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ESMIRNA BARRERA
En una lejana costa dos pescadores echaban sus redes desde sus respectivos botes. De pronto uno de ellos sacó una hermosísima sirena

Los recién casados llegaron de la luna de miel a su nidito de amor, el departamento donde vivirían. La novia tomó de la mano a su maridito y lo condujo a la sala, después a la cocina y finalmente a la recámara. Le dijo luego: “Escoge uno de esos tres lugares. Sólo en uno de ellos me esforzaré en ser buena”. (Nota: Las estadísticas muestran que de los 20 a los 40 años los hombres escogen la recámara; de los 40 a los 60 la cocina, y de los 60 en adelante la sala)… Empédocles Etílez, beodo cotidiano, le comentó a Astatrasio Garrajarra, su compañero de parrandas: “Ando credo”. Inquirió el otro: “¿Qué es ‘credo’?”. Explicó Etílez: “Es un estado intermedio entre crudo y –edo”… La hija del duque Sopanela le dijo: “¿Verdad, padre, que el honor de nuestra familia ha pasado de generación en generación?”.  “Así es, hija mía –confirmó el duque, solemne–. De una generación a otra ha ido pasando nuestra honra”. Le informó la muchacha: “Pues en esta generación se detuvo anoche”… Babalucas y su novia tenían ciertos desacuerdos. Sugirió ella: “Debemos ventilar nuestras diferencias, Baba”. Preguntó el tonto roque: “¿Me estás proponiendo que ingresemos a un club nudista?”… Pepito le mostró a su abuelo una cierta sustancia que había producido en su juego de química, sustancia a cuyo toque se endurecían los objetos blandos. El provecto señor le indicó al niño: “Haré hoy por la noche una prueba con esto, hijo. Si funciona seremos millonarios”… La esposa de don Chinguetas se dirigió a él en términos aspérrimos. Le dijo hecha una furia: “El marido de la vecina le contó, y ella me lo contó a mí, que anoche te gastaste 10 mil pesos en una pelada, en una furcia, en una maturranga”. “¿En ella me gasté ese dinero? –exultó el tarambana–. ¡Bendita sea toda la corte celestial! ¡Yo creí que se me había perdido!”… Un insolente ebrio se plantó en medio de la profusa clientela del Bar Ahúnda, levantó en alto un grueso fajo de billetes y gritó pugnaz y pendenciero al tiempo que hacía un ademán que abarcaba a la totalidad de los presentes: “¡Con lo que traigo puedo comprar a toda esta bola de cabrones!”. Se paró de su mesa un toroso parroquiano, levantó por las solapas al bravero y le dijo en su cara, amenazante: “Yo no soy ningún cabrón”. Replicó el pelafustán: “Entonces a ti no te compro”… En el lecho conyugal don Frustracio habló con su esposa, doña Frigidia: “Me casé contigo para toda la vida, pero debes mostrar alguna”… Gimoteó un borrachín ante el agente de la autoridad: “Me robaron mi auto. Y eso que le tenía la llave puesta”. “Buscaremos su coche –manifestó el oficial–. Pero ahora abróchese la bragueta. La trae completamente abierta”. “¡Cielo santo! –clamó con desesperación el azumbrado–. ¡También me robaron a mi novia!”… Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, le dijo con magnánimo gesto a la mucama de la casa: “Te regalo este negligé, Taisia. Anoche me lo puse y no le gustó nada a mi marido”. “Se lo agradezco mucho, señora –replicó la fámula–, pero yo me lo puse la otra noche y tampoco le gustó”… El que sigue es un chascarrillo de ésos que los franceses llaman “risque”, los ingleses “blue”, los españoles “verdes” y nosotros los mexicanos “colorados”. Quienes no gusten de esa clase de historietas deben saltarse en la lectura hasta donde dice FIN… En una lejana costa dos pescadores echaban sus redes desde sus respectivos botes. De pronto uno de ellos sacó una hermosísima sirena. Inmediatamente la devolvió al mar. Preguntó el otro, asombrado: “¿Per qué?”. Respondió el pescador, lacónico: “¿Per dónde?”. (No le entendí)… FIN