Reflexión, a dos años del inicio al cambio

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Reflexión, a dos años del inicio al cambio

En mi artículo de Enlace del 13 de julio de 2018 escribí: “el pueblo de México habló y se manifestó, apostándole al cambio. Lo que vivimos fue una elección de terciopelo, una transición atípica de un alto sentido revolucionario democrático. Los ciudadanos nos volcamos a las urnas para manifestar –de manera civilizada–, el hartazgo sobre la manera en que se han hecho las cosas en este País. Fue una gran catarsis, donde el pueblo sacó su enojo y angustia buscando un cambio. Ahora hay que trabajar para que esto se haga realidad y no sean ignorados los clamores y necesidades de un pueblo con una sociedad desintegrada, desorientada y desmoralizada; y actuar de manera organizada, reconstruyendo el tejido social. Debemos rescatar lo mejor de nuestro pasado y de nuestros valores (éticos, morales y cívicos), creencias, respeto, confianza, disciplina, responsabilidad y solidaridad.

“Ahora se requiere ejercer la deconstrucción como un movimiento dinámico de transformación social y cultural, liberándonos de la hegemonía de poder, subordinando a las estructuras del pensamiento pripancentristra hasta moldear y articular, incluso, a todo el sistema cultural que, a su vez, constituye la matriz sobre la que se estructura el tejido social que origine una contracultura moderna, que utilice los medios tecnológicos para comunicarse, pero también para fortalecerse. Una comunidad en la que se desarrollen nuevos paradigmas, para que vivamos en armonía respetando todas las formas y estilos de vida, dejando atrás la explotación ilimitada, la acumulación de riqueza o considerar al hombre como el lobo del hombre.

“Para eso, se requiere cobrar conciencia de las circunstancias, logrando el empoderamiento de la sociedad civil haciendo a un lado lo que hemos perdido como: falta de valores, vacío de ideas, pérdida del sentido de pertenencia y de participación colectiva. El tejido social tendrá que construirse a partir del esfuerzo multiplicador, con la esperanza de que si trabajamos con disciplina e imaginación podremos construir nuevas formas de organización política y social. La violencia estructural está presente en la explotación, la pobreza, la miseria, el daño físico y psicológico que resulta de los sistemas de explotación e injusticia social, política y económica. Ahora nos toca a todos buscar esa reconciliación, que tanta falta nos hace, y exigir el cumplimiento del estado de derecho y apego a las leyes. Por eso tenemos que actuar unidos, para lograr el desmantelamiento de lo que reste del neoliberalismo. Juntos lo podemos lograr. Es ahora o nunca”.

Con errores y aciertos vamos en la búsqueda del pasado “de un pueblo glorioso que fue conquistado, violado y engañado por la Madre Patria somos el choque cultural del México Prehispánico con la modernidad, el indígena dominado por el Blanco, esto es México, un País que a pesar de ser independiente lleva a cuestas un mundo aparte, un mundo de terror y lucha, que despierta y pide a gritos seguridad, justicia, una nación que exige igualdad, esto es México, nosotros” (Octavio Paz).

Lo cierto es que nuestro País se encuentra en una profunda crisis de identidad y pérdida de valores. Y esta confusión tiene una raíz que se origina desde la Conquista, las invasiones extranjeras, pero sobre todo del profundo flagelo de la actual imagen del mexicano: “tranza, flojo, conformista y abusivo”.

Durante cinco siglos estuvimos engañados con el mítico “Árbol de la Noche triste”, llamado así por la derrota sufrida el 30 de junio de 1520 por los soldados españoles de Hernán Cortés y sus aliados a manos del ejército mexica. En realidad, para los mexicanos tal derrota fue una victoria. Al cumplirse el quinto centenario de la fecha mencionada, las autoridades de la Ciudad de México colocaron una placa en el área que ocupa el mencionado árbol, reconociendo la fortaleza, el valor y la pujanza del pueblo mexicano y renombrando al Árbol como de la “Noche Victoriosa”.

Ahora, la 4T pretende despertar a México para luchar en contra de la desigualdad, de la corrupción y de prerrogativas de quienes se enriquecieron a la sombra del poder y acumularon fortunas personales. Fueron años de subsidios injustificados a la gasolina, años de descontrol del gasto público, de robar ufanándose del estilo de hacerlo. Todo esto ha sido indignante para el pueblo mexicano.

Siempre estuvimos engañados por los presidentes en turno y quienes los acompañaban en su equipo. Pero más grave aún fueron los crímenes de lesa humanidad ignorados por el Estado. Hoy queda claro que existía contubernio entre el crimen organizado y Felipe Calderón. La sensación de injusticia profunda, de agravio permanente, estaba en el corazón de todos los mexicanos.

No obstante los esfuerzos en marcha por desmantelar el pasado reciente y las pruebas fehacientes de avance hacia un mejor país, hay quienes viendo no ven, no se dan cuenta de la realidad en que viven; saben de la tragedia histórica y voltean hacia otro lado, llegando a un punto en que la dignidad deja de ser importante y lanzan discursos de odio.

Sigamos adelante, ignoremos los vituperios y descalificaciones y continuemos por la difícil, pero necesaria, ruta del rescate del País para llegar a buen puerto.