Recuerdos y reflexiones de la Anáhuac

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Recuerdos y reflexiones de la Anáhuac

He visto y leído con mucho interés todo lo que ha suscitado el video del Instituto Cumbres. Como muchos y muchas (no “algunos”, como dijo el comunicado de disculpa de la escuela) me ha indignado la forma en que estos jóvenes retratan a la mujer… pero no me sorprende. 

Confieso: estudié en la Anáhuac. Sí, en esa donde acaba de estar el presidente Enrique Peña Nieto y donde fue recibido como un héroe reformador. A donde entran muchos jóvenes que estudiaron antes en el Cumbres o en otras escuelas de privilegio. 

Me hizo recordar algunas conversaciones y anécdotas de cuando estudié allá, de 1990 a 1994. 

Un compañero, preocupadísimo por la crisis del “error de diciembre” de 1994 opinó que era muy grave lo que le había sucedido a los grandes empresarios. Dijo: “¡Son los que más han perdido!”, sin contemplar que había familias enteras que si bien habían perdido “menos”, habían perdido todo. 

O la chava que, en clase de filosofía, hizo una tarea que la retrató. Nos habían propuesto que redactáramos nuestro epitafio y el de ella fue: “Fulanita de Tal de Apellido-Famoso-y-Rico”. No voy a balconear su nombre; sólo diré que lo logró. 

Una vez en clase de sociología, la maestra batallaba para que toda la clase consiguiera un libro que sólo estaba en Gandhi. Una joven insistía que no sabía llegar ahí. La maestra, desesperada, le dijo, entonces: “Hazme un favor. Ve más allá de la Fuente de Petróleos y dime qué hay”. Esa misma profesora nos hizo leer el libro debut de Guadalupe Loaeza, “Las Niñas Bien”. Fue interesante. 

El profesor de fotografía nos mandó a sacar fotos del Metro, que llamó irónicamente “la limousina naranja”. Muchos de mis compañeros estaban preocupados, aunque conocían bien el sistema de París o Londres. 

Otro profesor de foto estaba encantado con las diapositivas que hacía otra compañera. Sí, eran buenísimas: había contratado a un fotógrafo profesional para hacérselas. Lo sabíamos todos; a pocos nos parecía mal, incluso entre aquellos que sabían, como yo, del esfuerzo que hacían nuestras familias para pagar la colegiatura y que era mucho menos que lo que esa joven pagaba a alguien por hacer su tarea. 

“No es tanto lo que aprendes aquí, sino a quién conoces”, algún día comentó otro compañero. 

No digo que todos hayan sido así, no quiero ser injusta. Tampoco ponerme en una posición “intelectualmente superior”, como ayer decía Genaro Lozano acusando hipocresía en un texto que recomiendo. La exigencia variaba de carrera a carrera. Recuerdo tener profesores dedicados y compañeros que deseaban aprender. No siempre el desdén dependía del grado de riqueza del estudiante. Una de mis compañeras fue Soumaya Slim, de quien sólo tengo buenos recuerdos, era una joven sencilla y ocupada en sus estudios. 

Sólo quiero decir que no era tan extraño que situaciones así se dieran y pasaran sin gran crítica. 

Así también puedo entender —no justificar— que Paulina Peña —ahora estudiante también en la Anáhuac— haya hecho, molesta, sin pensarlo, un RT donde calificaba a los críticos de su padre como “prole” en el caso de la Feria Internacional del Libro. 

Pertenece a una clase/casta en mucho superficial, con excepciones, por supuesto, en donde leer libros por gusto puede ser una extrañeza. 

Donde algunas de las mujeres que ahí estudian crecieron con la idea (y con el ejemplo, que ojalá a estas alturas haya cambiado) de que su trabajo consistirá en ser madres, esposas y lucir guapísimas. 

He escuchado de sus bocas muchas veces que toda crítica viene de una envidia que tienen las clases menos favorecidas hacia ellos, que pertenecen a familias que han “triunfado”. 

Así se vive en ese pequeño mundo; esa es la justificación. Así fue también cuando comenzaron a surgir los primeros testimonios contra Marcial Maciel. 

Aunque lo anterior parece de caricatura, no lo es. 

Parte de este 1% de la población, incluyendo sus padres, siguen pensando que vivir en un mundo de ese tamaño (con esos estereotipos dañinos e irreales, tan alejados de la realidad de la gran mayoría de México) no es un problema. 

Son el reflejo de lo que han vivido (y de igual manera de lo que no han vivido) en sus casas. 

Es una tragedia si tomamos en cuenta que pueden ser nuestros próximos gobernantes o grandes empresarios; o que hoy ya son los hijos de los anteriores, quienes no ven nada malo en el video de graduación de sus vástagos. “Es una broma, una exageración”, aseguran. 

Eso es lo más grave. 

La confesión la hace el propio Cuauhtémoc Gutiérrez De la Torre: 

—Estoy meditando (si sigo en el PRI o no) el asunto de la afectación sicológica ha sido muy fuerte. Yo quiero al PRI, podré cuestionar liderazgos, pero yo creo que mi etapa como político ha llegado a su fin. 

Lo hace a un año de que Carmen Aristegui difundió la investigación (que sigue su curso) en la cual, presuntamente encabezaba una red de trata de personas dentro de la sede del PRI capitalino. 

Se queja de la forma en que ahora los medios de comunicación hacen su chamba, que está molesto con algunos de ellos: 

—…Ya no hacen periodismo. Ya parece que nada más van al tendedero de las redes sociales y quitan alfileres a las notas que publica un medio y la hacen como suya en lugar de investigarla. 

Ah, y también se refiere en especial a María de los Ángeles Moreno, actual asambleísta del PRI y exlíder nacional de ese partido, quien dice le tiene odio. Forma parte de los detractores, asegura, “que me quisieran ver no sólo con este tipo de enfermedades (cáncer de próstata, detectado hace tres meses), sino muerto”.