Pronósticos de incierto futuro

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Pronósticos de incierto futuro

Anticiparse al futuro constituye, sin lugar a dudas, un talento a cuyos misterios todo ser humano ha deseado acceder desde el principio de los tiempos. Y no solamente los humanos, pues el rebelde agente Smith -con todo y su naturaleza cien por ciento digital- tenía como obsesión apoderarse de las capacidades de anticipación poseídas en exclusiva por “el oráculo” de la Matrix, el universo ideado por los hermanos Wachowski.

Y para encontrar atajos hacia el futuro los humanos de todos los tiempos hemos utilizado todas las rutas imaginables: desde la interpretación del curso de las estrellas hasta la formulación de complejos algoritmos procesados por súper computadoras, pasando por un larguísimo etcétera.

El origen de la obsesión es simple: desde tiempos inmemoriales, los humanos hemos tenido muy claro cómo, quien es capaz de anticiparse al futuro, se encuentra en ventaja respecto del resto de sus congéneres. Y el poder en tal circunstancia contenido es -como la famosa tarjeta de crédito- priceless.

La gran pregunta es, desde luego, cómo se accede al conocimiento del futuro y, sobre todo, cómo se accede en exclusiva, pues sólo así se logra una ventaja competitiva digna de ser llamada tal.

Obviemos lo obvio y dejemos de lado el amplísimo catálogo de la charlatanería, aún cuando sus exponentes y productos siguen teniendo muy amplio mercado en nuestros días.

Concentrémonos mejor en el “ala seria” de los augures, en el segmento “científico” del mercado de la futurología, en el conjunto de quienes, aún pareciéndose a los nigromantes, son capaces de ofrecernos, además de sus predicciones, alguna explicación más o menos lógica del método empleado para enunciarlas.

Múltiples ejemplos de vaticinador pueden encontrarse en el terreno de la ciencia, pues ciertamente los científicos representan, al menos en nuestros días, la forma evolucionada de los adivinos del pasado, gracias a la sistematización y perfeccionamiento del método intuitivo empleado en primera instancia por sus predecesores.

Los meteorólogos, por citar un ejemplo común y cercano, constituyen el prototipo de agorero al cual recurrimos prácticamente todos de forma cotidiana para indagar en los misterios del futuro próximo.

Los especialistas en “prospectiva” -en sus múltiples acepciones- representan el arquetipo del moderno adivinador y el concurso de sus conocimientos resulta indispensable para la toma de decisiones en campos como la industria, en los cuales la certeza es no sólo deseable, sino indispensable.

Un público más especializado aún recurre a un particular tipo de moderno hechicero: los corredores de bolsa. El uso de sus conocimientos, al menos en teoría, implica la diferencia entre multiplicar los haberes económicos y quedarse, literalmente, en la calle.

Desde esta perspectiva puede decirse, por referirse a un ejemplo cercano, que quienes perdieron hasta la camisa en la aventura de la hoy extinta Ficrea -el Poder Judicial de Coahuila entre los más conspicuos miembros de la lista- carecieron de un buen agorero en materia financiera.

Y por estos días de turbulencia e incertidumbre económica, los mexicanos en general andamos urgidos de un buen profeta en eso de las finanzas.

El misterio a despejar es tan simple como relevante para los mortales de a pie, es decir, para quienes la mínima modificación de las variables macroeconómicas se traduce en un auténtico cataclismo en el territorio de las finanzas personales: ¿cuándo será un buen día para ir a McAllen?
Dicho de forma menos críptica -o más clara, según se prefiera-, ¿cuando chingaos va a estar barato el dólar de nuevo como para estar en posibilidades de ir a darse una vuelta aunque sea al outlet de Mercedes o, en última instancia, al Ross más cercano?

La respuesta racional a la interrogante, podría inferir cualquiera con un mínimo de conocimientos respecto de la forma en la cual se pronostica el futuro por estos días, es recurrir a los economistas quienes, para todo efecto práctico, ofician como oráculos en este apartado de la vida pública.

Y, ¿quién es el supremo sacerdote de este contingente en nuestro país? ¡Pues el Secretario de Hacienda!
O al menos eso pensó acá, su charro negro, quien ayer intento otear en el misterio del precio futuro del billete verde recurriendo a la -al menos presumible- sabiduría de don Luis Videgaray. El producto más acabado de su cartera de pronósticos al cual pude acceder fue la siguiente declaración: “…es evidente que a este nivel el tipo de cambio mexicano está subvaluado y por lo tanto es de esperarse que cuando la calma retorne a los mercados, el peso habrá de retomar su nivel”.

Pues ni modo: cuando las respuestas de la ciencia no son satisfactorias pues debe uno regresarse a lo básico. Y como sí tengo ganas de ir a McAllen, mejor dejen consulto a alguien más confiable… Digamos Mizada Mohamed.
¡Feliz fin de semana!

carredondo@vanguardia.com.mx
Twitter: @sibaja3