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Realidad alterna; las formas de gobernar
Estamos atravesando tiempos complicados, la economía se desploma a niveles nunca vistos, la tasa de homicidios se encuentra en su nivel más alto y los fallecimientos causados por el COVID-19 se disparan, colocando a México en tercer lugar, sólo por debajo de Estados Unidos y Brasil. La vida y el sustento de millones de mexicanos se encuentran en juego. Le ahorro las estadísticas para no caer en aquello que dijo Stalin: “La muerte de uno es una tragedia, la muerte de un millón es una estadística”.
Nos corresponde, como ciudadanos, estar a la altura de las circunstancias. Nada más necesario que muestras tangibles de solidaridad. Lamentablemente, impera un dualismo polarizante que no deja espacio para la prudencia, la sensatez y el imperio de la verdad. Los hechos no cuentan, o cuentan poco.
En semejante escenario es inverosímil responsabilizar al Presidente de la realidad que enfrentamos. El país que heredó ya venía maltrecho en materia de homicidios, infraestructura hospitalaria y más; en tanto que la pandemia es una calamidad que afecta al planeta en su conjunto y que, de polo a polo, se está llevando de encuentro a muchas personas. En su origen, ni Andrés Manuel López Obrador ni los gobernadores y alcaldes son responsables de la pandemia y sus secuelas.
Dicho lo anterior, al rendir protesta y en innumerables promesas de campaña, se comprometieron a hacer un buen gobierno, a terminar con las malas prácticas que dañan al pueblo y conducirnos por un camino de progreso y bienestar; por lo tanto, si no son responsables de origen, no pueden evadir la responsabilidad cuando finalice su gobierno.
Como ciudadanos mandantes tenemos derecho a exigir resultados, esperando que más temprano que tarde, asuman la responsabilidad de los hechos, pues fue para dar resultados que promovieron su candidatura y contrataron sus servicios.
En un esquema sexenal, presidencialista como el mexicano, el punto de quiebre está señalado por las llamadas “elecciones intermedias”, a partir de ese punto ya no se vale echar la culpa al pasado. La elección de un nuevo legislativo sirve también para evaluar el desempeño del gobierno en funciones. Con ello en mente, el propio Presidente busca o buscaba, ser ratificado en su cargo mediante la fórmula de revocación de mandato.
Hoy en día, López Obrador no sólo evade los acontecimientos, justificándose en la mala herencia que recibió, prefiere, lisa y llanamente, ignorarlos. Apuesta por una realidad alterna que sólo existe en su cabeza. En el pico de la pandemia, que no termina de consumarse, declara que ya terminó. Negocios pequeños y medianos cierran todos los días y él sigue indignado por el avión presidencial, en una novela que se repite ad nauseam sin que nadie pague las consecuencias. Los fallecimientos continúan al alza y él ofrece ponerse tapabocas cuando la corrupción termine, esa que, según él, ya se había acabado al arrancar su gobierno. Por lo menos hay, en el Presidente, una absoluta falta de sensibilidad y muestra de dolor genuino y solidario por la tragedia que atraviesan los mexicanos. Parece ser que le incomoda que le quiten el foco. Lo mismo aplica para los desaparecidos, los enfermos o los desastres naturales. Males que él no provocó, pero que en vez de mostrar sensibilidad, solidaridad, acercamiento y afecto, prefiere ignorarlos.
Mediante una realidad alterna que sube a la escena cada mañana, evade el ejercicio cotidiano de gobernar. No tiene tiempo para las realidades políticas, económicas, sociales y administrativas. Sólo cuenta lo que le importa al señor, lo que le inspira cada mañana. Su aversión a lo técnico lo obliga a delegar en Marcelo Ebrard, la única persona que parece gozar de su confianza. El Jefe de Gobierno de México, el Primer Ministro de facto.
@chuyramirezr
Jesús Ramírez Rangel