Quiero ser y no ser Maradona

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Quiero ser y no ser Maradona

Foto: Unsplash
Quiero ser como Diego Maradona para vivir con intensidad sorda absolutamente todo. Quiero soportar con la misma apariencia física, pública de Maradona, la relación con la gente que le da las ¡GRACIAS! al número 10 argentino

Quiero ser Diego Armando Maradona (Lanus, 30 de octubre de 1960-Dique Luján 25 de noviembre de 2020) para jugar al fútbol como Dios y así poder a la familia ayudar. Ser reconocido por varios especialistas, exfubolistas y aficionados internacionales como el “mejor futbolista de la historia. Quiero ser Maradona, el entrenador, el medio campista ofensivo y delantero catalogado por muchos medios como el “mejor jugador de la historia en la Copa Mundial”, (en el cual además ser el “mejor jugador” y campeón del mundo con Argentina 1986, subcampeón en 1990 y el campeón del Mundial juvenil en 1979). Quiero ser Maradona para vivir aquella tarde de verano donde el 25 de junio, Argentina se había coronado campeón mundial de futbol, venciendo 3 a 1 a la Naranja Mecánica. Ser elegido por la FIFA como el “mejor futbolista popular del siglo XX”. Quiero ser como Maradona, en pocas palabras, porque pasaría a la historia como “el mejor jugador de balompié de todos los tiempos”. 

Quiero ser como Diego Maradona para vivir con intensidad sorda absolutamente todo. Quiero soportar con la misma apariencia física, pública de Maradona, la relación con la gente que le da las ¡GRACIAS! al número 10 argentino, es decir, con millones de desconocidos que te tocan. Quiero ser realmente joven, realmente viejo, realmente gordo, realmente colocado, realmente motivado, realmente enamorado, realmente desencantado, y ser así de transparente incluso rodeado de payasos, de fantasmas, de oportunistas: como consigue ser Diego Maradona. Quiero ser el astro del futbol argentino para, con el mismo ímpetu de desenfreno, defender la tradición y a la vez echarle sal, aceite y comérmelo todo, romper el mundo para mí, escupir encima de todo, vaciar la vejiga a reventar de beber tanta cerveza, inhalar unas buenas líneas de erythroxylum novogranatense y ser el más humano de todos. Quiero destrozar mi cuerpo, imprescindible para continuar haciendo lo que deseo hacer, lo que no consigo vivir sin hacer. Quiero morir, no por las drogas ni por el peso de la familia ni por el peso de los triunfos ni por el fantasma de los fracasos, sino por mi debilidad: porque el cuerpo ya no aguanta para recibir más. Quiero ser Diego Maradona para entrevistar a Pelé quien “un día espera que podamos jugar con el balón juntos en el cielo” o para que mi paisano el Papa Francisco rece por mí y recuerde “con cariño nuestros últimos encuentros”.  Quiero ser Maradona para bailar un tango al ritmo de canciones que me escriban: “Maradona” de Andrés Calamaro, “Y dale alegría a mi corazón” de Fito Páez, “La mano de Dios” de Rodrigo Bueno, o “El Maradona Blues” de Charlie García y Claudio Gabis. Ser Maradona para que en mi memoria el alcalde de Napoli cambie el nombre del Estadio San Paolo por el de Estadio Diego Armando Maradona. Quisiera ser Maradona y junto a Carlos Gardel ser un ícono del pueblo argentino. 

Quiero ser Diego de Velázquez para, en vez de pintar a la Infanta Margarita de Austria o al Conde Duque de Olivares, tener en mi estudio de Madrid en 1659 a Maradona. Y quiero ser Diego de Velázquez para pintar un retrato de la selección de futbol en la misma sala de las Meninas y en lugar de las Meninas. Y quiero ser Francisco de Goya para pintar a Maradona con todas las horas que invirtió jugando en la calle a la pelota o para inmortalizarlo en un lienzo -corriendo con el esférico como si fuese una parte más de su cuerpo- en San Antonio de la Florida. Y para hacer la más negra de las pinturas negras, con Diego levitando como una bruja o enterrado hasta las rodillas dando garrotazos al aire. Quiero ser Diego Maradona porque no me basta con ser Pablo Picasso.

Mi gloria será desde ahora disfrutar de pequeños lugares comunes cada vez más interesantes: los amigos, los bares, los coches, las drogas, las prostitutas. Quiero habitar ese desorden final, ese límite del caos. Disfrutar desde la locura de la carne, hasta la decadencia de la carne. Quiero que se abran todas las puertas de mi cerebro límbico y de mi corazón, y meterles a los ingleses, en un mismo partido, dos goles: uno con la mano izquierda, “la mano de Dios” y otro regateando con la zurda a todos los adversarios. Quiero ser por un momento Dios para ponerle nombres y apellidos a cada uno de los adversarios de aquellas tardes. Quiero ser Maradona para que me aplaudan en directo 150.000 personas; para que llore de emoción en un mismo segundo; y cuando yo mueva un pie, medio planeta esté postrada frente a la tele.

Quiero ser Maradona para desaparecer de todo eso, lleno de todo eso, a tope de todo eso, quiero llevarme el alma de media humanidad a la cama, al baño, al jardín, a la sala, a la cocina. Quiero ser Maradona para comer paella en Alicante a las tantas de la noche después de haber prometido volver a los entrenamientos. Quiero que me detengan en Sevilla porque conduzco un Ferrari a 200 kms. por hora a la altura de la Giralda y con total descaro decirle al policía: “soy Maradona y llego tarde al partido”. Quisiera ser Maradona para dar carne a los carniceros. Para que el resto del mundo-la parte del mundo que no es Maradona- funcione algunas horas del día, solo para hablar de mí, aunque sea mal. Quiero ser Maradona para servir de mal ejemplo, del peor ejemplo, es decir: para que cada cual piense que la vida que lleva, que ha llevado, y llevará, no es una mediocridad de vida, una vida sin sentido, inexperta, vacía de experiencias comunes; sino algo loable, cercano a la familia, el progreso en el trabajo, los hijos y toda esa inmundicia que el sistema nos inculca desde la infancia. Quiero que me quieran como un ídolo, es decir, como Diego Maradona necesita que le quieran. Que el 25 de noviembre coincida con la fecha de fallecimiento de mi padrino Fidel Castro. Que en tan solo diez minutos la noticia de mi muerte tenga 370 millones de vistas y 350 millones de tweets. Quiero ser Maradona para que cuando muera se cumpla lo que Nietzsche formuló: D10S ha muerto. Quiero ser Maradona para tener una despedida multitudinaria más cuantiosa que la de Eva Perón. Quiero ser Maradona para hacer lo que se me pegue la gana y jactarme de eso.

Y ahora están las razones por lo que no quiero ser Diego Maradona. Por ejemplo, no tener que regatear, una vez más con la muerte, mi inmortalidad ni reclamar el no haberme muerto a tiempo, sino hasta los 60 años. Saber que, no basta para ser perdonado el aceptar que uno puede “equivocarse y pagar, para que la pelota no se manche”. No quiero ser Maradona solo por tener que soportar un cuerpo difícil de ordenar o por estar rodeado de una familia jamás querida ni deseada, o por no tener el dinero que antes tenía, o por vivir de homenajes cuando quisiera seguir viviendo de mi talento. No quiero ser Maradona y no estar presente en los cumpleaños de las hijas o lo que es peor, amar a mis hijos como Diego amó a sus hijas, con esa pasión ciega, que te llega de lo peor de tu educación, de las imposiciones arcaicas de lo sagrado familiar, lo sagrado religioso, lo sagrado legal, lo sagrado policial, lo sagrado militar, lo políticamente sagrado.  No quisiera ser Maradona solo porque “la venganza estaba escrita” en el primer doping que me hicieron en Italia. No quiero ser el Maradona que no ganó la Champion League. No quiero ser Maradona y tener que aceptar, en definitiva, que Pelé es el mejor jugador de la historia del fútbol. No quiero ser Maradona sabiendo siempre que el dinero no era problema, que el problema era otro: ser esclavo de los escándalos volcánicos. No quisiera ser Maradona y tener que invitar a mis amigos a todo tipo de excesos del cuerpo y la cabeza, considerando de entre estos últimos, los apacibles diálogos donde nos escuchamos y nos respondemos con el corazón bombeando vinos muy caros, detalle que ya nuestra sangre se merecía de una vez por todas. No quiero ser Diego Maradona para estar en los mismos hoteles que él, para acostarme con las mismas mujeres, para romper puertas a patadas, para tirarle a diestra y siniestra con un rifle de perdigones a la prensa internacional. No quiero ser Maradona y querer matar periodistas que vienen a arrancar de mí, que soy Maradona, tajadas fútiles, sensacionales, irreflexivas. Que el 25 de noviembre coincida con la celebración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, y se recuerden los casos que gracias a mi influyentísimo se revistieron de impunidad ante las denuncias en mi contra en las que estoy acusado por violencia contra la mujer, pedofilia, adicciones, es decir, por ser un macho drogadicto, agresor, golpeador, maltratador de mujeres y pederasta. No quiero ser Maradona para encerrarme en mi habitación a deprimirme por mi agonizante condición de ser un moribundo abatido por la consagración de las fechorías de un genio cuyo don futbolístico lo empujó a la deriva, al precipicio, al vacío. No quiero ser Maradona y que me encuentre la cocinera tirado sobre el piso y escuchar sus gritos pidiendo ayuda a mi sobrino Johny, quien marca al 911 para pedir la ambulancia mientras mis loqueras le hablan a un médico vecino que trató en vano de realizar los primeros auxilios con reanimación cardiopulmonar. No quiero ser Maradona para que me trasladen de la morgue al hospital de San Fernando donde se me declare con muerte - sin violencia- y con características naturales cardio respiratorias de un edema pulmonar e infarto al miocardio. Sin embargo, oficialmente hasta que no se conozcan los resultados de la autopsia en realidad se sabrá si mi deceso fue solo el pago de la factura del consumo de la misma droga con la que en muchas ocasiones le daba ventaja al rival. No quiero ser Maradona y sentir indignación ante el revuelo que causaron las imágenes filtradas de unas selfies con mi cadáver en el ataúd, tomadas por tres trabajadores de la Funeraria Pinier, que prestó los servicios de velación. No quiero ser Maradona para que en medio de un ambiente festivo de euforia y fanatismo de pronto el féretro con mis restos tenga que ser retirado y llevado a otra improvisada capilla ardiente de la Casa Rosada; mientras la policía utiliza gases lacrimógenos para controlar la situación ocasionada por los incidentes y los disturbios producidos en las inmediaciones y por el descontrolado ingreso a la sede del Gobierno argentino de miles de cientos de personas que no guardan su sana distancia en plena pandemia. No quiero ser el Maradona y estar sepultado en el cementerio del Jardín de Bella Vista en vez de jugar al futbol.

No quiero ser Maradona, un egocentrista que profesó la religión maradonaria que sostiene que no hay nadie sobre la faz de la Tierra que juegue como Maradona y, eso me convierta en víctima del éxito o en el mejor de los casos, en un mártir del elogio. ¿Héroe o villano? ¿Gloria o infierno? “El Cisne de Avon” en su tragedia Hamlet III Acto Escena 1 escribe: “Ser o no ser, esa es la cuestión…”  Ser un ídolo, una leyenda o no ser un demonio, un monstruo. ¿Ser o no ser Maradona? Quiero ser Diego Maradona para que desde el más allá Gustavo Cerati cante este texto. Quiero ser Borges, Cortázar o el Ché Guevara, pero, ya que puedo elegir, prefiero ser Diego Maradona. Quiero ser Anne Sexton, la poeta americana para vivir una vida salvaje, pero antes, permítanme ser Diego Maradona. Pensándolo bien, mejor no quiero ser Maradona.