autonómica. Ya se veía venir desde la crisis española que mandó al desempleo a miles y empobreció a una antes orgullosa clase media. El problema fue que el ejercicio fue desaseado, las mayorías no fueron a votar por una única opción, “nada más hay de esta sopa” ¿quieres o no comes? La respuesta del gobierno español, si bien dentro de la legalidad, fue con un exceso de fuerza, que los catalanes y toda persona libre habrán de repudiar por mucho tiempo. La torpeza del gobierno español les sirvió en charola de plata los motivos para que los independentistas continúen con el discurso maniqueo. La represión no legitima nada, ¡Nunca! Ni termina con la confrontación, únicamente el análisis y el debate pueden mostrar los mejores caminos para los españoles. Ni las trampas del todo o nada, ni la pólvora para zanjar diferencias.


La querella infinita
Mario Valencia Hernández
mvalehe@yahoo.com.mx