¿Qué quieren?

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¿Qué quieren?

La navaja de Ockham y la de Pedro Navaja pertenecen a clases distintas, por principio. La navaja de Pedro se parece más a la del personaje central en la nueva obra de Miguel Calderón (“Camaleón”; 2017). Ambas son usadas en pos del crimen y de la violencia. En cambio, la navaja de Ockham sirve para cortar y menguar argumentos y retóricas inútiles, parloteo y discusiones interminables. Este principio, expuesto de la manera más burda y tradicional dice que si uno debe elegir entre una explicación sencilla y una complicada hay que inclinarse por la primera, es decir, la más simple. La complicada sería la que posee más hipótesis o causas para explicar un hecho o fenómeno evidente. En otras palabras: no hay que inventar tantas causas o hipótesis sobre lo que está atormentando y destruyendo a México cuando la sencillez para describir lo que sucede resulta abrumadora. Es posible que alguien me aleccione y me diga que el fraile franciscano y filósofo nominalista inglés, Guillermo de Ockham (1280-1349), pensaba en el lenguaje o en la física, más que en asuntos sociales. No lo creo; era un franciscano y por lo tanto, detrás de todo su despliegue filosófico se encuentra la preocupación por el ser humano, sus carencias y sus sufrimientos. “Vine al Reino Unido porque me dijeron que aquí vivía mi padre: un tal Guillermo de Ockham”.

En política las hipótesis acerca de los crímenes cometidos en la sociedad mexicana se multiplican de una manera desmedida y, en consecuencia, cualquier verdad se hace difusa o se pierde entre tanta discusión interesada. Yo me atrevo a afirmar que el cúmulo de bravatas (por parte de los participantes en política), insultos, hipótesis relativas a los crímenes sucedidos (fosas, secuestros, desapariciones, pésima administración pública), declaraciones a la prensa, pugnas entre partidos y candidatos, tienen en esencia una finalidad: continuar en el mismo lugar, que nada se mueva, que los privilegios y crímenes continúen, y que la justicia se torne cada vez más lejana. Se le da la espalda a la contienda razonada y a la sencillez de los argumentos. Quiero decir que la complicación de las causas de la derrota –o retórica del diagnóstico– no es complejidad creadora de formas simples (Luhmann), sino ocultamiento y nubes de humo. Cualquier persona de la calle sabe, por experiencia propia, que las instituciones públicas en México han sido corroídas desde décadas atrás por la corrupción (ejército, seguridad, etcétera); y no se salva ninguna, puesto que no es un mal propio de una sola institución y sí una lacra social que es tolerada por los gobiernos más ineptos (ellos mismos también atacados por la corrupción). Vean ustedes: yo creo, como lo pensó y expuso el filósofo pragmático John Dewey (1859-1952) que la democracia es una idea fundamentalmente moral y que su sustento son las instituciones educativas (agrietadas hoy también por la corrupción, descuido, obsesión tecnocrática y opacadas por la industria del entretenimiento). Es así porque si uno desea que haya mayor bienestar en su vida cotidiana, no tendría que perderse entre tanta “argumentación” absurda y viciada que le transmiten los medios y la andanada “política”. Dewey pensaba que es posible criticar y señalar a las instituciones cuando no satisfacen las necesidades sociales que ellas mismas deberían de satisfacer. Y las tendrían que satisfacer puesto que representan el pacto que los seres humanos hacen para sobrevivir de la mejor manera posible (Estado). ¿Algo así sucede en México? ¿Se siente usted seguro cuando transita en la vía pública? ¿Ha progresado económicamente luego de tanto esfuerzo y trabajo, no sólo de usted, sino de las generaciones de su familia que lo precedieron? Y así. 

El constante descubrimiento de enormes fosas clandestinas en que los criminales ocultan cadáveres no es un hecho que pase inadvertido para casi nadie. Y si estos atroces crímenes han sucedido es porque hay ineptitud, complicidad e incluso participación activa de los gobiernos locales o federales (provengan del partido que sean). La sospecha sobre la incapacidad gubernamental es siempre adecuada y necesaria. ¿Acaso hay que volver a insistir en que una vez que el político obtiene –vía el voto o el dedazo– un cargo de representación pública, entonces debe gobernar para todos? La realidad política nos convierte en maestros de civismo. Al único candidato a la Presidencia (o a un puesto de elección popular) que yo defendí en alguna columna (en el suplemento cultural del periódico Crónica) fue al señor López Obrador cuando el poder en turno intimidaba con “desaforarlo”. Después me decepcioné a causa de su incapacidad para conversar con los enemigos y de su solipsismo idealista. A partir de sus discursos incendiarios entregó la idea de “izquierda” a quienes han hecho de este País un lugar menos habitable (no entiendo cómo ese tal Fox y Felipe Calderón poseen el descaro de dirigirse públicamente y a posteriori a un País que ellos mismos han ofendido con su ausencia de miras y su raquítica noción de Estado). Es un reproche personal y vigente. A los candidatos actuales a la Presidencia (a excepción de José Narro) los considero de muy poca monta, a no ser que pongan a disposición de quienes carecemos de furor partidista un programa inteligente, sencillo (navaja de Ockham) y sobre todo posible y pertinente de lo que será su trabajo en el Gobierno (no ilusiones destinadas a los analfabetas) en pos de conservar un país que está dejando de existir. Me conforta llegar a viejo y percatarme de que mi pesimismo ha sido fundado. Lo único que podría sugerirles –consejo personal y subjetivo– es que se hagan preguntas sencillas respecto a su papel, posición y felicidad en la vida social, que desconfíen de quienes no reconocen sus errores y privilegios, y también de aquellos que hacen política por medio de ataques y vituperios y cuyo programa político y deliberación crítica consiste en denigrar a los demás (aunque tengan motivos de sobra para hacerlo), sean éstos del Gobierno en turno, poderosos empresarios, periodistas o “salvadores de la nación” Rara vez me pronuncio acerca de estos temas, pues ustedes saben que a mí la izquierda, la derecha (lo que sea que esto signifique), me tienen apartado y me consideran un ser extravagante y no manipulable (para ellos yo, al menos, no existo), pero después del constante descubrimiento de más fosas clandestinas, de la incapacidad de impartir justicia y seguridad a los habitantes por parte de los gobiernos en turno, debo, por mera noción de libertad y dignidad de moribundo escribir esta columna.