Usted está aquí
Realidades y filosofía
La consigna se viene generando a más de un año y no solamente es un cambio de hábitos de higiene, sino que se traduce en un cambio de pensamiento ante la fragilidad de nuestra existencia, nuestros miedos, nuestras angustias, nuevas realidades que distorsionan nuestros pensamientos, nublan nuestra capacidad de supervivencia y nos traducen en seres más primitivos a fin de permanecer en el tránsito de esta vida.
No sólo es el COVID-19 el que generó esta pandemia –social, económica, política y cultural– en la que ya no seremos los mismos que nos despertábamos en 2019; libres, potentes, ágiles.
Hoy la generación derivada camina a pasos lentos y cuidadosos en un ambiente en el que el tener se dejó atrás y se busca el ser en plenitud, aunque con restricciones de salud.
El canto del desierto me impactó a través de los Cardencheros de Sapioriz, Durango, y esas canciones que son a la vez lamentos: “Llegó la hora en que me vaya hasta las estrellas, voy caminando muy despacito por la vereda. La noche negra se está acercando, la estoy sintiendo; bajo la sombra de un viejo arbusto descansaré. De pronto duermo y estoy soñando que estoy volando por fin en libertad, soy golondrina surcando el viento sobre los valles en que nací, la noche llegará, y yo descansaré bajo la luna, la noche llegará y no terminará, yo dormiré. Soy solecito que con mis rayos caliento el polvo y ahora soy vendaval, soy un oasis en el desierto y así seré lo que siempre fui. La noche llegará y yo descansaré bajo la luna, la noche llegará y no terminará, yo moriré. Ya no me busquen, ya no soy ese, ya soy de aquí”. Parecería que en esta época nos vamos borrando como un viejo mural y ni quién se fije en el recuerdo.
Tiempos en los que llega el recuento de los amigos, familiares y conocidos que a través de las redes sociales conectamos el consuelo de estar vivos, y ya el WhatsApp o el Face son los instrumentos del ánimo necesario o también de la mala noticia de la pérdida de los seres queridos.
Maneras que hacen remembrar los antiguos secretos descifrados por Heidegger en su libro: “Ser y Tiempo”, en donde considera que la estructura originaria de la realidad está escondida o disimulada por los hechos cotidianos y banales que nos envuelven, nos implican y nos absorben, y que por ello el punto de partida en su búsqueda tiene que ser un análisis de la actividad práctica de la vida humana que vaya más allá de nuestras percepciones inmediatas.
Lo esencial que se trata de entender no será accesible desde los conocimientos de un sujeto acerca de los objetos, ni siquiera desde los actos del sujeto sobre los objetos, sino desde los comportamientos, esto es de por sí complicado, como los tiempos que vivimos, pero a su vez es un método para ir entendiendo una nueva realidad disfrazada de normalidad, que nunca vamos a lograr captar si nos vence el temor a enfermarnos y tal vez morir.
Nuevas personas y métodos exigirá esta nueva normalidad, personas que hayan aprendido del extremo de nuestras preocupaciones y miedos, que dentro de sí mismos contienen las habilidades, las actitudes, las fortalezas y la certidumbre derivada en fe, en un mejor futuro, pero distinto, diferente al soñado.
Respeto por la naturaleza, cuidado de los recursos, prevenir a través del ahorro, cuidar nuestra salud, tender lazos de comunicación con nuestros amigos y conocidos, recodar que la ética definirá los grandes cambios sociales del futuro, reanimar nuestros valores, cuidar mejor a nuestros hijos, reconocer los actos solidarios, apreciar el trabajo de casa, despertar nuestra sensibilidad hacia la cultura y el arte, viajar, conocer y al final de cuentas ser en plenitud, sin olvidar que venimos a este mundo a cumplir un objetivo con la felicidad a través de la realización de la persona y su entorno.
Ortega y Gasset tal vez soñó esta pandemia y lo expresa así: “La vida nos es dada –mejor dicho, nos es arrojada o somos arrojados a ella, pero eso que nos es dado, la vida, es un problema que necesitamos resolver nosotros. Y lo es no sólo en esos casos de especial dificultad que calificamos peculiarmente de conflictos y apuros, sino que lo es siempre. Cuando han venido ustedes aquí han tenido que decidirse a ello, que resolverse a vivir este rato en esta forma. Dicho de otro modo: vivimos sosteniéndonos en vilo a nosotros mismos, llevando en peso nuestra vida por entre las esquinas del mundo. Y con esto no prejuzgamos si es triste o jovial nuestra existencia: sea lo uno o lo otro, está constituida por una incesante forzosidad de resolver el problema de sí misma”.
Vivir no es un cruel destino, es una alegoría aun cuando las pruebas son múltiples, como sobrevivir a esta pandemia. La decisión no es simple, pero está en nosotros.