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Que el tiempo haga su trabajo
Hay una conversación entre la lápida de Gustave Doré -aquella que viera hace veinte años en Père Lachaise-, y la lápida que ahora resguarda la tumba de mi padre: pocos trazos.
Busqué que su nombre, al igual que el de Doré, quedara labrado en el canto inferior. Si bien aquella tumba es larga y amplia en su lápida, ésta es pequeña, pues el cementerio busca generar una atmósfera de jardines continuos, debo decir, sedientos de agua, áridos en algunas de sus partes.
-¿Entonces el nombre y las medias lunas los quiere solo cincelados? ¿Nada de pintura negra para que resalten?
Me preguntó el hombre que había dado forma y pulido el mármol. Sus ojos eran dulces, de esos que han acompañado a la muerte muchas veces. Su cuerpo fuerte, estaba hecho para esas tareas.
-No, nada. Solo cincele el mármol y que el tiempo haga su trabajo.
Veo con los ojos eclipsados pasar el tiempo y formarse polvo entre las letras, veo hilos de tierra y agua que dan forma a un color café, que rellenan y se pasean por esas horadaciones. Encima de la lápida, mi madre sugirió agregar un canto. ¡Hecho está!
Y es que pasaron meses de no saber. Tardó primero en llegar el mármol, tardé luego en hacer realidad una conversación con Enrique Luis.
-Claudia. Vamos a hacerlo. Yo pongo otra parte.
Sí, había dado un pago inicial pero faltaba. Y por la gracia de las flores y las letras, María del Rosario, hermana de mi padre, dio otra parte. Enrique Luis, aquel niño que luego hombre, cargara a mi padre como quien abraza a una ave herida, en los tiempos de mayor enfermedad, dio el resto recientemente.
Andrea me dijo que éste era el regalo de Navidad del abuelo. Que seguro estaba contento mirando todas las fuerzas que se unieron para ponerle su lápida.
La lápida es de mármol travertino, esa piedra que a lo largo del tiempo se ha usado en iglesias y edificaciones de la antigua Roma. El travertino es una roca que antes fue agua termal o cascada -cualquiera de las dos opciones le hubiera gustado a mi padre-. Y se forma al depositarse flujos de agua con cristales de calcita, aragonita (otra de las formas cristalinas del carbonato de calcio) y limonita, esa mezcla de minerales de hierro que se agrupan y se oxidan. Todos ellos, se van abrazando en capas hasta secarse.
Y digo al cielo y a la poesía: es la tumba de mi padre ¿cómo habríamos de dejarla entre remolinos de polvo? ¿Cómo sin una seña? ¿Sin un allí está él, Guillermo Francisco Luna Luna, padre de dos mujeres, abuelo de tres nietas, esposo de una flor; manos fuertes del desierto?
Hay sellos de amor, oficiantes y manos que cincelan, padre.