Ray Loriga

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Ray Loriga

¿O qué otra cosa es la escritura, o la expresión artística, sino prueba de que queremos estar y relacionarnos con el mundo incluso a costa del desfallecimiento?

Thomas Bernhard escribió, en un ensayo sobre Arthur Rimbaud, que cada vez que se echan las campanas al vuelo por una obra la mayoría de estas obras suele ser "alguna tontería engalanada" sin mayor trascendencia. Y añadía que, finalmente, lo valioso de una obra es lo elemental y lo original de su voz. Cualquier lector dotado con mirada de águila sabe reconocer en donde se encuentra esa voz.

Reconocer una voz con la mirada es un privilegio de la sinestesia humana. Bernhard decía, en el ensayo citado, que quien primero escribió como Rimbaud fue Rimbaud, y esto no es un dislate sino casi una prueba de legitimidad literaria. Uno escribe y entre más lo hace se va poniendo la soga al cuello; cultiva la orfandad y el exilio a través de la palabra que es lenguaje compartido.

Hace más de 20 años leí por primera vez una novela de Ray Loriga y allí encontré con una buena compañía para estar solo. Lo peor de todo, se llamaba; en aquella su primera obra encontré furia y desasosiego; rebeldía e introspección. Ya he dicho que Madrid fue la ciudad en la que me hice viejo por primera vez. No conocía escritores y ello me hacía enteramente feliz. Sin embargo, el jueves pasado fui a conocer a este escritor madrileño (autor de varias novelas: Trífero, Héroes o Caídos del cielo entre ellas). No me defraudó su persona ni su nueva obra. Los premios (Loriga es el premio Alfaguara 2017) son por lo regular accidentes, pero a quien no le gustaría morir, como en este caso, atropellado por un tren con tantos vagones. Si yo recibiera una cantidad semejante dejaría de escribir y me dedicaría meramente a la lectura. Los premios de esta envergadura son eficaces porque hacen pensar a los que no saben que la literatura todavía es importante; y además porque en estos tiempos de incertidumbre, rapiña e idiotez mediática, en un momento en que el ciudadano desaparece para ser sustituido por el espectador o zombi telemático, la literatura es una forma de reflexión y un modo de compartir entre nosotros una mentira verdadera. El mes pasado fue el más violento en México de los últimos 20 años: nuestras ciudades son habitables sólo para los criminales. Todo ello, como es sencillo deducir, proviene del analfabetismo reinante, de la anémica rebeldía y de la incapacidad crítica.

"Lo cierto es que cada uno tiene la capacidad de pensar por sí mismo y me maldije por no haberla aprovechado mejor", dice el personaje de Rendición, una voz acompañada de un constante cuestionamiento interior. En esta novela hay sabiduría y pausa, no nada más exhibición. La primera frase de la novela nos pone de lleno en la mesa y reza: "Nuestro optimismo no está justificado y no hay señales que nos animen a pensar que algo puede mejorar". Lo dice el personaje que narra la historia de una guerra que ha durado más de diez años y que carece de un lugar geográfico determinado. Un personaje que marcha acompañado de su mujer y un niño a la Ciudad Transparente, lugar donde todo será solucionado y las penas terminarán. En vez de una crónica de coordenadas descriptivas, Loriga prefiere en esta obra la metáfora y la insinuación. Como el personaje de la novela yo también soy desconfiado y desconfiado entré en estas páginas como lo hago siempre que se trata de un libro premiado el cual ha abandonado de súbito el santo lugar de la discreción. En Rendición es patente la conciencia de la utopía defraudada, pero también del desconcierto que acarrea toda perfección.

He aquí algunos momentos de la lectura: "Un hombre debería viajar de un lugar a otro sin perder su alma"; "Miro la tierra y ya no veo cosas que antes hacíamos con las manos." "La gente sin coraje disfruta mucho de la fantasía. Y los hombres como dios manda preferimos lo que se toca con las manos." Si la historia de Loriga fuera una fantasía sin coraje para vivir las cosas reales yo la habría abandonado. Después de mis primeros 25 años de vida yo nunca he permanecido en un lugar en el que no quiero estar. ¿Qué clase de vida sería esa? Ya cuando te mueras quienes más te odian o menos te comprenden cargarán tu ataúd. Y no podrás hacer nada.

El personaje de Rendición dice que mirar a una mujer en nada se parece a abrazarla y de súbito he recordado a Kingsley Amis cuando confesaba que lo que más le gustaba de una mujer desnuda eran sus ojos. En las novelas de Loriga todo corre un hilo de verdadera angustia, pelea visceral y reflexión que no es arrogante ni profesional. Quizás, como yo, y su personaje, él también tenga la sensación de sobrar, de estar de más. Tenemos razón, es evidente, pero aquél que cree que está de más es siempre quien más falta hace para acompañarnos. "Me siento excluido del bien común", dice de pronto el personaje de Rendición, pues en el nuevo mundo la gente que no tiene fe en el futuro resulta ser enemigo. Nos declaramos muertos para no morir. ¿O qué otra cosa es la escritura, o la expresión artística, sino prueba de que queremos estar y relacionarnos con el mundo incluso a costa del desfallecimiento? El soliloquio es también una conversación, aunque ésta dé la impresión de vacío.