Recuerdos de Plácido Domingo y Martha Félix
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Recuerdos de Plácido Domingo y Martha Félix
Era junio de 1975 y me encontraba casi solo en el área de butacas del Teatro Monterrey del IMSS. De pronto, una hermosa mujer con embarazo avanzado se sentó sobre una silla en el proscenio de aquel teatro y empezó a cantar maravillosamente arias operáticas. La estaba escuchando Plácido Domingo. ¡Ella era Martha Félix!
Días antes, en el Teatro Hidalgo deslumbró a los directivos de la Compañía Nacional de Ópera con su voz de mezzosoprano y fue aceptada como parte de la institución. Pero ahora había sido contratada por la Compañía de Zarzuela Embil-Domingo e interpretaría el papel de la Cantadora en la zarzuela “La Verbena de la Paloma”. Aquél fue un momento mágico entre la mujer de 31 años y el tenor español de 34. De allí surgió una relación profesional y de amistad que aún se conserva.
Volviendo al encuentro entre Martha y Plácido Domingo en aquel verano de 1975, estuve allí porque era líder estudiantil de la Preparatoria No. 1 del Colegio Civil; y el entonces director de Extensión Universitaria de la UANL, Jorge Rangel Guerra –quien además era parte del elenco como cantante–, me había solicitado reunir a un grupo de jóvenes para participar en la zarzuela mencionada personificando a soldados acompañantes de las bailadoras del reparto. Los aprendices de actor estábamos allí esperando el llamado para el ensayo, aunque yo había tenido la experiencia “de hacer teatro” desde unos años antes.
A los 17 años conocí a los padres del hoy barítono y me percaté de la influencia que sobre él tenía su progenitora Pepita Embil, nacida en Guetaria, pueblo del país vasco, y bautizada con el nombre de Josefa Ortiz Echantis. Era una mujer guapa y dinámica, especialista en relaciones públicas que había alcanzado la fama sobre los escenarios, incluso fue llamada por sus publicistas como “La reina de la zarzuela”. De hecho, dos años más tarde se retiró artísticamente interpretando el personaje de Rita de la emblemática zarzuela cuyo tema musical central lleva la letra de: “Por ser la Virgen de la Paloma, un mantón de la China, te voy a regalar”.
Libreto de Ricardo de la Vega, y música de Tomás Bretón.
Plácido Domingo nació en Madrid, España, el 27 de enero de 1941. Cuando sus padres Plácido Domingo y Pepita Embil llegaron a residir a México en el año de 1946, él tenía seis años. Todos recordamos las imágenes del tenor cuando estuvo apoyando las tareas de rescate el 19 y 20 de septiembre de 1985 en el conjunto habitacional de Tlaltelolco, pues tenía familiares que residían en el edificio Nuevo León y que habían muerto por el terremoto.
Martha Félix era originaria de Navojoa, Sinaloa, aunque por sus raíces se le considera sonorense, y estaba avecindada en la ciudad de Monterrey. Tenía un rostro de pómulos delineados y grandes ojos enmarcados en cejas perfectas. Conviví con ella de cerca entre 1981 y 1985 cuando Martha era maestra de la Escuela Superior de Música y Danza que dirigía el talentoso pianista Gerardo González, recién fallecido y muy reconocido también en Coahuila.
No olvido cuando en el día de mi cumpleaños me invitó a comer en compañía de un amigo suyo que fue muy importante en su carrera artística, el director de orquesta Fernando Lozano Rodríguez, de quien me decía que yo tenía cierto parecido. El tiempo transcurrió y Martha Félix estrenó junto a Plácido Domingo, en 1988, teniendo como escenario las Pirámides de Teotihuacán, la obra “Cantos Aztecas”, del compositor Lalo Schifrin; luego fue presentada en Francia.
En 1998 me atreví a invitar Martha para ofrecer un concierto, que fue memorable, en el Templo de San Miguel Arcángel de Bustamante, Nuevo León. Durante todo el trayecto cuidó no de hablar como parte de su disciplina para llegar con una voz plena a su actuación.
Volví a verla dentro de un homenaje que le brindaron, a principios de este siglo, exalumnas como Ivonne Garza y la temperamental y talentosa Susana Zavaleta.
Ahora, Martha radica en Mazatlán, Sinaloa, donde ofrece clases a nuevas generaciones de cantantes.
Martha Félix, que interpretó los roles centrales de óperas como la de “Sansón y Dalila”, “Aída y Norma”, queda consignada por los críticos del bel canto como la intérprete del siglo 20 más cercana a la provocativa, bella y altanera gitana Carmen, de la ópera del mismo nombre compuesta en 1875 por Georges Bizet, como si la hubiera creado para ella.