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¿Por qué a las famosas les ha dado por comer su propia placenta?
La señora de West, dama del contouring y abeja reina del clan Kardashian-Jenner, se está comiendo la placenta de su segundo vástago, Saint West. No con cuchillo y tenedor, sino deshidratada y convertida en píldoras. Como Kim en el fondo viene a ser esa especie de vecina-amiga con ganas de contártelo todo al entrar en el ascensor, lo confiesa con todo lujo de detalles en su web. “Durante el embarazo de North oí toda clase de historias de madres que nunca se comieron la placenta de su primer hijo y sufrieron depresión postparto. Con el segundo tomaron las píldoras de placenta y no la sufrieron”, afirma. Consejos de psiquiatría y tocoginecología sin ser ella nada de eso. Todo lo más, hermana de Kourtney, con quien ya había tonteado sobre la posibilidad de zamparse una placenta cual bistec, ante los horrorizados ojos del pobre Bruce Jenner que no daba crédito a la noticia. En aquella ocasión buscaba en ese ‘manjar’ la enésima fuente de la eterna juventud.
Antes de seguir, conviene explicar qué es y para qué sirve de verdad la placenta. “Durante la gestación viene a ser actuar como el hígado, el riñón y los pulmones del feto. Al final del embarazo degenera y deja de funcionar correctamente, iniciándose así el parto. Sabemos de su gran contenido en ácido hialurónico y colágeno, ampliamente utilizado en cosméticos antiedad. Y hay ensayos exitosos aplicando sus células madre para regenerar el hígado y combatir el cáncer de mama”, apunta el ginecólogo Martín González Jareño. “Pero desconocemos los efectos que produce su digestión. Todo son conjeturas y, desde luego, que sean eficaces para prevenir la depresión postparto parece una tontería mayúscula”. Navegando por Internet, sin embargo, se encuentran testimonios de madres que juran haber superado esa tristeza posnatal gracias a la placenta. “No hay que descartar el efecto placebo. Si les funciona y no hace daño, tampoco debe censurarse”, matiza su colega Manuel Samaranch, miembro de Top Doctors. En 2014 el futbolista Diego Costa daba a conocer otra aplicación de la placenta, en este caso de yegua: como materia prima de un gel de masaje para recuperarse de una lesión. Samaranch añade a la lista quienes la entierran en el jardín bajo un árbol para “seguir alimentando el ciclo de la vida”.
No es la primera vez que un famoso se manifiesta a favor de engullir la placenta de su bebé. Abrió la veda Tom Cruise, aunque luego reculó afirmando que estaba de broma. En cambio, January Jones no duda en recomendárselo a todas las madres. Alicia Silverstone, también, pero en píldoras. Gaby Hoffmann, conocida por Transparent y por su papel de Caroline Sackler en Girls, hasta comparte su receta: cortarla en 20 rodajas, congelarla y añadir una cada día un pedacito a un smoothie de frutas.
“Sostienen que su vitamina K reduce el sangrado vaginal después del alumbramiento y que el lactógeno placentario favorece la lactancia. También que ayuda a las contracciones uterinas, reduce el dolor y hasta evita la depresión postparto”, apunta Santiago Palacios, director del Instituto Palacios y coordinador de medicina privada de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO). “Pero hasta la fecha ningún estudio clínico riguroso lo confirma. No se ha analizado cuánto tiempo duran esas supuestas cualidades de la placenta. Se dice que está cargada de prostaglandinas y oxitocina, pero no qué cantidad por gramo, si se mantienen intactas horas después del alumbramiento, ni cuál debería ser la posología para lograr los beneficios deseados. Y lo mismo con otras sustancias como los opioides que sí parece que tiene, pero no en qué cantidad y si puede llegar a ser considerada como medicamento. Bien es cierto que tampoco se ha demostrado lo contrario, esto es, que perjudique la salud de quien la ingiera”.
Uno de los argumentos más extendido es que si todos mamíferos practican la placentofagia (ese es su nombre técnico), por qué los humanos no. “No queda claro si los animales la comen porque tiene altas cantidades de hierro o para evitar que un depredador, atraído por el olor de la sangre, se acerque y mate a la madre y a la cría”, apunta Samaranch. “En cualquier caso, ninguna de esas dos condiciones se aplicarían en las sociedades desarrolladas: ni carencias nutricionales tan acuciantes como para comerse la placenta ni lobos en el vecindario”.
Entre los humanos placentófagos, la forma más extendida (y lucrativa) de consumo es la de convetirla en píldoras. Empresas como Brooklyn Placenta Services las fabrican con métodos caseros asesorados por la Asociación de las Artes para la Preparación de la Placenta: cocida al vapor con ají jalapeño, limón y jengibre y manipulada siempre en recipientes o superficies lavados con agua y jabón y lejía. Nada de autoclaves médicos. De una placenta se sacan entre 80 y 125 píldoras que se venden a 350 dólares. Lo pintoresco es el modo de conservarla entre el parto y la recogida. Sugieren llevar al paritorio una bolsa zip, una caja, hacerse cargo del paquete y refrigerarlo en su propia nevera portátil. Si por lo que fuera la recogida se demorara, hay que guardarla a bajo cero en el congelador de casa. Sabiendo cómo las gasta la FDA, Brooklyn Placenta Services se lava las manos y recuerda encarecidamente que ese organismo médico no avala la información de su página ni tampoco pretenden prescribir tratamientos médicos. “Las familias que eligen utilizar nuestros servicios asumen plenamente la responsabilidad sobre su propia salud y el uso de las píldoras”. Pese a caminar por el filo, entre sus clientes, hay pacientes del prestigioso hospital Mount Sinai Upper East Side.
Así son las cosas en Estados Unidos. En Europa hay disparidad legal. En Francia la ley prohíbe claramente sacar una placenta del hospital. Tras el parto deja de ser propiedad de la madre y, o se destruye como material de riesgo biológico o se emplea para la investigación, previa autorización escrita. De hecho, a principios de 2015 el país vecino vivió fascinado la peripecia de un padre que huyó del hospital donde su mujer acababa de dar a luz llevándose la placenta en una caja. La aventura no llegó lejos y la policía detenía al hombre poco después de su fuga. “En España existe un vacío legal al respecto. No se ha solventado porque la sociedad aún no lo demanda”, recuerda Palacios. No queda claro si la placenta se enmarca obligatoriamente entre los desechos biológicos que deben destruirse en el hospital. “Evidentemente si esta moda de la placentofagia se extiende a nuestro país, habrá que tipificarlo”, apunta Palacios. “Por el momento, si una madre me pregunta mi opinión, le diré que espere a que haya evidencias científicas sólidas. No digo ni que sí ni que no, la ciencia avanza rápido, mejor ir sobre seguro”. Y esto implica cautela ante la literatura de Internet y los consejos de la señora West.
Por Salomé García / El País