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"Poner primero lo primero". - Stephen R. Covey
Las prioridades en la vida de los individuos y las organizaciones humanas son algo con lo que vivimos todos los días, casi sin pensar en ellas. No es difícil definir o entender lo que significa o implica la palabra prioridad. Prioridad es, según la Real Academia Española, aquello que tiene anterioridad de algo respecto de otra cosa, en tiempo o en orden. Así de simple, cuando hablamos de una lista de tareas, de supermercado, de objetivos, de proyectos, las podemos ordenar de muchas formas y priorizarlas, es decir, asignarles un lugar en la lista con base en distintos criterios. Por ejemplo, cuando usted va al supermercado con una lista en la mano, el orden de los productos en la lista puede cambiar dependiendo de cuánto tiempo tiene para surtirla, o cuánto quiere caminar, o cuánto dinero trae en la bolsa, o qué tan importante es uno u otro producto para usted. Es decir, si llevo una lista con 20 productos por comprar y sólo tengo diez minutos, más vale que ordene hasta arriba aquellos que me son más importantes o bien que ordene la lista de una forma en la que puedo reducir el tiempo muerto entre productos. Sin embargo, si la lista lleva cosas como pañales del bebé ya que sólo le queda a la niña el que trae puesto, pues más vale que los pañales estén arriba en la lista y que si se me acaba el tiempo o el dinero, me asegure de que esos están en el carrito. Suena fácil y hasta obvio hablar de manejo de prioridades, después de todo, las manejamos casi en automático. Y tal vez es aquí donde existe un problema por atender a nivel personal, familiar, empresarial o de Gobierno. ¿Dedicamos tiempo suficiente a determinar las prioridades adecuadamente? ¿Somos racionales y flexibles en ajustar esas prioridades conforme tenemos más y mejor información? ¿Definimos correctamente el nivel de prioridad de cada una de las actividades, proyectos, productos o intenciones que tenemos en la lista?
En su libro, "Los 7 Hábitos de la Gente Altamente Efectiva", Stephen R. Covey habla de "poner primero lo primero" y lo relevante que es entender qué es importante y qué es urgente y así definir el tipo de administración que se le debe dar a cada actividad: 1. Lo urgente e importante, se administra en modo crisis y se hace (lo haces) cuanto antes. 2. Lo no urgente pero importante se administra proactivamente y se puede planear. 3. Lo urgente pero no importante se administra de manera reactiva y se puede delegar. 4. Lo no urgente y no importante es administración inefectiva, es una distracción y debe ser eliminado de tu lista. Más que ponerme en el plan de empezar a hacer listas de propósitos de año nuevo o una revisión de nuestras prioridades como individuos o empresas, me da curiosidad pensar cómo es que los gobiernos que tenemos, en todos sus niveles, visualizan la idea de poner primero lo primero y si sus promesas de campaña tienen todavía peso suficiente en sus agendas; o bien, si el contexto y los eventos recientes a nivel nacional y mundial han provocado que sus listas de acciones y planes sufran ajustes necesarios. ¿Dedicarán tiempo suficiente a entender qué es lo urgente y qué es lo importante? Pudiera ser que ese análisis de lo urgente y lo importante para el alcalde, para el gobernador o el presidente en turno determine el éxito o fracaso de su año o su administración.
Nunca ha sido, y menos ahora, razonable mantener un plan que consiste en un discurso genérico con slogans de campaña al estilo "Bienestar para tu familia", "Para que vivamos mejor", o "Por el bien de todos, primero los pobres". No es suficiente hablar de querer transformar a un país a base de rollo y buenas intenciones o con acciones rígidas que no reconocen que lo importante y lo urgente de 2018 no es lo mismo que lo de 2021. A mí nadie me ha preguntado, ni me preguntarán, pero si alguien en la 4T se animara a pedir mi opinión, no tendría duda en decirles que hoy lo más importante y lo más urgente es la atención a la pandemia. No se necesita ser un genio para llegar a esa conclusión, pero sí se necesita una dosis de sentido común para después alinear la carreta atrás (y no enfrente) de los caballos y apuntar la jeringa en la dirección correcta. La prioridad número 1 en la lista de tareas del presidente López Obrador y de todo su gabinete debe ser la ejecución efectiva y rápida de la campaña de vacunación. No hay nada más importante o urgente que eso y cualquier tema, desde Benito Bodoque o el general Cienfuegos, la relación con Estados Unidos o las quejas al Rey de España, cae por debajo de los pañales en la lista del supermercado. AMLO, Ebrard, Gatell y sus equipos deben despertar e irse a dormir pensando en cómo pueden aumentar la velocidad de la campaña de vacunación. Ahí deben ir todos sus recursos, esfuerzo y tiempo. Hay avances prometedores en el abasto y la aplicación de vacunas. El Ejército parece tener un plan agresivo para vacunar, por ahora, 150 mil personas diarias. Sin embargo, esos números no son suficientes para aplanar la pandemia si se quiere vacunar a 90 millones de mexicanos. A ese ritmo, que no hemos logrado aún, nos llevaría casi 2 años vacunar al 70 por ciento de la población. Es urgente e importante que el gobierno revise (y ajuste de ser necesario) sus planes para comprar, movilizar y aplicar vacunas. Deben usar todos los medios a su alcance, incluyendo apoyo del sector privado. No hay nada más prioritario por ahora.