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Rayados y América, los distintos
América y Rayados entregaron el sábado un partidazo. Cuando dos equipos piensan siempre en el próximo gol, da gusto observarlos. Invitan a disfrutarlos. No se detienen en lo que ya tienen, ni en los detalles, sino que apuestan a la superación.
No es común ver estos tipos de duelos electrizantes, abiertos y hasta desordenados donde la actitud y la convicción pulverizan las cuestiones tácticas. Partidos donde los valores esenciales y primitivos del juego, bien ejecutados, son más determinantes que lo que puede dictar el pizarrón.
Lo de América y Rayados (3-3) no fue una exhibición magistral de futbol, pero sí una propuesta atractiva, relajada, sin traumas y con un sentido estético, por momentos, asimétrico que los orilló a un caos virtuoso, impredecible y sin un patrón. Este alocado escenario lo hizo picante y jugoso.
Monterrey, en su condición de superlíder, y América, escolta y flamante bicampeón de la Concacaf, son sin duda los dos mejores equipos del torneo. Coinciden en la naturaleza de su juego —son elásticos y ofensivos—, sugieren ser camaleónicos para adaptarse a las circunstancias sin descuidar su nervio competitivo, y se muestran rebeldes en la adversidad.
Tienen las condiciones y la capacidad para ofrecer soluciones antes de que llegue el problema. O, si ya están con las dificultades encima, determinan los mecanismos para tratar de imponerse a ellas. La lectura desde la banca siempre es fundamental y hasta categórica.
Ambríz frente a Rayados, en algún momento determinó jugar con tres delanteros —Peralta, Benedetto y Arroyo— para distribuir mejor el ataque. No los duplicó, sino que los complementó. Siempre mantuvo vigente el peligro sobre el arco de Orozco.
Lo de Mohamed, en tanto, otra vez fue decisivo. En desventaja (1-2) eligió reemplazar a su caudillo Basanta por Castillo y recorrió a Ayoví como volante por izquierda.
Así llegó el 2-2.
Mohamed, no conforme con ese ajuste, redobló la apuesta con De Nigris para sumarlo a Funes Mori en la línea de gol. La tirada fue presionar, abrir a los centrales y capitalizar espacios.
Con esas dos referencias de área, el DT retrasó a Pabón y quitó a Ayoví. Resultado: armó un 4-2-4 con Sánchez y Pabón por los costados. Así llegó el 3-2. Luego y ya con el 3-3 definido, volvió a una línea de 5 con Osorio y sacrificó a Funes Mori.
Los manejos de Mohamed durante el juego fueron coherentes en tiempo y forma. Lejos de casarse con un esquema, el argentino le dio sentido a sus variantes en los momentos que el desarrollo se lo pedía. Lo intentó y acertó.
Incluso, quedó demostrado que, ante la ausencia de Gargano y Cardona, Rayados estuvo compensado. Otra señal de que el equipo es un todo y no depende de la suma de algunas de sus partes.
Esto habla también de los méritos de liderazgo de Mohamed para convencer al grupo detrás de una idea y trabajar en la adaptación a sus variables.
En consecuencia, a este Rayados se le podrá cuestionar ciertas cosas, pero nunca que está aferrado a un modelo ni a los nombres. Junto con América son de los pocos equipos que cambian durante el juego para buscar mejorar siempre.