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Raúl Vera, obispo de Saltillo...
Días atrás se presentó en la Peña Santa Lucía un dilatado video de cien minutos sobre el obispo emérito de Saltillo Raúl Vera. Creo que fue demasiado largo, pero no vi que alguien abandonara su lugar, lugar que se nos atribuyó a quienes habíamos aceptado la invitación. Éramos bastantes. Había empresarios, maestros, médicos, ejidatarios, madres de desaparecidos, religiosas y sacerdotes. Llegaron de Parras, de Monclova, de General Cepeda, de Torreón, de Barroterán, de Rosita y otros lugares. Significa que don Raúl tiene el aprecio de mucha gente.
El video presentó pocos minutos sobre su vida personal: niño, padres, hermanos, escolaridad. De inmediato dio paso a sus estudios de ingeniería química, su participación en el movimiento del 68 y su “conversión” tras la matanza: decidió hacerse sacerdote e ingresó a la orden de Santo Domingo. El grueso del video fue dedicado a tres capítulos: obispo de Altamirano, Guerrero; obispo coadjutor de San Cristóbal, Chiapas; y obispo de Saltillo. Fue demasiado evidente que cada una de esas diócesis es realmente distinta de las otras. En Altamirano, don Raúl se entregó al campesinado, a la gente de la ciudad y a los grupos étnicos. Los entrevistados hablaban de él con cariño; les molestó que el Papa lo cambiara; era suyo… ¿por qué a Chiapas?
Aparece el pontífice Juan Pablo II entregándole su nueva adscripción. Lo enviaba como ayudante de un obispo problemático, Samuel Ruiz, y era evidente que le encargaba que matizara sus formas de concebir el cristianismo. Si era coadjutor pronto sería titular. No sucedió lo que deseaba el Papa. Ambos obispos se entendieron, se hicieron amigos y profundizaron en su lucha por la fe y por la justicia. Trataron de asesinarlos, pero fallaron. En el transcurso del tiempo sucedió la masacre de Acteal y la rebelión zapatista.
En este párrafo digo algo que no apareció en el video, pero que supe hace años de un testigo privilegiado. Ernesto Zedillo solicitó al delegado apostólico Girolamo Prigione (un pájaro de cuenta, conservador y político) que lo sacaran de Chiapas. Juan Pablo II le buscó un lugar disímil, Saltillo. Diócesis de gente tranquila, moderada, bastante conservadora, antítesis de Chiapas, con una clase obrera nutrida.
Don Raúl no pudo ocultar que le dolió en el alma el cambio. Se le veía a disgusto; nada más hablaba de los indios de Chiapas, de su cultura. Poco a poco fue conociendo gente y verificando que había muchas personas inquietas, procesos de organizaciones populares, sufrimientos o violaciones tan pavorosas como las chiapanecas. Casas del migrante, maltrato a las mujeres de maquiladoras, la violación de prostitutas por soldados en Castaños, familias que buscaban a sus secuestrados, la masacre de Allende, Pasta de Conchos, etcétera.
Sucede que en esta diócesis descubrió otros caminos para el evangelio, personas generosas, luchas sociales, el campesinado contra el basurero de residuos tóxicos, la pastoral homosexual, la pastoral penitenciaria y muchas cosas más. Nos dolieron las nalgas al no poder movernos durante dos horas; y nadie se movió.
Al final tomó el micrófono Jackie Campbell y dio algunas explicaciones; luego invitó a que la gente participara. Lo hicieron demasiados. Abundaron las expresiones de amistad y adhesión a Raúl Vera. Una vez que se escucharon sus voces, Jackie anunció que ahí se encontraba nada más y nada menos que el obispo don Francisco Villalobos quien, a la edad de 100 años, sigue marcando su independencia y sabiduría. Éste dijo que don Raúl vino a ayudarle, que desde un inicio tuvieron una buena amistad y que él, que era su superior, le dio toda la libertad de acción. Luego, don “Pancho Villa”, como le apodaban con afecto, dio la bendición a los presentes.
Participaron: Fuundec, CEP-Parras, Sí a la vida, San Aelredo, Pasta de Conchos, Fátima, Derechos Humanos Fray Juan de Larios, prostitutas de Castaños, El ojo derecho de Polonio, Pastoral Penitenciaria, Casa del migrante y muchos más. Creo que su trabajo en Coahuila ha sido más diverso que en Chiapas. Raúl Vera, ¡estrella coahuilense! (nuestras leyes hacen ciudadano a quien vive aquí diez años; él vivió veinte).