Regreso a clases presenciales, ¿por qué la prisa?

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Regreso a clases presenciales, ¿por qué la prisa?

Ayer inició en Coahuila el proceso de vacunación a los trabajadores de la educación, una tarea que se prevé concluir en pocos días, al menos en lo que hace a la primera dosis del biológico. A partir de ello, el Gobierno de Coahuila ha anunciado que en una semana se iniciará la planeación para el regreso a clases presenciales.

No hay duda de que todos deseamos volver cuanto antes a la normalidad posible, es decir, a retomar las actividades cotidianas en la forma en la cual las realizábamos hace poco más de un año, cuando la pandemia provocada por el coronavirus SARS-CoV-2 modificó nuestras vidas por completo.

En este sentido, una de las actividades sobre las que más se ha discutido es el regreso a clases presenciales. No es solamente el hecho de que quienes se dedican a la educación, o los alumnos, puedan volver a las aulas, sino las múltiples consecuencias –positivas en gran medida– que ello implica, de forma destacada la socialización.

Cabe preguntarse, sin embargo, si para retomar el sistema presencial de clases basta con que los trabajadores de la educación hayan sido vacunados en su totalidad. Y cabe preguntárselo, sobre todo, para el caso de las escuelas de nivel básico que son aquellas a las que asiste el mayor número de estudiantes.

Es importante recordar en este sentido, que los estudiantes de primaria y secundaria, por regla general, menores de 16 años, no solamente no forman parte de la población vacunada, sino que ni siquiera están contemplados para dicho proceso porque ninguna de las vacunas actualmente disponibles en el mundo han sido probadas en ese grupo de edad.

Es cierto que las estadísticas muestran que los menores de edad son muy poco susceptibles al desarrollo de síntomas graves de COVID-19, pero no es menos cierto que sí se contagian del virus –igual que cualquier persona– y por ende pueden convertirse en portadores del mismo.

En otras palabras, esto implica que el regreso a clases presenciales puede constituir un riesgo para los padres de los niños que no han sido vacunados y que, en el caso de los alumnos de nivel básico son esencialmente el 100 por ciento del universo, porque hasta ahora solamente se ha vacunado a los adultos mayores de 60 años.

Está muy bien que se proteja a los trabajadores de salud –igual que está bien que se proteja a los trabajadores de cualquier profesión–, sin embargo, habría que ser cautos antes de considerar que el solo hecho de vacunarles a ellos es suficiente para considerar que las escuelas han sido convertidas en “lugares seguros” que no servirían de focos de propagación del virus.

Lo anterior es particularmente cierto en el caso de las escuelas públicas de alta población estudiantil donde no existe la capacidad material para garantizar que se observen las medidas de prevención necesarias para evitar contagios.

Por ello es preciso cuestionar cuál es la prisa por reabrir las escuelas justo en este momento, cuando nos encontramos cerca de concluir el ciclo escolar y la prudencia aconseja más bien esperar hasta agosto próximo cuando, con suerte, la población a la que podría ponerse en riesgo con esta medida, tiene más posibilidades de haber recibido la vacuna.