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Realidades paralelas
Me permito comentar este asunto desde la óptica más personal. Con la novedad de que me pegó el COVID-19, por ahora estoy con síntomas moderados, con picos altos.
Contraje al mal muy probablemente porque apoyé la convalecencia de mi padre. Aunque me protegí lo más que pude, no fue suficiente. Pensar que hay quienes no se contagian por más expuestos que estén al virus, no deja de sorprender.
Escribo el lunes 11, doce días después de que apareció el primer síntoma, se supone que he logrado superar la meta. Me siento bien, por momentos, pero con este bicho la batalla no termina hasta que se termina.
El proceso es complicado, desesperante, exige mucha paciencia de uno mismo y de quienes nos rodean en familia. Como mi referencia más directa acerca del COVID-19 es mi propio padre, la preocupación es mucho mayor porque su batalla sigue y no es fácil. Erróneamente asumí que la excepción hace la regla y que a mí me tocaría un proceso similar. Encarar la excepción muy de cerca y de primera mano, deja secuelas psicológicas.
Padecer COVID o acompañar a un paciente grave de ninguna manera es un día de campo, no está padre, no obstante debo estar agradecido con Dios y con la vida. Existen muchos otros que la pasan mucho peor, independientemente de su edad o condición. Para ellos y sus familiares toda mi solidaridad, comprensión, oración y buenas vibras.
Algo que realmente me ha causado sorpresa y por momentos enojo es ese mundo paralelo en que vive una parte de la humanidad, particularmente en México. Tenemos millones de personas enfermas en el mundo, algunas de extrema gravedad, otras muchas fallecieron. Lo que vemos en los hospitales de las grandes ciudades es verdaderamente apocalíptico. Sin embargo. nada parece bastar para detener a la sociedad, a los políticos y gobiernos, es decir, pese a la trágica emergencia, cada quien sigue en lo suyo: “cada loco con su tema”, pocos se dan a la tarea de asumir la realidad, demasiados parecen creerse inmunes al flagelo.
Primero la sociedad en su conjunto, aunque no se debe generalizar. Verdaderas hordas inundan tianguis, tiendas, comercios y centros comerciales demostrando su nivel de inconsciencia, y ¿qué decir de los vacacionistas que, en pleno pico de la pandemia, viajan para regresar a casa a contaminar? Percibo dos efectos de su irresponsabilidad, primero para ellos mismos, pues se ponen en riesgo mayor, suertudos si salen avante, peor para ellos si el virus les pega con alguna intensidad. En segundo término están aquellos que llevan el contagio a sus casas, centros de trabajo y círculos sociales.
En esa arista la irresponsabilidad es mucho mayor, verdaderamente criminal. Percibo un deseo de vivir en una realidad paralela, lo cual es imposible, estamos viendo las consecuencias de ello a un nivel nunca visto. Después tenemos a los políticos en campaña electoral o de imagen. Arrancan los procesos de sucesión en los estados. Volvemos a los lugares comunes de todas las campañas.
Tanto en la oferta como en el modo de hacer campaña. El COVID-19 es un tema más, asumen que pasará, que millones no están infectados y que es mejor ignorar a los que sí lo están. Finalmente, el Gobierno Federal y muchos gobiernos locales, percibo en ellos una estrategia que consiste en esconder las malas noticias, no enfrentarlas y mucho menos solucionarlas.
Construir una dimensión paralela de la vida. Mientras tanto, muchos mexicanos están falleciendo por falta de equipo médico, de camas, de medicamentos, mientras el IMSS y el ISSSTE se encuentran saturados y sin capacidad de respuesta.
Mientras tanto numerosas familias hacen dolorosos trayectos buscando dónde internar a su paciente. Mientras tanto, el personal médico se encuentra agotado y sacando fuerza de su propia generosidad y profesionalismo. Mientras todo esto y más sucede, López Obrador y la clase política predican la grandeza de su proyecto.
No sé cómo calificarlos, me ganará la rabia o privilegiaré la reflexión. Mejor califíquelos usted mismo.
@chuyramirezr
Jesús Ramírez Rangel
Regresando a las Fuentes