Qué decir… verdaderamente sorprendentes

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Qué decir… verdaderamente sorprendentes

ESMIRNA BARRERA
En el ámbito de las personas ‘discapacitadas’ requerimos precisamente la capacidad de ser empáticos con ellas

Una espléndida definición de la palabra empatía es la siguiente: “identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro”. Es cierto, la empatía tiene que ver con el hecho de ponerse en la realidad, en el lugar - en la piel, diría yo - del “otro”, del prójimo, de conectarse con sus sentimientos, y entonces estar dispuesto a comprenderlo, incluyendo el contexto y todas las circunstancias por las que atraviesa.

La empatía tiene que ver con el hecho de ser personas, es una de las más grandes manifestaciones humanas que brinda la oportunidad de comunicación, de convivencia. La empatía no solo genera calidez emocional, sino además desarrolla respeto y compromiso, la sensibilidad y el afecto hacia la otra persona; en fin, la empatía permite comprender la humanidad que nos abriga, y así poder decir “hombre soy; nada humano me es ajeno”.

NUEVOS OJOS

Lo anterior viene a colación porque en el ámbito de las personas “discapacitadas” requerimos precisamente la capacidad de ser empáticos con ellas; pues la verdadera incapacidad no se encuentra en las personas que padecen algún tipo de disfuncionalidad física, sino en esas personas “normales” que las discriminan, que son indiferentes ante sus necesidades, o que las rechazan porque consideran que son seres humanos sencillamente “distintos”. Pienso que esta discriminación se encuentra, en mucho, alimentada por el miedo, la ignorancia, la indiferencia y la frivolidad del mundo en cual vivimos.

¿NORMALES?

Pero la realidad es que esas personas que equívocamente llamamos “discapacitadas” son verdaderamente sorprendentes, no conocen límites, poseen una asombrosa fuerza de voluntad a prueba de todo y todos, una envidiable constancia en la persecución de sus metas y una permanente mentalidad que hace de su realidad una fuente de oportunidades que les exige y no les permite poner excusas para lograr sus más caros objetivos; eso me hace pensar que, comparados con ellos, los que en verdad tenemos limitaciones y una manifiesta anorexia volitiva somos la mayoría de las personas que nos consideramos “normales” y que vivimos en el llanto y en la queja permanente.

INACEPTABLE

Ante la realidad en la que viven tantas personas “discapacitadas” y tan echadas para adelante, que son ejemplo de vigor, vitalidad y fortaleza ¿cómo aceptar el hecho de esos jóvenes que lo tienen todo, pero se quejan de todo?

¿Cómo consentir a los muchachos que ante los retos de la existencia prematuramente se cansan? ¿Cómo concordar con los que se la pasan de reventón y que dicen “que tiene de malo”? ¿Cómo estar de acuerdo con aquéllos que se pasan la vida pidiendo y exigiendo, pero que no dan y tampoco comparten? ¿Cómo, los que somos poseedores de salud y trabajo, nos atrevemos a gemirle y lloriquearle a la vida? ¿Cómo consentir con esos que suelen percibir sus obligaciones siempre cuesta arriba porque no saben luchar, porque quieren gratificaciones inmediatas y que no trabajan apasionadamente ya que todo lo han recibido gratuitamente? Estas actitudes son, sencillamente, inaceptables.

QUÉ DECIR…

Qué decir de la maravillosa Helen Keller, que fue una escritora estadounidense, activista política y profesora y, de paso, la primera persona sorda y ciega en ganar un título de Bachelor of Arts.

Qué decir de Porter Ellet, que a pesar de que le falta un brazo, fue considerado el mejor jugador de baloncesto de su Instituto, en Utah, Estados Unidos.

Qué decir de Enhamed Mohamed, que los 9 años de edad perdió la vista y llegó a ser considerado el mejor nadador paralímpico de la historia, al ganar 4 medallas de oro en los juegos de Pekin y a quien se le considera el “Michael Phelps español”.

Qué decir de Julio González Ferreira, el futbolista paraguayo que tuvo un accidente de tráfico en que perdió su brazo izquierdo, pero que sólo le tomó dos años para volver a participar en un partido profesional.

Qué decir del famosísimo Stephen Hawking, que, desde los 21 años, padeció Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), pero que esta realidad jamás le impidió sorprender al mundo con su altísima actividad científica y pública.

Qué decir de Carl Joseph que, a pesar de que nació sin la pierna izquierda, destacó en atletismo, baloncesto y futbol americano, compitiendo contra deportistas no discapacitados y que ha sido incluido en Hall of Fame del deporte del Instituto de Florida.

Qué decir de Aaron Fotheringham, conocido como “skater en silla de ruedas”, que hace con su silla de ruedas trucos mucho mejor que los realizados por patinadores comunes.

Qué decir de Chris Waddell, esquiador paralímpico que ganó 12 medallas, y además arribó a la cima del Kilimanjaro en silla de ruedas sin ayuda, siendo la primera persona en hacerlo.

Que decir de esa persona que seguramente tú conoces, que vive en tu propia comunidad y que todos los días es fuente de inspiración, valor y coraje.

¿En verdad a todos estos seres humanos podríamos considerarlos “discapacitados”?

MUJER FUERA DE SERIE

Y qué decir de la poetisa mexicana Gabriela Brimmer (1947-2000), que nació con una gravísima parálisis cerebral tetrapléjica que le impedía cualquier movimiento o expresión excepto en su pie izquierdo.

Y, de paso, qué decir de la inigualable empatía de su nana indígena, Florencia, que en ella descubrió posibilidades comunicativas y que le sirvió de apoyo, voz y cuerpo (recomiendo la película Gaby, una historia verdadera).

Qué decir de esta admirable mujer de quien Elena Poniatowska magistralmente comenta: “de muy niña, cuando Gaby deseaba ir de un lugar a otro y no había nadie junto a ella, se arrastraba en el piso hasta sacarse ampollas. Luego vino Florencia Morales Sánchez y a partir de los cinco años Gaby vivió parapetada tras Florencia, su nana, quien la protegió de las miradas de los curiosos envolviéndola en su abrazo. Así, envuelta en los fuertes brazos de Florencia, ¿quién podría hacerle más daño a Gaby que su propia enfermedad? Pocas tan terribles, tan minimizantes como la parálisis cerebral.

Pocas con mayor poder en contra del espíritu del hombre. El cuerpo es una cárcel, un manojo de nervios, células y tejidos entreverados que no responden. El cerebro ordena, la mano no obedece, y si lo hace es en una forma tan patética y descontrolada que más valdría que no se hubiese movido. Por eso es fácil para un paralítico cerebral pasársela en duermevela, dejarse ir, flotar.

Gaby Brimmer, la gaviota, escogió la lucha. Con el único miembro de su cuerpo que le respondía, el pie izquierdo, siempre descalzo, aprendió a señalar en un tablero colocado a los pies de su silla de rueda las letras del alfabeto y así formar palabras que se convertirían en ideas. Así pudo comunicarse con los demás, y lo más importante y notable, imponerse a los demás”.

NO ME DIGAS

La admirable Gabriela tenía “una voluntad absoluta para vencer su enfermedad” e incansables ganas de luchar por la libertad. Ella venció lo aparentemente invencible, estudiando en escuelas “normales” y llegando al nivel máximo en la mismísima U.N.A.M.

La magnífica Gaby Brimmer escribió una lección perdurable: “me gustaría poder decir al final de mi vida, que estuve agradecida de haber vivido y luchado por una causa noble como la libertad del hombre. Yo que estoy encadenada a esta silla, yo que estoy presa dentro de un cuerpo que no responde. Haber amado al hijo y al amigo y cantado canciones cuando se va la tarde”.

Después de ver estos breves testimonios, a los jóvenes, que se excusan para no hacer lo que deben emprender; que se agotan ante cualquier dificultad; que se la pasan con unas gafas negras puestas para no ver al “otro”; que viven con el freno puesto ante sus propios retos; que conviven en la frivolidad y que no aprecian el don de la vida, a ellos yo les digo: ¡no digan que no se puede! ¡No cuenten que están cansados, que se sienten deprimidos! Porque es, precisamente, esta forma de pensar y de vivir la más grande de las discapacidades humanas.