Primera llamada, primera

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Primera llamada, primera

El bloque inicial de debates demócratas marcó ya el arranque de facto en la lucha por la eventual nominación de ese partido, en lo que será una cruenta, crítica y larga primaria que oficialmente no iniciará sino hasta el 3 de febrero, y puso de manifiesto varias cosas significativas. Primero, no hay nada escrito: dos mujeres, las senadores Kamala Harris y Elizabeth Warren, han mostrado que esta contienda ya no es sólo acerca de y entre los favoritos, Joe Biden y Bernie Sanders. Segundo, que a pesar de este importante repunte para ambas, ninguna está todavía en posibilidades de dominar la contienda. Biden y Sanders conservan ventajas considerables, especialmente el respaldo que disfrutan entre votantes de clase trabajadora y las importantes reservas financieras de campaña que han acumulado, y es improbable que a pesar de sus flancos débiles, vean su apoyo simplemente evaporarse en los próximos meses. Tercero, otros precandidatos como Julián Castro, Corey Booker y Pete Buttigieg tienen margen para incidir de manera importante en la narrativa que tendrá que ir forjando el partido en paralelo a la precampaña. Y cuarto, la distorsión que están generando la atención mediática vía redes sociales y el flujo de dinero tempranero a las precampañas, están premiando una contienda escorada a la izquierda. A raíz de las dinámicas políticas —tanto al interior del partido como las que previsiblemente se darán entre ahora y el arranque de la primaria de cara a la nominación—, hay cinco apuntes que considero relevantes para entender lo que se les viene encima a los demócratas.

1) Mario Cuomo, exgobernador de Nueva York, alguna vez apuntó que se hacía campaña en poesía, pero se gobernaba en prosa. Hoy, los demócratas tienen la mejor partitura, pero aún no encuentran la letra, en poesía o prosa, para una narrativa ganadora y que atraiga a la mayoría, sobre todo de tres estados claves —Michigan, Pennsylvania y Wisconsin— frente a Trump.

2) Aunque ganen la contienda presidencial, no podrán instrumentar ninguna de las propuestas públicas que están articulando en la precampaña si en 2020, además de la Oficina Oval, no obtienen la mayoría en el Senado. Si bien para ello tendrían que ganar 3 escaños netos de los 34 escaños en contienda para esa cámara, muchos de los 22 escaños que estará defendiendo el GOP son escaños seguros y los demócratas podrían perder un par en estados más conservadores. Por ello, algunos de los precandidatos con sondeos que apenas rebasan el 1%, como Beto O'Rourke, de Texas, o el gobernador de Montana, Steve Bullock, podrían servir mejor a su partido compitiendo por escaños en el Senado de esos dos estados.

3) Con tanto precandidato —muchos de ellos ocupando los mismos carriles ideológicos y de perfil y canibalizando a los mismos donantes y sectores del partido— el peligro es que la primaria demócrata se asemeje a la proverbial cubeta de cangrejos o peor aún, a un pelotón de fusilamiento en círculo.

4) Si bien es evidente la profunda falla tectónica entre moderados/centristas y progresistas, el partido haría bien en recordar que el grueso de los votantes demócratas no son los que están activos o son estridentes en redes sociales. Fueron candidatos moderados y/o de centro en distritos y estados menos progresistas los que propiciaron el tsunami azul en las elecciones intermedias de 2018, dándole al partido el control de la Cámara de Representantes. Escuchando solamente a las voces en Twitter no es la manera de ganar.

5) Ambas facciones, moderados y progresistas, coinciden a grandes rasgos en los tres problemas seminales del país: el fracaso del modelo económico y social en proveer bienestar y prosperidad a la mayoría y no sólo al 1 por ciento de la población; la dislocación social y políticas extremas de identidad; y la crisis que enfrentan la democracia y las instituciones ante la embestida de Trump. Pero ambas cometerían un grave error en pensar que Trump es una aberración y no un síntoma de peligros más profundos al contrato social estadounidense. El gran reto será definir en qué consisten las soluciones y políticas liberales del siglo 21, y cómo demostrar que Trump es la antítesis de esos valores.

La batalla que viene ya no es entre demócratas o entre quien se alce con la nominación y Trump. Es entre la realidad y la ficción. Y la ficción podría ganar, a menos que los demócratas sean muy metódicos, serios e inteligentes a partir de este momento.