¿Por qué quieres a Saltillo?
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¿Por qué quieres a Saltillo?
Fue una pregunta inesperada. Me sorprendió que Felipe Rodríguez, editor de VANGUARDIA, pensara que yo quiero a Saltillo. “Él lee mis columnas semanarias”, pensé, “y de alguna manera se ha trasminado esa impresión en mis letras”.
Fue una pregunta que me obligó a reflexionar la respuesta, pues no quería soltar una frase de bote pronto, ni mucho menos un simple desahogo sentimental. Y empezaron a brotar preguntas: ¿A qué Saltillo me podía referir? Podía ser al lugar: su Catedral, la Escuela Normal, el Ateneo, la Alameda, sus calles de antes, sus barrios y huertas.
Me di cuenta que esos lugares eran personajes de mi historia. Eran el contexto visible de un pasado ya invisible de experiencias que conforman mi ser y mi personalidad, mi identidad. Moviéndose, hablando, corrigiendo, acariciando, enseñando, prohibiendo, escuchando, compartiendo… aparecen los otros innumerables personajes de mi historia personal cuyo intercambio de palabras y experiencias fue tan valioso que fueron forjando la columna vertebral de mi persona: mis valores significativos, mis criterios inconscientes que norman mi conducta, mis motivaciones personales.
Esa comunidad de personajes que se extienden a lo largo de mi historia son mi Saltillo. Son innumerables rostros que hoy aparecen en mi memoria. Rostros de niños, hermanos, adultos, abuelos, parientes y amigos de infancia, juventud y madurez… imágenes imborrables de acontecimientos y ejemplos significativos que me dejaron la huella indeleble de cómo vivir y pensar, cómo trabajar y jugar, cómo amar y dar la palabra, como buscar la verdad y hacer el bien.
Esa comunidad de personajes importantes para mí, me han nutrido y acompañado en el pasado y en el presente. Me nutren de risas y de retos, de respuestas, de preguntas y de confrontaciones, de verdades y dudas, de tristezas, alegrías, abrazos y condolencias. De amistades permanentes y encuentros inesperados. Ha sido y es un río comunitario que me empuja a fluir y vivir a veces suavemente, a veces como torrente rebelde y encorajinado que se resiste a que su comunidad sea contaminada y corrompida por la codicia y el cinismo.
Esta comunidad de personajes y contexto de tiempo y espacio, de ayer y de hoy, ha forjado mi historia, una historia personal que hoy soy yo. Mi identidad es inseparable de ella y en ella se abreva todos los días desde lo más inconsciente de mi tejido celular. No puedo renunciar a ella como se renuncia a una membresía o a una nacionalidad porque constituye mi ser personal.
Felipe, haces bien en suponer que quiero a Saltillo. Ojalá se note en el bien que le pueda hacer a esta comunidad que me ha nutrido y acompañado toda mi vida.
No es un querer meramente emocional que se mueve con el viento, ni un querer adulador, interesado. Es un querer agradecido como se agradece el agua y el pan.
“Quiero a Saltillo porque es la historia de lo que soy, la comunidad que me nutre y acompaña”.