Prohibir no equivale a solucionar

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Prohibir no equivale a solucionar

La prohibición no es ninguna vía infalible para solucionar los problemas, ¿cuántas cosas hay que, pese a estar prohibidas, ocurren a diario? Lo que pasó hace unos días en el Congreso de Oaxaca, que se convirtió en el primer estado del país en prohibir la venta de comida chatarra a menores de edad es, a secas, una buena noticia, pero corre el riesgo de quedarse en el camino como una mera simulación y como un esfuerzo aislado en la urgente necesidad de combatir los malos hábitos alimenticios que causan lo que de sobra sabemos: que 7 de cada 10 adultos y 4 de cada 10 menores padecen sobrepeso u obesidad, lo que provoca que la diabetes, hipertensión y las cardiopatías sean una auténtica epidemia en este país.

Como ejemplo de que las prohibiciones por sí mismas tienden al fracaso, hay qué voltear a ver al tabaquismo, una adicción que el mundo lleva décadas combatiendo y que, en países como el nuestro, no deja de crecer. En México, según la Organización Panamericana de la Salud, el número de fumadores pasó de 9 a 13 millones en dos décadas y las enfermedades asociadas al tabaco matan por año a 53 mil mexicanos, o sea: 147 por día. La Organización Mundial de la Salud estimaba que para este 2020, el consumo del tabaco causaría el 12% de las muertes en el mundo, es decir, una cantidad similar a las muertes que representan cada año el VIH, la tuberculosis, los accidentes de auto, los embarazos de alto riesgo, los homicidios y los suicidios combinados. 

A pesar de todo lo que a nivel internacional lleva haciéndose por años, el tabaquismo sigue siendo la primera causa de muerte evitable en el mundo y mata a una persona cada 10 segundos, ¿por qué tendríamos qué ser optimistas ante un aislado movimiento restrictivo en torno a la comida chatarra? Hace años se legisló para retirar de los horarios infantiles la publicidad televisiva de la comida chatarra y para que en las cooperativas y tienditas de las escuelas se sustituyera toda esa nociva oferta por menús sanos y nutritivos, ¿por qué entonces el problema de la obesidad infantil no disminuyó?, ¿por qué toda esa comida chatarra sigue siendo tan ubicua y miles de misceláneas y tienditas siguen dependiendo económicamente de la venta de esos productos, a grado tal de ser de las voces que con más vehemencia han protestado por la prohibición?

Volvamos al caso del tabaco: hasta antes de la Ley General de Salud de 1984, lo habitual era que los niños compraran cigarros sin veda alguna. Aquella reforma prohibió la venta a los menores de edad, pero tuvo que pasar más de una década para que se monitoreara el cumplimiento de esa restricción: en 1997, tan sólo en la Ciudad de México, se constató que el 79% de los establecimientos seguía vendiendo cigarros a menores como si ello nunca se hubiera convertido en una práctica ilegal. Para 2002, ese porcentaje bajó insignificantemente y se situaba todavía en un alto 73%. Las autoridades capitalinas consignaron además que sólo 2 de cada 10 negocios habían cumplido la obligación de tener visibles los letreros que avisaban de la prohibición. Es decir: una simulación absoluta que todavía hoy persiste en buena parte del territorio nacional, por no hablar también de la venta de cigarros sueltos que, se supone, también está penalizada.

En 1999 las autoridades sanitarias realizaron un ejercicio interesante al evaluar el nivel de cumplimiento de la prohibición en Ciudad Juárez, Chihuahua, pero comparándola con lo que ocurría en sus dos ciudades estadounidenses vecinas: El Paso y Las Cruces, en Texas. En Juárez, un 98% de los negocios seguía vendiendo cigarros a menores, cuando en El Paso y Las Cruces los porcentajes eran de 18% y 6.1% respectivamente. La diferencia es que las ciudades texanas reportaban un porcentaje de 87% en 1993, lo que significa que en sólo 6 años lograron un significativo control del problema. ¿Cómo? Aplicando la ley. Esa que aquí siempre se convierte en letra muerta.

Si la venta de cigarros a menores está prohibida al menos desde 1984, ¿por qué sigue siendo una práctica tan común? ¿Por qué la edad promedio de inicio de los fumadores mexicanos son los 16 años? ¿Por qué el 84% de los adolescentes fumadores mexicanos empezaron a los 13 años? Tampoco la prohibición de la publicidad o la incorporación en las cajetillas de imágenes de pulmones quemados, bocas arruinadas o pacientes de enfisema en agonía parecen estar logrando un efecto contundente. Lo mismo ocurrirá con la prohibición de la venta de chatarra a los menores si la medida no se acompaña de una educación nutricional que mejore la cultura alimenticia de los mexicanos y del fomento de la práctica disciplinada del deporte. De lo contrario, el deporte que se seguirá practicando es el de siempre, el único en el que sí somos potencia mundial: el de la simulación.

@ManuSerrato
MANUEL SERRATO
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