Por un Coahuila sin armas
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Por un Coahuila sin armas
Desde hace algunos años se ha pugnado en este espacio por el desarme total de los civiles de este País. Que ningún particular posea armas de fuego. Erradicarlas definitivamente como sucedió en Japón, que es ejemplo de un país sin armamento altamente civilizado, muy al contrario de nuestro entorno donde existen millones de armas en manos de criminales muy primitivos, peor aún, que se trata de artillería con capacidades y calibres exclusivos de la OTAN, así es la locura y la barbarie en que vivimos.
Recordemos aquella caricatura implacable que describe nuestra situación: un diablo le dice a otro en las puertas del infierno: “Durante décadas nos preocupamos de que México se colombianizara. Ahora nos da miedo de que el Infierno se mexicanice”.
Cierto, hace 30 años Colombia era el infierno del narcoterrorismo, donde su brazo armado era un colombiano apodado –de manera premonitoria– el Mexicano, Gonzalo Rodríguez Gacha, responsable de miles de asesinatos y creador de grupos de autodefensas, como ahora sucede aquí.
Y hay que decir que los matones de la entonces “Colombia Asesina” (Fernando Vallejo dixit) en nada difieren de los asesinos del México actual: canallas y rufianes, carne de presidio, gente infame y resentida, ignorantes y analfabetas, entes con trastornos antisociales y tendencias psicópatas.
Todos ellos con el inmenso poderío que les otorga el armamento, porque después del poder de crear la vida, el mayor poder que existe es el de matar; crear la vida requiere de ciertas cualidades divinas o biológicas, el poder de matar sólo requiere de jalar el gatillo. Y ese inmenso poder de permitir la vida o provocar la muerte lo tienen hoy los chundos, los macuarros y hasta los niños sicarios, reflejo de una vileza que ya parece inherente a los mexicanos, y ahora con calibre 762 de la OTAN, la 57 “matapolicías” o la calibre 40 del Colegio Cervantes.
¿Vileza inherente? Pues pareciera que la infamia que actualmente padecemos ya es congénita. Porque no se puede entender ese poder destructivo irracional de los asesinos de los niños LeBaron, quemados vivos. El tiro de gracia al bebé de un año en la masacre de Minatitlán. La ejecución de los niños que pedían dulces la noche de Halloween en Ecatepec o el ametrallar un autobús en movimiento matando a mujeres inocentes en su interior. Ya somos como el Caligula de Camus; extasiados por una arrobadora capacidad de asesinar.
De Vicente Fox a la fecha se han cometido cientos de miles de asesinatos. Casi en su totalidad con armas de fuego. Y lo más terrible es la impunidad, porque tal parece que en este País la ley que castiga el delito de homicidio ya no existe, 108 asesinatos por día lo confirman, casi todos cometidos con armas y cartuchos estándar de la OTAN.
Y también abruma pensar en lo complicado que será desarmar a este País ¿Derogar la Ley Federal de Armas y que cada estado tenga su propia ley? ¿Endurecer la ley actual en los estados fronterizos con EU? ¿Que Coahuila deje el pacto federal respecto a las armas? ¿No es lo mismo que el rechazo panista a la ley de salud?
Las armas confieren a quien las porta el inmenso poder de matar o dejar vivir. Poder de vida o muerte. Y pensar que en este País cualquier macuarro porta armas de la OTAN.