¿Por qué?

Usted está aquí

¿Por qué?

"¿Y a usted, estimado amigo, se le ha ocurrido pensar por qué o para qué se encuentra en esta vida?" La pregunta es sencilla. Quien debe responderla expresa: "Claro, su pregunta no posee ningún misterio ni novedad para mí. Yo sólo he venido aquí para obedecer. Existo para que alguien me diga qué es lo que debo hacer. Se trata de una postura sabia, aunque usted no lo crea; pues no voy a esforzarme para descubrir lo que otros ya encontraron". Es entonces cuando yo me inmiscuyo en la conversación, que en realidad no posee tintes amistosos y añado: "Al contrario que usted, yo no quiero formar parte del género humano para hacer todo lo que me digan; yo prefiero desobedecer; sin embargo antes de hacerlo pregunto e intento poner a la autoridad contra la pared para que me demuestre su legitimidad". Una charla así, vertida en palabras menos solemnes, se dio hace unos días en una mesa ocasional e inesperada. Respecto a la autoridad se debe, si uno no quiere ser amansado e ingresado al huacal de las legumbres, en primer lugar, reconocer que la autoridad lo es en verdad; por ello hay que practicar el ¿por qué? más seguido. Se trata de una actividad en desuso, ya que obedecer es más sencillo y uno no puede estar preguntando ¿por qué? a cada momento. A mi entender creo que, comparada con generaciones anteriores, vivimos en el centro de una sociedad dócil, demasiada dispuesta a obedecer y empujada de antemano a caminar hacia direcciones determinadas de antemano. El sólo ejemplo de los utensilios y formas de la comunicación (que nos indican incluso qué se debe decir) sería más que suficiente para obtener una buena muestra de lo que intento expresar. En lo personal no le encuentro ya ningún sentido a la lectura de filosofía o de ensayo social si no son capaces de auxiliar en la conversación de la sociedad con el propósito de que su convivencia no los lleve a vivir como si lo hicieran dentro de un corral de seres salvajes. El idealismo es otro asunto (es decir; la creencia en que existen esencias o ideas trascendentales), y si a mí me interesa hacer preguntas metafísicas tal es problema mío ya que, además, no se las comunico a nadie. En resumen: casi no me importa el conocimiento filosófico si no sirve a la resolución de los problemas prácticos.

Recurro ahora a una frase de Josep M. Esquirol ("El respeto o la mirada atenta", Gedisa, 2006) que me parece oportuna: "Ojalá el número de los crédulos no fuese tan elevado y la gente supiese advertir, tras esos lenguajes aparentemente de expertos, todo el vacío que esconden". Lamento constatar que el número de crédulos es cada vez mayor y que ya casi nadie ejerce el ¿por qué? ante las supuestas autoridades a las que uno debe cuestionar constantemente con tal de mantener algunas migajas de autonomía. Este por qué, lo realiza uno primeramente ante el espejo; es muy conveniente que sea ejercido antes que nada por uno mismo; de lo contrario, cuando se visita el espacio público, le caerán a uno encima aludes de expertos, estadísticas, noticias, órdenes, lineamientos, filosofías al vapor, datos científicos, nuevas tecnologías, más leyes que obedecer; y de pronto se verá atrapado en una red indistinguible, cerrada, imposible de trascender. Entonces no habrá más remedio que ceñirse a la red que nos envuelve, a las tonterías que se nos dictan como cánones incuestionables: no habrá manera de volver a casa.

No soy el adecuado para dar estos consejos, es posible, puesto que en esencia soy distraído. Sí, pero cuando tropiezo es por distracción no porque renuncie al cuestionamiento. Formo parte de la legión de los distraídos a la que se refería Luis Ignacio Helguera en su libro ¿Por qué tose la gente en los conciertos?, (Aldus, 2000). Y, sin embargo, cuando no estoy en casa y me encuentro en el medio público intento practicar el ¿por qué? O de lo contrario carecería de conciencia crítica, de individualidad e incluso de motivos convincentes para vivir. Sí, hay un problema, nuestro ¿por qué? civil casi no tiene adversarios en el mundo de los obedientes. Te miran desde una inconcebible lejanía y repiten lo que han escuchado; son rehenes del dogma. Así que, en tantos casos, prefiero quedarme en casa y ejercer la distracción; se causan menos destrozos.