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¿Qué ocurre en el cerebro cuando tenemos miedo?
Los payasos siniestros, los vampiros y los zombies vuelven por Halloween y, con ellos, nuevas películas de terror y de catástrofes: razones suficientes para echarse a temblar. Pero ¿qué ocurre exactamente en el cerebro cuando nos asustamos?
Las personas reaccionan de forma instintiva ante potenciales amenazas como un grito estremecedor o el lanzamiento de una piedra, escondiéndose o protegiéndose la cabeza con los brazos.
En esa reacción interviene la amígdala cerebral, compuesta por dos núcleos de neuronas en forma de almendra y que constituye el centro del miedo justo encima del tronco cerebral. Inmediatamente después de que los estímulos sensoriales pasen por el tálamo llegan a la amígdala y, desde allí, son distribuidos por dos caminos.
El camino más rápido de los dos provoca reacciones espontáneas en todo el cuerpo. Quedarse petrificado, huir o luchar son las posibles reacciones a una amenaza, y tienen lugar incluso antes de que se haya identificado exactamente de qué se trata.
La señal de los estímulos sensoriales llega también al cortex por el camino que es unas fracciones de segundo más lento. Esta zona del cerebro obtiene una imagen ordenada y clara de la amenaza y entonces refuerza la reacción de defensa o la detiene por falsa alarma.
Según el neurocientífico Joseph LeDoux, el miedo en el ser humano es algo más que la detección de una amenaza. "El miedo es un concepto, no 'algo' en el cerebro", afirma.
La expectativa de que nos pueda ocurrir algo malo desencadena una cascada química. Las señales de alarma se extienden por otras partes del cerebro, como el hipotálamo, y después por el cuerpo gracias al neurotransmisor glutamato. Entonces la médula suprarrenal produce grandes cantidades de adrenalina -la hormona del estrés-, el nivel de azúcar en sangre aumenta, el corazón se acelera y las palmas de las manos empiezan a sudar.
En el caso de que la amenaza desaparezca, la hormona tranquilizante endorfina se libera y recorre el cuerpo. Este cóctel de hormonas es la razón por la que a tanta gente le gusta sentir de vez en cuando miedo, y cuentan con la ventaja de que puede activarse simplemente escuchando una historia de terror ante la chimenea.
El miedo aparece también a menudo mientras dormimos. Entre las pesadillas más comunes que persiguen una y otra vez a los niños se encuentran aquellas sobre agresiones o violencia (un 45 por ciento), los accidentes (29), las persecuciones (23) y las catástrofes (4).
Por el contrario, los adultos suelen tener pesadillas con huidas y persecuciones (26 por ciento), episodios violentos (20), anomalías corporales (17) y fracasos (7). Mientras, las niñas y las mujeres suelen tener más a menudo sueños recurrentes con temas positivos.
En cuanto a las apariciones de fantasmas, algunas son simplemente fruto de una ilusión óptica. Si una persona mira durante 30 segundos la imagen de una calavera y después, una superficie vacía, seguirá viendo la calavera durante unos momentos. Esto ocurre cuando los receptores de la luz de los ojos se cansan por mirar fijamente a un punto y dejan de reaccionar de forma flexible.
Lo mismo ocurre con las imágenes en color. Una parte de los receptores de los ojos que detectan el rojo, el amarillo o el azul, dejan de funcionar brevemente por cansancio después de mirar fijamente a una imagen, por ejemplo azul. Entonces, al mirar hacia una superficie vacía se ve la misma fotografía en el color complementario, naranja en este caso, compuesto por las señales de los receptores del rojo y el amarillo.