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A Winston Churchill le gustaba decir que Estados Unidos hace invariablemente lo correcto después de haber agotado todas las otras posibilidades. Este dicho es quizá la única esperanza con respecto a las elecciones primarias presidenciales que se avecinan.

Hay tres factores que explican el éxito de candidatos como Donald Trump, Bernie Sanders y otros. El primero es la alta barrera de entrada para personas con un costo de oportunidad de participar. El segundo es la polarización del sistema político y, el tercero, resultado de la crisis económico financiera de los últimos ocho años.

Basta ver unos minutos de los noticiarios de ese país durante todo 2015 para darse cuenta que no hay otro tema que no sean sus propias elecciones. Sólo la crisis siria de refugiados o los ataques en París y San Bernardino dieron cierta pausa a la ininterrumpida cobertura sobre las elecciones de noviembre de 2016, aunque esas pausas eran también tratadas en relación a su impacto en el proceso electoral que aún no empieza.

La opinión pública de EU habrá dedicado la abrumadora mayoría del espacio durante dos años para discutir sobre sus elecciones. En casi todas las otras democracias el proceso de cambio de estafeta del jefe de gobierno no dura sino semanas o algunos meses. El tamaño y la geografía explican en parte las largas precampaña y campaña, pero no solamente. En los hechos, el proceso se ha convertido en una alta barrera de entrada que desestimula la participación de quizá los potenciales mejores candidatos.

La intensidad del proceso favorece a individuos con un bajo costo de oportunidad de su tiempo. La gran mayoría de los candidatos están, de hecho, desempleados: multimillonarios cuyos negocios no dependen de su presencia, senadores que ignoran las discusiones camerales y faltan a la mayoría de los votos, exmiembros del gabinete con alto reconocimiento de nombre y gobernadores de estados con piloto automático.

Las precampaña y campaña son también, por supuesto, una gran industria que poco tiene que ver con la democracia: de ellas viven miles o decenas de miles de consultores, periodistas, comentaristas, encuestadores, canales de televisión y radio, grupos de interés y muchos más que se opondrían a un sistema más corto y menos caro.

Además de las barreras de entrada contrarias a la competencia y que reducen el universo de candidatos para los electores, las primarias se han vuelto un proceso tan o más importante que las elecciones constitucionales, particularmente para candidatos al Congreso. Para la mayoría, la primaria es la elección clave para ser electo al Congreso ya que con el tiempo se han rediseñado los distritos electorales para que sean republicanos o demócratas, lo que se conoce como gerrymandering. El efecto ha sido perverso ya que las primarias concitan una menor participación ciudadana que favorece a los extremos de derecha e izquierda.

Así, la polarización que vive Washington y los noticiarios de televisión de paga es producto del rediseño de los distritos electorales con el objetivo de fortalecer las posibilidades de los congresistas en funciones.

A este coctel perverso hay que añadir el impacto político de la crisis económica más importante en décadas. A cada crisis que destruye riqueza corresponde el equivalente del Fobaproa y a cada Fobaproa un AMLO. A TARP, el programa de rescate de Estados Unidos, corresponden Trump y Sanders, al rescate europeo, SYRIZA en Grecia y Podemos en España.

Es en este contexto que Trump tiene éxito: un sistema político que produce candidatos de poca monta, rivales sin peso para enfrentarlo; un ambiente polarizado que no favorece la deliberación; un campo fértil para apelar al miedo y no al sentido de justicia u optimismo de los estadounidenses.

Las primeras semanas de 2016 serán decisivas para saber si al final prevalece el sentido común y de responsabilidad de la mayoría. La apuesta de Trump es que éstos ya no son lo que eran antes. El proceso hasta ahora ha dejado mal parada a la comentocracia que se ha equivocado repetidamente. Hay una posibilidad adicional: si las primarias no resultan en un candidato que acumule el número necesario de delegados para las convenciones a finales de abril, no es imposible que entren en escena otros hoy no considerados: Mitt Romney del lado de los republicanos y, aunque con una probabilidad mucha más baja por la sólida posición de Hillary Clinton hasta ahora, John Kerry o Joe Biden de los demócratas.

Twitter:@eledece