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Remedios de la fe
En los primeros tiempos los remedios y la práctica médica formaban parte de una misma entidad, a veces bajo la dirección de chamanes, y en la mayoría de los casos sustentada por los curanderos —hombres y mujeres— que existían en todos los pueblo.
Es más, todavía en el mundo de hoy, muchas personas vinculan las curaciones, más que a la Medicina, a la religión y la fe.
Desde el siglo 9 las culturas de Oriente, incluyendo a China, Egipto e Irak, ya habían desarrollado un próspero comercio de remedios extraídos de las plantas y de sales minerales presentes en yacimientos naturales.
Fue este comercio el que propició que la venta de remedios se extendiera a Europa, donde los seguidores de la alquimia, una especie de ciencia en la que se incluía el ocultismo, trataron de mejorar y extender la producción de sustancias sanadoras.
Con el tiempo, la alquimia evolucionó hasta convertirse en lo que hoy conocemos como química. En este campo era común que los médicos prepararan y prescribieron sus propios medicamantos; pero quienes lo hacían con un criterio más comercial eran los alquimistas y los boticarios.
Sin embargo, la separación entre el boticario como fabricante y el médico como terapeuta, no obtuvo la aceptación general hasta bien avanzado el siglo 19.
Fue entonces cuando la industria de los remedios comenzó a surgir como entidad independiente, dedicada a fabricar las sustancias utilizadas en la Medicina.
El origen de los remedios
Al principio los boticarios, los químicos y los propietarios de herbolarias, trabajaban con plantas recogidas localmente o en otros continentes, de las que obtenían extractos para curar las enfermedades de ese entonces.
Entre los productos más destacados de esa época se encontraban el opio de Persia y la ipecacuana extraída de la corteza de la quina, un árbol de Sudamérica.
En este grupo se inscribe también el mentol que llegó a utilizarse —todavía se utiliza— mezclado con aceite de oliva y alcanfor, como ungüento para tratar una gran cantidad de dolencias.
El mentol es un producto cristalino obtenido del aceite de la hierbabuena, que se utiliza no sólo en farmacia, sino que por su característica refrescante también se ha empleado en la elaboración de pastas dentales, caramelos, cigarillos y espuma de afeitar.
El punto es que abundaban los productos que se adquirían de los comerciantes, y con los cuales los boticarios y químicos elaboraban extractos, tinturas, mezclas, lociones, pomadas, ungüentos y píldoras, que luego vendían en grandes cantidades tanto a los hospitales y a los médicos, como a todo aquel que se interesara en su comercialización.
Primeros sintéticos
En 1828 el químico alemán Friedrich Wöhler logró sintetizar la urea, un compuesto orgánico, a partir del simple calentamiento del cianato de amonio, un compuesto inorgánico. Antes de eso, la urea sólo se había conseguido aislar a partir de la orina humana.
Esta síntesis revolucionaria hizo que los químicos intentaran sintetizar otros compuestos orgánicos, y de esta manera se logró el primer fármaco sintético: la acetofenidina, comercializada en 1885 como analgésico por la empresa Bayer, de Alemania, que la vendió bajo la marca Pehnacetín (el paracetamol utilizado hoy como analgésico, se deriva de aquel viejo compuesto).
El segundo fármaco sintético importante, comercializado en 1897, fue también de Bayer; el ácido acetilsalicílico, que se vendió en todo el mundo con el nombre comercial de aspirina, uno de los remedios más eficaces para tratar los dolores reumáticos. A partir de esos primeros comienzos, Bayer creció hasta convertirse en la gigantesca empresa que es en a actualidad.
Una industria creciente
En el siglo 20, la elaboración de miles de nuevos fármacos desarrollados por laboratorios de investigación creó una verdadera revolución en la práctica de la Medicina.
De esta manera —y a partir de entonces—, la industria farmacéutica, los médicos y la idiosincrasia de la gente, se confabularon para fortalecer el uso —y con frecuencia el abuso— de los medicamentos.
Actualmente es difícil encontrar un hogar donde no haya un bien surtido botiquín. Las nuevas generaciones han nacido en contacto con esas sustancias, apoyadas por padres que usan los fármacos como si se tratara de caramelos. Es un asunto complejo, ya que el problema no ha sido el fármaco en sí, sino quien o quienes lo convierten en un artículo de uso común.
De hecho, en todas las culturas la sociedad cree en el consumo de las píldoras, como si se tratase de un producto mágico n para solucionar los problemas de la salud cotidiana.
Barbitúricos y sedantes
Los barbitúricos fueron los fármacos que popularizaron la industria de los medicamentos (se les llama barbitúricos a una familia de fármacos derivados del ácido del mismo nombre, que actúan como sedantes del sistema nervioso central).
De hecho, en 1887 se comenzaron a observar los primeros cuadros de dependencia vinculados a los barbitúricos y a sustancias como el diazepam (el famoso Valium) y la metacualona.
Precisamente del diazepam se obtendrían más tarde las benzodiazepinas que derivaron en sustancias de uso común entre los jóvenes (lo veremos más adelante).
En pequeñas dosis esos productos fueron usados como ansiolíticos, es decir, como fármacos para mitigar la ansiedad, la angustia y la intranquilidad. Pero en grandes dosis, sus efectos resultan embriagadores, similares a los que sule producir el alcohol.
La síntesis del primer barbitúrico se llevó a cabo en 1863, habiendo en la actualidad más de 2 mil 500 derivados de esta sustancia.
El barbital o dietil-barbitúrico se conocía desde entonces, pero tuvo una gran difusión después de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de sustancias que provocan dependencia física y psíquica, así como tendencia a aumentar el consumo, por el alto grado de tolerancia que poseen.
Benzodiazepinas
El cerebro regula normalmente las emociones, pero para las personas con una base neurótica, las emociones pueden desbordarse dando paso a sensaciones de angustia incontrolables.
Este problema fue resuelto por las benzodiazepinas, con las cuales se aminora e incluso se anulan los estados der angustia, a la vez que inducen una placentera sensación de bienestar.
Estas sustancias provocan, como otras drogas, el fenómeno de la tolerancia y en especial la ‘tolerancia cruzada’, que es un efecto por el cual un consumidor de varias drogas se hace tolerante a otras, aunque no haya tenido con ellas ningún encuentro previo.
De esta forma un sujeto que ha sido tratado con barbitúricos puede volverse tolerante al mismo, necesitando tomar cada vez más cantidad para obtener la misma sensación.
Y ese mismo individuo precisará de mayores dosis de benzodiazepinas que las que habría necesitado si nunca se hubiese hecho tolerante a ese barbitúrico.
En medio de esta revolución de nuevos productos surgió el flunitrazepam, una benzodiazepina que se usa en el tratamiento a corto plazo del insomnio, ya que actúa no sólo como un sedante hipnótico sino como un preanestésico.
El flunitrazepam tiene efectos fisiológicos similares al diazepam (Valium), pero el flunitrazepam es 10 veces más potente. Este fármaco es producido y vendido legalmente en Europa y América Latina bajo prescripción y control médico, pero en Estados Unidos su comercialización y consumo son ilegales.
De fármacos a drogas
El auge de los fármacos dio paso al uso de sustancias como la cocaína, que pronto se volvieron populares fuera de la práctica médica, razón por la cual se convirtieron en las llamadas ‘drogas ilegales’.
De ahí fue que surgieron los adictos a sustancias como el flunitrazepam, que se consume por vía oral, frecuentemente junto con alcohol y otras drogas.
Esta sustancia es usada por muchos adictos a las llamadas ‘drogas duras’, para aliviar los síntomas de abstinencia.
Es así como la entonces naciente industria de los fármacos, aunada a los hábitos de consumo de medicamentos, que se generó dentro de la sociedad moderna, derivó en el consumo de sustancias prohibidas. (Redacción Vanguardia)