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Reliquias religiosas: un extraño negocio
Por: MATTIA FERRARESI
Por poco más de dos mil dólares es posible comprar un pequeño estuche plateado con cabello de la Virgen María, una reliquia venerada por los creyentes católicos. Con unos cientos de dólares más se puede obtener un relicario sellado con cera que contiene fragmentos de las vestiduras de San Pedro y San Pablo, junto con un registro amarillento, escrito a mano en latín, que supuestamente da fe de la autenticidad de la reliquia.
Con una inversión más considerable, 16 mil 750 dólares, uno puede hacerse de un austero relicario con varias divisiones que contiene cincuenta de “las reliquias más importantes del cristianismo”, que incluye los restos de santos de primera categoría como San Juan Bautista y San Benito. Sin embargo, los devotos con un mayor presupuesto pueden encontrar con facilidadrestos de la Santa Cruz bañada en la sangre de Cristo, clavos de apariencia antigua que contienen limaduras de hierro de los clavos usados en la crucifixión, vestiduras de mártires, solideos que usaron los papas y los efectos personales de venerados místicos.
La mayoría de las reliquias en venta en línea son basura falsificada. Muchas de ellas incluso se ven falsas en las fotografías. Los anuncios están diseñados con cuidado ya sea para atraer a creyentes incautos o entusiasmar a coleccionistas excéntricos. El negocio entero huele a estafa. “La venta es definitiva, sin devoluciones, debido a la sacralidad del objeto”, advierte un vendedor en línea, haciendo alusión a un peculiar sistema moral en el cual la venta de artículos sagrados no representa ningún problema, pero devolverlos se considera un sacrilegio, por alguna razón.
En años recientes, el negocio de las reliquias ha prosperado. Un artículo publicado en el periódico italiano La Stampa en febrero documentó el aumento en el comercio de artículos sagrados, una tendencia que confirmaron los funcionarios del Vaticano. El fenómeno también está motivado en parte por los robos a altares de iglesias en una Europa que se seculariza con rapidez; según la policía italiana, en promedio, desde 2010, se han robado más de 300 reliquias al año en el país y el número de robos se ha disparado en los últimos tres años. Los compradores de Filipinas y Brasil encabezan la lista de países donde hay un gran interés por comprar reliquias, pero no son los únicos.
“El comercio de artículos religiosos, a menudo de origen dudoso, está ampliamente difundido en el mundo occidental y no se limita al sur mundial”, comentó Massimo Introvigne, sociólogo de Religión y director del Centro de Estudios sobre Nuevas Religiones, una cadena internacional de organizaciones centradas en el fenómeno religioso emergente. “En cierto sentido, lo que hemos estado viendo hoy es el regreso en la era digital de una vieja práctica que alcanzó una escala considerable a principios del siglo XX en Europa”.
En 2017, la Congregación para las Causas de los Santos del Vaticano emitió un decreto que refuerza la prohibición del comercio de reliquias vigente desde hace mucho tiempo. “El comercio (es decir, el intercambio de una reliquia por otra cosa o por dinero) y la venta de reliquias (es decir, la cesión de la propiedad de una reliquia por un precio correspondiente), así como su exhibición en lugares profanos o no autorizados, queda absolutamente prohibida”, versa el artículo 25 del documento, que proporciona directrices morales para los católicos, pero que no es vinculante jurídicamente fuera de la pequeña ciudad Estado.
El mercado para este tipo de artículos no se limita al cristianismo. Los monjes budistas combaten en varios países el robo de artefactos sagrados, y en los últimos diez años las autoridades de Tailandia implementaron medidas más estrictas para proteger los templos de los turistas y los contrabandistas. El contrabando ilegal deídolos hindúes también está en boga.
La creciente demanda de artículos cuyo valor fundamental es devocional más que material es difícil de conciliar con la narrativa clásica de la secularización del mundo moderno, resumida por Max Weber hace alrededor de un siglo: “El destino de nuestra época está caracterizado por la racionalización, por la intelectualización y sobre todo por el ‘desencanto del mundo’”. La principal característica de la visión de Weber fue su irreversibilidad, pero un mundo inevitablemente racionalizado e intelectualizado no debería tener mucho interés en venerar los espeluznantes restos de los santos medievales, ya sean falsos o no.
La exhumación digital del negocio milenario de las reliquias puede parecer más acorde con la teoría de la “desecularización” del mundo moderno, iniciada a finales de los años noventa por el sociólogo austriaco-estadounidense Peter L. Berger. Según este sociólogo, el mundo contemporáneo es “tan fervientemente religioso como siempre.”
El profesor Berger aplicaba su hipótesis de manera universal, pero también citaba el crecimiento demográfico más rápido en el sur religioso mundial como evidencia de una tendencia que se aceleraba en ciertas regiones del mundo y, de hecho, para el año 2050, un estudio del Centro de Investigaciones Pew proyectó que los que no tienen ninguna afiliación religiosa disminuirán de manera considerable como porción de la población total del planeta. Sin embargo, resulta difícil pensar en un mundo de fervor religioso con lascrisis vigentes desde hace décadas de las religiones organizadas, en especial en el Occidente.
Tanto la teoría de la secularización tan ampliamente aceptada como la más reciente de la desecularización se han sustentado con numerosas evidencias, pero ninguna de ellas captura en su totalidad la extraña mezcla de fervor religioso y tendencias racionalistas que parece caracterizar al mundo contemporáneo.
Tal vez podamos establecer una narrativa distinta. En esta historia, los impulsos religiosos no solo desaparecen con la modernidad, para ser remplazados por completo por las fuerzas secularizantes de la racionalidad liberal. Más bien, quizá se hundieron miles de kilómetros debajo de nuestra conciencia colectiva y esperaron ahí, latentes, solo para resurgir con mayor frecuencia de la que podríamos pensar, en formas poco convencionales.
“Estamos apenas en los albores de una nueva era de búsqueda religiosa, cuyo resultado nadie puede predecir”, escribió el filósofo canadiense Charles Taylor al final de su monumental libro de 2007 “A Secular Age”, en el cual intentó trazar un camino alternativo al enfrentamiento binario entre la creencia y el escepticismo.
El fragmentado paisaje religioso contemporáneo en Occidente, al menos, parece estar bastante a tono con las observaciones de Taylor. Aunque las religiones organizadas disminuyen, la religiosidad está en pleno auge.
En 2019, la cantidad de estadounidenses que se consideraban no religiosos fue, por primera vez, más grande que los que se consideraban católicos y evangelistas. Sin embargo, esta tendencia que se ha venido gestando desde hace tiempo coexiste con el impresionante aumento de formas alternativas de devoción —desde la wicca y la astrología hasta la atención plena y el ciclo del alma— en una asombrosa búsqueda metafísica de significado a través de combinaciones que se adaptan en todo momento de antiguas escrituras y rituales posmodernos.
J. Gordon Melton, un destacado experto en nuevos movimientos religiosos, observó en 2006 que cada año surgían en promedio entre40 y 45 grupos religiosos nuevos y muchos académicos han señalado que varios aspectos de esta religiosidad menos convencional han permeado en la cultura secular dominante. Por ejemplo, Introvigne y el Centro de Estudios sobre las Nuevas Religiones se han hecho de una reputación de defender movimientos como la cienciología, a menudo vistos por el resto del mundo como cultos, ya que los consideran expresiones religiosas válidas. La autora Tara Isabella Burton hizo de la ambigua interacción entre los impulsos religiosos y la vida hipermoderna supuestamente racionalista el tema de su próximo libro, acertadamente titulado “Strange Rites: New Religions for a Godless World”.
El resurgimiento del negocio de las reliquias y los artículos investidos de algún significado sagrado es solo un pequeño rastro del anhelo contemporáneo por lo trascendente. Se trata de una necesidad desquiciada, que se traduce en una práctica muy cuestionable, que en realidad es particularmente ofensiva para los creyentes. Aun así, debe tenérsele en cuenta por lo que revela sobre los impulsos religiosos que aún habitan en nuestro jardín desencantado. ©The New York Times Company