Rapsodia y Polifonía

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Rapsodia y Polifonía

Foto: Omar Saucedo
Nuestro colaborador nos escribe sobre la obra “Mi hermana es Perséfone y mi madre es Deméter” actuada, dirigida y producida por Iván Sandoval

"Sol que todo lo alumbras, ayúdame al menos tú, si alguna vez, de algún modo, fui grata a tu corazón. La hija a la que parí, mi más querido tesoro… Escuché su agudo grito, que resonó por el cielo como quien sufre una afrenta, mas no pude ver quién era. Tú que todo lo contemplas en la Tierra y en el Mar, dime si has visto a mi hija y quién me la ha arrebatado"
Himno homérico a Deméter

Antes se ha hablado en este espacio del “teatro sagrado”, una noción que el poeta, actor y director de escena francés Antonin Artaud nos recordó en su colección de ensayos “El Teatro y su doble” y con su teoría del “Teatro de la crueldad”.

Difícil saber si estas acepciones pueden ser aplicables al trabajo que Iván Sandoval acaba de presentar en El Rincón del Teatro, dentro del 4° Encuentro Teatral que en ese espacio independiente organiza Rogelio Palos año tras año: “Mi hermana es Perséfone y mi madre es Deméter”, espectáculo unipersonal, con texto, dirección y actuación del propio autor.

Habrá que echar mano de las ideas de algunos estudiosos que hacen partir la contemporaneidad del drama de autores como Strindberg, no ya de Jarry o de Beckett. Porque el drama ha cambiado mucho desde las postrimerías del siglo XIX y muy particularmente desde el siglo XX y su parafernalia de invenciones. Su diversificación es de una riqueza que escapa a la clasificación de los especialistas.

Foto: Omar Saucedo

Sin embargo, a estas alturas se distinguen dos grandes vertientes: los que abogan por un teatro que cuenta una historia a partir de un texto dramático y los que prescinden del texto y apuestan por un teatro que rompa cualquier fórmula tradicional. Las fronteras entre una y otra no son tan claras como a simple vista parece.

¿Qué hizo Iván Sandoval en su obra? Cuenta una historia, pero la cuenta a partir de varias voces, de varios personajes presentes o no en el espacio de actuación: Deméter, Perséfone, Sporo, un corifeo… ¿Y qué cuenta esta historia? Bien, esta historia narra, a su vez, una historia, una en la que se mezclan personajes mitológicos, personajes históricos y personajes de esta actualidad. La historia presenta a un personaje narrando una historia.

Iván Sandoval realiza un ejercicio de amplia cobertura en el Teatro: la actualización del mito. Directores de escena, maestros de actuación, dramaturgos-coordinadores de talleres de Drama: todos alguna vez han sugerido a sus alumnos, como lo hacía la eminente Luisa Josefina Hernández en la UNAM, redactar un texto dramático en el que los personajes fuesen encarnaciones actuales de los conflictos vividos por Medea, Electra, Edipo, Antígona o Áyax.

Nada más vigente que la violencia, la traición, el amor despechado, la ambición, el desencanto, el ansia de poder. Tales pasiones parecieran inherentes a la constitución anímica de los seres humanos. Pero ¿cómo hacer presentes, aquí y ahora, a un Orestes, a una Medea? Todos sabemos que más allá de las revoluciones tecnológicas, la vida humana sigue gobernada por pasiones muy similares a las de hace 25 siglos o más: podemos verlo en torno nuestro, en nuestra propia vida y hasta en la sección roja de los periódicos.

Como escritor, Iván Sandoval ha “tomado” de la mitología grecolatina a dos personajes femeninos, a dos divinidades: Deméter –o Ceres, diosa “de la agricultura”- y Perséfone –o Proserpina, hija de Zeus y Deméter; misma que fuera raptada por Hades para hacerla vivir con él en el Inframundo-. Otro personaje es Sporo, y otro más, una suerte de “corifeo”, o de plano, un “coro”, que en este caso, representa a las personas que buscan a sus parientes desaparecidos por la brutal criminalidad que asola nuestro país.

Foto: Omar Saucedo

Importante este elemento “coral” en la obra: alude, sin duda, al pasaje del mito en que Deméter “toma la apariencia de una anciana venerable” para continuar con la desesperada búsqueda de su hija sin ser reconocida. Pero esta “anciana venerable” representa, en nuestra realidad, como antes dije, a todos los que buscan a y claman por las innumerables víctimas del crimen. 

¿Qué relación guardan todos estos personajes entre sí y cuál es su conexión con nosotros, los espectadores? ¿Es “arbitraria” esta combinación de temas, personajes, conflictos y circunstancias míticas, históricas y contemporáneas? ¿Qué tienen que ver Deméter y Proserpina con los desaparecidos –o inocentes asesinados- en nuestro momento, con las muertas de Juárez, por ejemplo, o con los jóvenes normalistas de Ayotzinapa entre muchos/as otros/as?

La respuesta es obvia: hay una enorme relación y esa relación no es arbitraria, aunque a los ojos de un purista así pudiera parecer. Por fortuna, dramaturgos verdaderamente rupturales, como Heiner Müller y otros, han liberado al drama de la esclavitud preceptiva de una hipotética e inamovible “tradición teatral”. Porque cuando el arte se ve disecado por la tradición es saludable cambiar el juego, dar una vuelta a la tuerca.

El problema radica en saber cambiar la estructura de ese juego y en saber qué llave utilizar para dar esa vuelta de tuerca. Como un espectador cualquiera, porque eso soy, entro en la sala, acompañado por Sandra, mi alumna de la Licenciatura en Letras Españolas de la UA de C. El “monodrama” (Joseph Danan: “Léxico del drama moderno y contemporáneo”. Dir. J.-P. Sarrazac. Paso de Gato, México, 2013) da inicio cuando el “oficiante” –Iván Sandoval- camina entre el público, que fue acomodado en torno de un espacio de actuación cuadrangular, y distribuye frutos secos entre algunos de nosotros… 

Enseguida se abre el “juego dramático”. El actor representa a Sporo, quien cuenta la historia de Deméter y Proserpina, pero luego él mismo –Sporo- adopta los caracteres de las deidades y habla con la voz de ellas a través de máscaras y cabezas de material sintético. ¿“Rodeo de sueño”, como diría Sarrazac? ¿Acto posdramático, como diría Lehmann? Lo cierto es que Iván Sandoval regresa a la infancia y juega al teatro en el sentido más primigenio y puro de la expresión; juega al teatro como lo hacen casi todos los niños del mundo cuando hacen de una toalla una capa o un caballo de una escoba.

¿Y quién es Sporo, el narrador de “la historia”? Sporo fue un joven romano de quien el célebre Nerón quedó prendado pues era muy parecido a Poppea, una de sus esposas fallecidas. El emperador ordena castrar a Sporo y lo convierte en su oficial consorte… Después, la joven “esposa” del loco del Imperio es obligada a representar a Perséfone en el teatro, donde es secuestrada y de verdad violada por un bien equipado y musculoso “Hades”. Muy poco después, el desdichado joven castrado terminó suicidándose.

Iván Sandoval regresa a la infancia y juega al teatro en el sentido más primigenio y puro de la expresión./ Foto: Omar Saucedo

Según mis pesquisas y observaciones, éste es el personaje que lleva la voz protagónica en el monólogo de Iván Sandoval. Lo único que une a Sporo con Perséfone es el teatro: el secuestro y la violación son parte de la leyenda mitológica, sí, y también de la obra representada con anticipado y total “realismo” en aquel escenario neroniano, de funesta memoria. ¿Una clave intercalada por el autor? ¿Un acertijo que esconde una confesión?
Sea cual sea el caso, es necesario señalar algunos puntos. El espectáculo unipersonal de este joven teatrista, egresado de la Facultad de Artes Escénicas de la UANL, requeriría de algunos ajustes en el plano escénico. Si el actor ha de hacer trabajo corporal, necesita entrenar su cuerpo no sólo en las diversas formas de la biomecánica sino, de ser posible, en la danza contemporánea y en otras expresiones; si hay que  entrenar la voz y todas sus posibilidades, es ineludible continuar. Varios pasajes del montaje podrían mejorar muchísimo si hubiese una verdadera coreografía, un trazo más limpio y un registro de transiciones y entonaciones menos incierto.

El Iván Sandoval dramaturgo puede atender la estructura general de su obra, determinar qué es lo que quiere decir, qué carácter poseen sus personajes y administrar un tanto su presencia anímica en el texto: convertirse en un “sujeto” no “épico” sino “rapsódico”, como diría Sarrazac (“Reparto de voces”, en: Dir. Jean-Pierre Ryngaert. “Nuevos territorios del diálogo”. Paso de Gato, México, 2013). Su obvia necesidad de hacer un teatro polifónico y de denuncia social; su propósito de hacer un teatro al mismo tiempo épico, político y lírico alcanzaría espléndidas soluciones en las múltiples formas contemporáneas del drama.

El Iván actor tiene capacidad, pero necesita de un alto grado de sentido autocrítico o de un director, de un verdadero director de actores y de escena. El auxilio y la colaboración de Cecilia Vázquez (diseño de imagen), María José (vestuario), Carla Gonzales (audio, iluminación…) y Rogelio Palos (máscaras) fueron de gran eficacia, pero por desgracia, no basta. En el teatro todos los recursos complementarios pueden ser maravillosos, pero si el trabajo actoral falla, cuidado: la cosa simplemente no resulta.

Iván Sandoval no falla en este montaje, pero sus posibilidades son mucho más que las que pudimos ver en esta ocasión, al menos como actor. La dramaturgia y la dirección de escena son temas, aunque vecinos, diferentes.