Recuerdos de Semana Santa
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Recuerdos de Semana Santa
La Semana Santa conduce al recuerdo de las vacaciones y éstas a la salida al campo (al rancho, se decía antaño). La memoria nos trae cosas idas, olvidadas aunque no tanto, y, en general, agradables. La infancia con sus juegos, la fogata, andar descalzos, comer frutas verdes, elotes asados… Los juegos eran muy de ahí porque no los hacíamos en la ciudad. Pongo de ejemplo cantos acompañados de baile o simples movimientos que se han perdido ahora. Nos dividíamos en dos grupos que dialogábamos: “Venimos, venimos de Veracruz. ¿Qué señas traen? Las mismas de siempre…”
Esa cantilena la evoco ahora y a mi edad le encuentro interpretaciones que no sospechó el niño que las cantaba. En un momento decía el coro: “Que dice el Rey, la Reina, que cuántos hijas tenéis”. Respondía el grupo contrario: “Que tenga las que tuviere, que nada le importa al Rey”.
Los otros: “Ya me voy muy enojado a darle la queja al Rey”. Y la respuesta: “Vuelva, vuelva, caballero, no sea tan descortés. De las hijas que yo tengo escoja la más mujer”, etcétera.
¿Cómo habrán llegado hasta La Aurora, Las Torrecillas, Los Cerritos esos cánticos en los que se hablaba de un Rey de España que buscaba esposa en los dominios americanos?, ¿por qué le seguíamos el juego a su Majestad entregándole una muchachita? Además, ¿cómo era posible que estuviéramos cantando niños de 8 y 10 años con las formas verbales de los hispanos (esa segunda persona del plural “tenéis” no acostumbrada entre los novohispanos)? Se nombra cultura y tradición.
Entonces, las formas culturales que habían ingresado en nuestras vidas y que necesariamente nos llevaban hacia el poder omnímodo del monarca y que tanto nos alegraban, eran parte de nuestras alegrías compartidas, la asociación del juego con el cariño, del canto con la inocencia.
Los juegos, que tenían su momento (el atardecer, la noche tras la merienda) eran seguidos, al mediodía siguiente, por platillos que no eran los mismos de siempre.
Eran tiempos especiales y todo era diferente. Se comían tortitas, se consumía camarón y pescado secos, chicales y capirotada. Me puse a pensar en los porqués de tales comidas.
Creo que en Saltillo no pudo jamás comerse un camarón fresco antes del Siglo 19. Pescaditos sí, nuestras famosas sardinas, pero no llenarían ni la panza de un bebé. Era el menú del desierto, empezando por los chicales. Y como no se comía carne, la gente inventó un platillo que supliera la falta de proteínas: la capirotada, plena de cacahuates, nueces, queso y pan.
Todo era parte de un ambiente que poco a poco, al paso de los días, se iba haciendo triste o sombrío o, al menos, serio. El jueves había que ir a visitar templos: siete debían sumar. Veíamos todo cubierto de cortinas moradas, es decir que los santos acostumbrados a observarnos desde sus nichos eran ocultados, las campanas no repicaban (se oían matracas) y se hablaba de la soledad de la Virgen. El Viernes en que moría Cristo, exactamente a las 3:00 había silencio: la madre, tías, abuela, recitaban versos de los que he perdido el recuerdo.
No podíamos jugar y nuestra inquietud era mucha. Pero sabíamos que eso era parte de las vacaciones. El Sábado Santo abríamos la Gloria antes de tiempo: dos días de rezos y cánticos sacros eran demasiados. Me viene el de “Perdón, oh Dios mío. Perdón y clemencia”.
La semana subsiguiente, a la que no recuerdo que jamás se le nombrara Pascua, era simple y llanamente, vacaciones.
Volvían los juegos, la roña, la cuerda, los encantados y las rondas, no pocas de tema español. Una reminiscencia: “el sombrero de Agustín, se lo pone el gachupín”. Una criatura, como lo éramos, ni cuenta podía darse de que a Saltillo llegara un verso cantado en que se hacía referencia al emperador Agustín de Iturbide al que su famoso tricornio se lo arrebataba un español para volver a portar la corona: la historia no oficial en las mentes infantiles.
En fin, que la Semana Santa consistía en unos maravillosos días de juerga, campo, dormir en el suelo, dejar los zapatos guardados y olvidar un poco la rutina de la escuela y la del hogar. Todo en una quincena.