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RBG nació y vivió en una época en la que la mujer -aun en el Primer Mundo- era considerada poco más que una propiedad

Las letras que encabezan este artículo no son acrónimo de ninguna banda de K-pop (BTS, EXO, NCT, GOT), sino las iniciales de la recién fallecida jueza de la Suprema Corte de Justicia de los EEUU, Ruth Bader Ginsburg.

Cosa rara y hasta inédita en su profesión, la veterana jurista adquirió estatus de celebridad -es de hecho un icono contemporáneo de la cultura popular- y, dada la manía sajona de abreviar nombres y conceptos a su expresión mínima, durante los últimos años de su vida se le refirió como RBG (nacida Joan Ruth Bader, tomó el apellido de su marido, el también abogado Martin Ginsburg). ¿Pero qué volvió a esta dama tan especial para la vida pública de los EU?

Siendo una auténtica pensadora progresista, en años recientes fue el mayor obstáculo para que el presidente Donald Trump cancelara una serie de derechos ya ganados, como el aborto, con lo que el mandatario buscaba complacer a su base de simpatizantes, eminentemente conservadores.

Convertirse en el rostro de la oposición del gobernante más retrógrado que ha tenido aquella nación en décadas, ya sería suficiente para hacer historia y ganarse la simpatía mundial, pero en realidad los méritos de Bader Ginsburg y su legado comienzan con sus años universitarios.

RBG nació y vivió en una época en la que la mujer -aun en el Primer Mundo- era considerada poco más que una propiedad. No obstante se matriculó en Harvard para estudiar Derecho, sin dejarse intimidar por una población estudiantil y académica eminentemente masculina (la proporción: 500 hombres, nueve mujeres). Pero tuvo que graduarse en la Universidad de Columbia, pues se vio obligada a mudarse a Nueva York para dar prioridad a los compromisos laborales de su marido (sí, ya era esposa y madre desde antes de iniciar sus estudios profesionales).

Pese a estar graduada con honores, pronto se dio cuenta de que su realidad laboral era por demás injusta, deplorable y desalentadora. ¡El mejor promedio de su generación no podía obtener un empleo… por ser mujer!

Hizo de las inequidades entre los sexos su causa, su bandera y el gran proyecto de su vida. 

Se resume en una línea, pero le costó varios años de tensas batallas legales que se emitiera un histórico fallo: “Tratar distinto a un hombre y a una mujer, en función de su sexo, viola la Constitución y es ilegal”.

Hay una película que, sin demasiadas licencias hollywoodenses detalla la lucha y logros de este personaje histórico de nuestros días (“On The Basis of Sex”). O, si lo prefiere, también hay filmes documentales dedicados a su legado. De cualquier forma todos sus méritos son perfectamente verificables.

Hoy, con el deceso de esta diminuta mujer de 87 años, la democracia se pone en jaque con la elección presidencial en puerta, pues Trump y aliados conservadores intentarán ocupar el puesto de RBG con un juez afín al Presidente (por si faltaban razones para lamentar su deceso).

Quisiera ahora aclarar algo de manera muy enfática: Sepa que no valoro ningún monumento, antigüedad, ni obra de arte por encima de los derechos de quienes claman justicia. Vería de hecho con gran gusto cómo se destruye un símbolo o reliquia si con ello se resarciera aunque fuera a una de las víctimas de la desigualdad. Pero… ¿Se está consiguiendo esto? ¿Se está abonando siquiera, para tal causa, por este medio?

Hay quienes insisten en que las revoluciones sociales, como la Mexicana, fueron violentas guerras civiles entre el pueblo y la autoridad y que, por consiguiente, ese es el camino inevitable para un cambio.

Algo habrá de cierto, pero “La Bola” revolucionaria se conformaba básicamente de campesinos y gente iletrada, sin recursos intelectuales o académicos para una lucha legal o diplomática por sus intereses.

Hoy en día, cuando un movimiento se dice dispuesto a salir a las calles a quemarlo y a destruirlo todo, me pregunto si no tienen mejores medios para cambiar el estado de las cosas; si acaso se trata de gente tan marginada como campesinos de inicios del siglo 20.

Y nuevamente, no desacredito una causa si como resultado de su defensa rayaron esto, pintarrajearon aquello, o vandalizaron lo otro. No lo criticaría per sé, sino por ineficaz: Ahí lo tienen, el Presidente desestimó cualquier reclamo de justicia y se lamentó más por unos pinches retratos.

Quizás algunas víctimas del delito sean en efecto gente escasamente educada, sin medios para una batalla legal. Por ello sería deseable que quienes se adhieren y tienen mayor preparación guiasen a las personas de menos luces, en vez de sumarse todos a una muchedumbre que un día hace desmanes para luego dispersarse sin llegar a nada. Es lamentable que así sea, no por lo que se pueda romper en el proceso, sino porque se pierde el valioso tiempo de las víctimas y sus causas no avanzan en absoluto.

Sin gritar una sola consigna, sin lanzar una sola piedra, RBG transformó la vida de todas sus conciudadanas y de las mujeres de otros países. Su legado es trascendente, está inscrito en la Ley y los derechos de la mujer por ella reivindicados jamás volverán a ser soslayados.

Anticipo que mi opinión se desestimará (¡vaya ironía!) en función de mi sexo. Y alguien me replicará que la manifestación violenta es necesaria, legítima y simultánea a la batalla en el terreno legal.

Pero yo no puedo dejar de notar cómo un mitin multitudinario, enardecido, estridente e insurrecto es fácilmente ignorado por un presidente, como AMLO.

Pero en cambio, ni siquiera el presidente Trump pudo ser indiferente ante la inteligencia, poder e influencia de una sola mujer, minúscula y frágil: la notoria Ruth Bader Ginsburg.