Que la fuerza les acompañe

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Que la fuerza les acompañe

Lo diré pronto para no dejar lugar a dudas: “Star Wars” es mi película -mi saga- favorita. He sido fan desde siempre y lo seguiré siendo mientras la franquicia salida de la imaginación de George Lucas mantenga la vocación mostrada hasta ahora para crear universos de fantasía en los cuales se nos antoja vivir.

Como cualquier persona decente (o con aspiración por la decencia, al menos) encuentro en el lado luminoso de “La Fuerza” una vocación deseable y en el lado oscuro las señales precisas del camino por el cual no se debe andar.

Mi género favorito del cine es la ciencia ficción. Pero no es el hecho de pertenecer a este apartado de la cinematografía la razón fundamental por la cual “La Guerra de las Galaxias” se ubica en el número uno de mi clasificación personal de películas favoritas.

La razón fundamental por la cual soy fan de esta serie de sucesos ocurridos en una galaxia muy, muy lejana, es su cercanía con la concepción de la trascendencia con la cual me identifico mejor; su capacidad discursiva para señalar cómo, sin importar cuál tipo de ser vivo encarnemos, existe un “algo”, un hilo a través del cual todos nos encontramos conectados.

Ésa es, desde mi punto de vista, la principal virtud de Lucas al crear el universo “Star Wars”: capturó en celuloide (aunque ahora ya no se use) la mejor metáfora de Dios. O, al menos, la mejor metáfora conocida por acá, su charro negro (lo negro no implica ninguna atisbo de identificación con Darth Vader, por supuesto).

No se trata de un invento de Lucas, por supuesto. La dualidad de las cosas ha sido planteada por múltiples concepciones cosmogónicas a lo largo de la historia de la humanidad. La necesidad del equilibrio -del “balance de la fuerza”- es planteada muy bien, de forma gráfica, a través del símbolo del ying y el yang característico del taoísmo, por ejemplo. 

Las religiones cristianas plantean en la trinidad celestial, por un lado, y en el demonio, por el otro, su particular visión respecto de la idea según la cual todos los elementos del universo vivo están integrados por dos segmentos, uno “bueno” y el otro “malo”, en pugna constante.

Más allá de las religiones, cualquier concepción moral del mundo divide las posiciones extremas a las cuales los humanos podemos adscribirnos ante determinada circunstancia en “buenas” y “malas”, en “deseables” e “indeseables”, en “aceptables” e inaceptables”.

Pero en casi cualquier concepción del “bien” y del “mal” a la cual podamos asomarnos prevalece una constante: la “necesidad” de la derrota, de la extinción, de la aniquilación de la parte contraria. En la concepción a la cual la inmensa mayoría de nosotros se suscribirá, por supuesto, la impronta es el “triunfo indispensable” del bien sobre el mal, pues de otra suerte la catástrofe sobrevendrá.

Y ahí es donde encuentro la gran virtud discursiva de Lucas en el universo “Star Wars”: su saga no plantea la necesidad de arrojar luz sobre la oscuridad como presupuesto indispensable para la consecución de un final feliz.

No lejos de tal posibilidad, pero sí con la suficiente distancia como para marcar una diferencia notable, el creador de los jedis concibió a éstos -y éstas- no como justicieros responsables de perseguir a “los malos” y erradicarlos de la galaxia, sino como guardianes del equilibro de la fuerza.

El propósito de la orden cuyo decano es el adorable Yoda, va más allá de la vocación de un monje budista amante de la paz -porque ha sido capaz de encontrarla primero para sí-, quien busca instaurarla en el resto del planeta a partir de su ejemplo personal de templanza y paciencia.

Los jedis son individuos a quienes les han sido revelado los secretos de “La Fuerza” y por ello gozan de paz interior pero tienen, además de la responsabilidad de mantenerse personalmente en equilibrio, utilizar sus habilidades para sostener el balance de los dos lados de “eso” de cuya estabilidad depende la supervivencia de los seres vivos.

Y para lograrlo pueden incluso utilizar la violencia, segar vidas y destruir cosas, pero el secreto de tal actuación extrema se encuentra en entender hasta dónde la violencia logra su propósito de garantizar efectivamente el equilibrio, pues tampoco se trata de exterminar al lado oscuro.

¿Por qué? Porque la porción oscura de “La Fuerza” es necesaria, constituye una parte intrínseca del todo, es el complemente indispensable de la luz, sin cuyo concurso el universo no solamente carecería de sentido, sino resultaría absolutamente inviable.

Así como el sonido requiere del silencio para ser apreciado; la materia requiere del vacío para adquirir dimensión o el calor requiere del frío para ser contrastado, el lado oscuro de “La Fuerza” es indispensable para dotar de sentido y plenitud al lado luminoso de ésta.

La séptima entrega de esta saga legendaria ha llegado a las pantallas. Como fan mi opinión está sesgada -sesgadísima-, por supuesto, pero no puedo sino recomendarla ampliamente.
Larga vida a “La Fuerza”.

¡Feliz fin de semana!

carredondo@vanguardia.com.mx
Twitter: @sibaja3.