Primero las tropas

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Primero las tropas

Los peores desastres militares de la Historia se debieron a que los generales al frente no cuidaron lo suficiente a su principal recurso: sus soldados.

Le pasó a Napoleón y después al tío Adolf, quienes protagonizaron sendas intentonas de invasión a Rusia, exponiendo a sus masivas tropas a la tundra invernal, a la hambruna y a la extenuación. La sola inclemencia de los elementos y las privaciones mermaron a los ejércitos más poderosos del mundo, de manera que ya ni siquiera hubo batallas qué librar, como no fuera por la lucha por la supervivencia.

Y a propósito de los dos primeros anticristos, AMLO le acaba de hacer precisamente lo mismito a sus tropas y, lejos de mostrar remordimiento o siquiera un atisbo de duda, se ufana de su decisión.

No me refiero a las Fuerzas Armadas de México, que esas sí las tiene bien consentidas (¡saludos, general Cienfuegos!), sino a las tropas de la salud.

En la guerra contra el COVID, una guerra que se libra a una escala mundial –por si no nos habíamos percatado–, los héroes, los soldados, los valientes combatientes, son todos aquellos trabajadores del área de la salud que tienen más de un año tratando de paliar y contener todos los estragos que provocan nuestra irresponsabilidad, nuestra indolencia y nuestra pendejez (aunada a las de nuestros gobiernos, que mucho contribuyen manejando los semáforos a conveniencia política).

Y me refiero a todo, todo, todito el personal que colabora en las instituciones hospitalarias, desde la eminencia médica con triple especialidad, hasta el poli-vela-recepcionista que controla el acceso, pasando por personal técnico, administrativo y manual, porque todos trabajan para un mismo objetivo: salvarnos la pinche vida que nosotros exponemos a lo bestia en reunioncitas y vacacioncitas.

Pero… ¿Cómo trata el Supremo Comandante a sus tropas?

Categorizándolas, por supuesto, porque están los médicos del sistema de salud público y los que trabajan en clínicas privadas o consultorios independientes. Unos y otros se cuecen aparte porque los primeros dan servicio al pueblo bueno y los segundos a pura gente acomodada, con seguridad a los malditos neoliberales, a Felipe Calderón, a esos que han saqueado al País y, aludiéndolos como dicta la presidencial denominación, a puros “fifís” (aunque no estoy seguro si el plural de fifí debería ser “fifíes”).

Así, AMLO, el presidente del amor y de los abrazos, el estadista que no alberga rencores, ha privilegiado la vacunación de los empleados de la clínicas del Estado, condenando al resto del personal médico, de enfermería, técnicos y operativos, a esperar su turno para la inmunización de acuerdo con su edad, junto con el resto del “infeliciaje” que somos todos los demás.

Aclaremos primero que es una falacia considerar que un médico por lo privado atiende necesariamente a un segmento más pudiente de la población. ¿A poco un doctor del SimiConsultorio curó a Ricardo Salinas Pliego?

En segundo lugar, todos los médicos están asumiendo los mismos riesgos porque están atendiendo a un mismo país enfermo, a la misma nación que se ve amenazada por el mismo riesgo sanitario. Cuidar o reestablecer la salud de un individuo contribuye a preservar la de todo el resto de la población, sin distinción de clases económicas. 

No somos dos países aunque el viejo cabeza de cotonete insista en abrir dicha brecha y se empeñe con estas medidas clasistas, para que nos miremos unos a otros con celo, recelo y desconfianza.

No obstante y pese a todo, los médicos que no están adscritos a la nómina del sistema de salud oficial han sido relegados a la fila con el resto de los mortales, junto a los juerguistas, displicentes y valemadristas (¡quiúbole, Gatell!), a pesar de que se están jugando la vida, paciente a paciente.

Las vacunas, que con un timing sospechoso pero anticipado, se han acelerado en sincronía con las campañas electorales (cosa que aquí ya condenamos como criminal y genocida), se le regatean a profesionistas que literalmente se inmolan en el cumplimiento de su deber; y en cambio, se otorgan sin restricciones para dar cobertura, desde hace un par de días, al personal docente, sí, a los profes de México que están en su casa –sufriendo, sí, como todos–, con el trabajo en línea, pero de ninguna manera arriesgándose como el personal médico de primera, segunda y tercera línea.

¿Es apremiante el regreso de los docentes a las aulas? Medianamente, pero nunca más que la protección de los trabajadores de la salud.

Además, la reanudación de las clases presenciales es una pésima idea, desde que los chiquillos se congregarán y como buenos portadores asintomáticos que son, en su mayoría, sólo acarrearán el “viru” hasta sus casas.

¿Por qué privilegiar a los docentes con la protección de la vacuna por encima del personal de la salud?

Por la sencilla razón de que los profes, pese a los “ires y venires” políticos de últimas décadas, no han aprendido absolutamente nada y se siguen prestando al clientelismo político del gobierno en turno, vendiendo su voto gremial a quien les dé mejores prebendas, en este caso, a cambio de la vacuna.

Los profes están siendo vacunados y a cambio de ello contribuirán a que López Obrador consolide su poder sin límites, sin restricciones ni contrapesos, para que haga con México lo que se le hinche su Macuspana gana.

Maestros, qué pena que sigan prestándose a estos juegos políticos. No los culpo por vacunarse en aras de preservar su vida y salud. Celebro que estén protegidos. Pero me parece indigno saltarse la fila, por delante del personal médico aun y cuando sea el propio Gobierno el que lo esté organizando de esta manera. Quizás no estén en posición de rechazar la vacuna, pero sí de razonar su voto y no entregarlo en gremio.

¡Ni lo presuman en sus redes! Sorry, not sorry. Lo siento, pero sencillamente, antes que ningún médico, doctora, enfermero, camillero, etcétera, nadie, absolutamente nadie.

¡Y hágame cambiar de opinión!