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Procesión de sombras

     Está Saltillo solo, y yo solo con él.
(Mi soledad no es tanta: se agranda en el papel).
Sin saberlo, mis pasos van hacia la Alameda.
Siento en el corazón como un toque de queda.
Junto a mí -compañera de siempre- va la noche;
callada, amable, buena amiga sin reproche
que me prestó la capa de sus complicidades
 cuando ella y yo vivíamos en otras mocedades.
                    
Está Saltillo solo... Llega su soledad
y me toma del brazo con familiaridad.
La soledad... La noche... ¿Acaso puede haber
mejores compañeras? (excepto la mujer).
Sopla este aire tan fino, venido de lontano,
que no apaga una vela, pero mata un cristiano...
 
¿Qué se oye allá a lo lejos? Un cuarteto cansino
toca en el Jockey Club “Poeta y campesino”.
Y despierta la música a los viejos fantasmas.
(Más correcto sería decir “los ectoplasmas”
si quiere estar acorde el escritor cronista
con aquel tiempo, todavía algo espiritista).
                  
¡Cuántas sombras, Dios mío! Pasa toda la Historia
por esta victorial calle, la de Victoria.
En silencio caminan las formas espectrales...
Aquel señor tan alto es Pepe Catedrales.
A mañana, y a tarde y a noche debatía
con las palomas temas de ardua teología.
 
Ese otro caballero es don Gabriel Siller.
Intentó la proeza de vivir sin comer,
pues creía que flotan en el aire, en el viento,
invisibles corpúsculos que sirven de alimento.
Aquél es Manolín Rodríguez, que quería
demostrar la pureza de la Virgen María
por medio de una exacta ecuación algebraica.
(Pueden ir juntas fe y ciencia matemática).
        
Sigue Alberto del Canto. Eso no suena lógico,
mas ¿qué sabe un fantasma del orden cronológico?
No tenía mujer, por eso tuvo varias.
Quizá de ahí nos vienen esas estrafalarias
tendencias pecadoras, propias de saltilleros,
de pretender ser gallos de varios gallineros.
Si tu señora esposa te pesca en el entuerto,
échale tú la culpa al dicho don Alberto:
“Mujer, yo reconozco que caí en indecencia,
pero no soy culpable: me viene por herencia.
Si ese gran personaje en pecado cayó,
entiéndeme, mi vida, ¿qué quieres que haga yo?”.
 
(Continuará algún día).