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Relatos y Retratos de Saltillo: Panteones, el espacio de descanso perpetuo
Para muchos los panteones despiertan sentimientos encontrados; en algunos producen sensaciones de dolor, reflexión, tristeza; en otros miedo o desasosiego, lo cierto es que estos recintos provocan fuertes emociones, aun para los más impasibles.
El exacerbado culto hacia la muerte nos viene en parte de los aztecas y sin duda de otras culturas de Mesoamérica. Los singulares y propios ritos hacia la muerte, son ya rasgos distintivos de la cultura mexicana.
Todos querían un lugar cerca de Dios; cuando los ibéricos arribaron a estas tierras, la costumbre cristiana era sepultar a los muertos cerca de las iglesias, esta práctica se llevó a cabo mucho después de la consumación de la Independencia, contraviniendo las disposiciones de gobiernos.
Sin mucho orden, los entierros se disponían en los atrios e inmediaciones de los templos religiosos, es muy probable que inadvertidamente hayamos caminado por encima de cientos de tumbas, cubiertas ya por estratos de piso, cuando visitamos antiguos templos.
Las inhumaciones estaban a cargo de la Iglesia; se realizaban en los patios traseros de casas, huertas y en el mejor de los casos fuera de la población, pero la férrea costumbre dictaba hacerlo cerca de las iglesias.
El templo San Esteban inició su construcción en los últimos años del siglo 16, la capilla del Santo Cristo fue levantada en la primera década del siglo 17, la iglesia de San Francisco, a mediados del siglo 18, siendo los alrededores los primeros campos santos de la ciudad.
Por razones sanitarias, el 11 de mayo de 1825 el Gobierno de Coahuila y Texas prohibió los entierros en las iglesias y cementerios eclesiásticos, mucho tiempo después la autoridad designó un terreno en las afueras de la ciudad, para que operase un cementerio.
Por documentación que obra en el Archivo Municipal de Saltillo, se presume que fue el primer cementerio formal de la ciudad; se le llamó de Santiago y estaba en la calle del Campo Santo, hoy calle de Juárez, Matamoros y Ateneo.
Por el mismo rumbo existió otro campo mortuorio, muy cerca del Molino de Belén.
Los mapas de Saltillo del siglo 19, dan referencia de los diferentes cementerios; en el antiguo pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala se encontraba la Plaza de las Cruces, lugar que funcionó como cementerio tlaxcalteca, atrás del templo de San Esteban, en la cuadra de Victoria, Allende, Morelos y Juárez, donde tiempo después operó El Parían, luego el Banco de Coahuila.
En los sesenta del siglo 19 abrió el panteón de San Esteban, donde inicia la calle de Lerdo de Tejada, en el barrio del Cerro del Pueblo. Es posible que ahí haya sido el lugar donde descansaran los difuntos del pueblo tlaxcalteca.
El antiguo panteón de Santiago, calle de Juárez, se saturó. Prácticamente estaba rodeado de casas por el acelerado crecimiento de la ciudad y contribuyó también las múltiples epidemias y enfermedades que hicieron que no hubiera lugar para enterrar más muertos.
Antes de finalizar el siglo 19 se cerró el antiguo panteón de Santiago, la mayoría de los inquilinos fueron trasladados a un nuevo cementerio al que también se le llamó Santiago, abierto en la década de 1880, situado por el camino a Parras, muy cerca del Cerro del Pueblo.
Otro lugar de la ciudad que sirvió de descanso para los difuntos, fue la parte sur del terreno que hoy ocupa la Alameda Zaragoza, justo donde topa la calle de Salazar, antes llamada calle de los Tejocotes.
Desde no hace mucho tiempo las cosas han venido cambiando con respecto a los cementerios, hoy la gente prefiere incinerar a sus deudos que enterrarlos y esparcir sus cenizas.
Hace unos días, debido a la pandemia las autoridades decretaron el cierre de los panteones el Día de Muertos, no hubo flores, mariachis, ni rezos; este año la celebración católica del Día de los Fieles Difuntos y Todos los Santos, los panteones lucieron muertos.