Policía Ambiental de Saltillo: Los guardianes del ambiente
Texto:Jesús Peña
Fotos:Orlando Sifuentes,
Jesús Peña y Cortesía Policía Ambiental
Diseño: Édgar de la Garza
Edición: Quetzali García
La la central de radio de la Policía Ambiental llega el reporte sobre un perro perdido o abandonado en el estacionamiento de un restaurante de las calles Eulalio Gutiérrez y Avenida El Rosario.
Dice la alerta, que el can lleva ya varios días escondido debajo de un automóvil y llora angustiosamente.
Hace horas que voy montado en el asiento trasero de este carro policía verdiblanco, acompañado por la oficial Rubí Juárez, al timón, y inspector Juan Carlos Guerrero, Charly, el copiloto, a la espera de que empiece la acción.
Pasa del mediodía de un lunes y en la ciudad el tráfico bulle.
Mientras nos aproximamos al sitio de la emergencia, Rubí me cuenta que de todos los bulevares de la urbe han recogido a muchos, ya no recuerda cuántos, perros que antes de ser atropellados tuvieron un hogar, una familia, una historia y luego nada; las calles.
Tengo cuatro días siguiendo al escuadrón de la Policía Ambiental porque quiero saber cómo es la vida de estos policías a los que la gente ha comenzado a llamar “ángeles verdes”.
Tengo cuatro días y éste será mi primer rescate, el primer rescate de un chucho extraviado en la metrópoli.
En cambio para los agentes de la Policía Ambiental, me dice Rubí que es el pan de cada día.
Avanzamos entre la marabunta de coches y oigo a Rubí, 27 años, criminóloga de profesión, decir que no entiende cómo hay gente que goza con hacer sufrir a los animales.
En eso, no sé por qué, recuerdo un video que circula por las redes sociales, en el que se ve a la policía Rubí, a Guillermo Castañeda, don Memo, un inspector y a Any, otra oficial, sacando con una cuerda a dos canes atrapados en una alcantarilla abierta, cinco metros de profundidad, y llena de lodo.
Sucedió en un predio que está atrás de la FCA, por las vías del ferrocarril.
Un vecino del lugar fue quien hizo el reporte al 2411000 de la Policía Ambiental y la Policía llegó.
En las imágenes aparecen los perros, luego del rescate, sacudiéndose el fango, alterados, al final mueven la cola en señal, me gusta pensar, de agradecimiento a sus salvadores.
La persona que solicitó el auxilio, me cuenta Rubí, se quedó con los cachorros, que los iba a asear y a adoptar, dijo.
100 reportes por ruido
Cada noche recibe la Policía Ambiental. El protocolo consiste en solicitar respeto y silencio prudente. Se elabora un acta administrativa y la firman las personas señaladas, quienes la mayoría de las veces se encuentran en estado inconveniente.
7,500 reportes de diferentes rubros como: contaminación auditiva, contaminación del aire, contaminación por derrame de líquidos, contaminación por tirar basura y maltrato animal.
Chico malo, chico malo...
Cuidando tlacuaches
A un año de creada la Policía Ambiental ha
realizado más de 25 liberaciones de
marsupiales, especie tlacuache, en el hábitat
natural Zapalinamé
Hay sanciones
Durante 2018 y 2019 el juez municipal ha emitido alrededor de 40 sanciones por diversas violaciones a reglamentos
y leyes ambientales
Desde sinaloa
Una delegación de funcionarios viajó a Saltillo para conocer el modelo, el trabajo coordinado entre Seguridad Pública y Medio Ambiente,sustento legal y la operatividad.
Por fin, arribamos al aparcamiento del restaurante donde reportaron al perro perdido o abandonado por sus cuidadores.
En la entrada topamos con dos trabajadoras que nos señalan el sitio donde se encuentra el perro.
Las mujeres dicen que el can lleva ya muchos días refugiado debajo de un vehículo, que el can parece asustado y gime.
Echamos a andar por el estacionamiento y entre los coches encontramos a un perro blanco, grande, cara y orejas negras, salpicado con manchas cafés.
Apenas nos ve llegar el animal se orina, trata de huir, las patas traseras encogidas, y gimotea.
Charly me dice que esta es una conducta común en los perros que han padecido maltrato.
Cuando por fin consigue acercarse al can, que se ha echado en la tierra patas arriba, Charly dice que es una hembra, al parecer de raza akita que seguramente se salió de un domicilio, quizá, en un descuido de sus dueños.
La perra está en buenas condiciones, dice Charly, entretanto examina con las manos el cuerpo de la mascota.
Observo con sorpresa cómo Charly y Rubí han logrado ganarse la confianza de la perra que ahora se deja acariciar, mueve a cola y se para en sus patas traseras.
Después sabré que los miembros de la Policía Ambiental han sido entrenados, entre otras cosas, en el manejo de animales domésticos y silvestres.
Cuidando ‘lomitos’
1. Más de una docena de liberaciones de aves y 50 de serpientes en su hábitat natural, sin exponer a los ciudadanos ni a los mismos animales.
2. Conjuntamente con control canino
y ADAC más d e 280 adopciones
de perros y gatos.
3. La Policía Ambiental de Saltillo se ha presentado por todo el Estado y en CDMX por parte de la UNAM
4.Tiene una alta tasa de casos de éxito en detenciones de personas tirando escombro, eventos de ruido y quema de basura.
Le pregunto a Rubí que qué harán con el can y dice que por lo pronto la pondrán a resguardo de Alianza por los Derechos de los Animales en Coahuila, (ADAC), la asociación que apoya a la Policía Ambiental en casos como éste.
Minutos después viajamos con la perra a bordo de la patrulla rumbo a su hogar temporal.
Hasta el cierre de la edición la cachorra, que fue publicada en redes sociales, no había sido reclamada.
Un mediodía, de camino en la patrulla a la veterinaria Medipet, la clínica amiga de la Policía Ambiental, el comandante Juan Palacios, 45 años, coordinador de la corporación, me platica que algunos perros, así como otros animales sin dueño, han sido adoptados por los oficiales y los inspectores asignados a esta agrupación.
El agente Nancy Alvarado, por ejemplo, que es quien hoy va al volante de la unidad, se quedó con una chihuahua que estaba preñada y perdida en calles de la colonia Oceanía Bulevares; y una tortuga que se encontraron vagando por la colonia Lomas de Lourdes.
Y el inspector Charly recogió a dos pitbulls desnutridos, que deambulaban en plena zona urbana con riesgo de ser arrollados, y los llevó a vivir a su casa.
Cuando la Policía Ambiental dio con ellos, dirá Charly más tarde, los canes estaban en los puros huesos, eran los esqueletos andando de dos perros callejeros.
Charly me contará después que por cada calle, de cada colonia de la ciudad hay por lo menos 10 perros vagabundos,
Que a dónde vamos, le pregunto al comandante Palacios.
Dice que nos dirigimos a la veterinaria Medipet, bulevar Eulalio Gutiérrez, donde hace unos días el escuadrón trajo a un águila caracara que una familia reportó en el patio de su casa de la colonia 15 de abril.
La visita, dice Palacios, es para verificar el estado de salud en el que se encuentra el ave y saber si está en condiciones de ser liberada en su hábitat natural.
Llagamos…
El doctor Luis Javier González, propietario de la clínica, se coloca unas guantes y mete las manos dentro de una jaula que hay en una mesa de su consultorio, jaula en la que se divisa un pájaro de gran tamaño.
El ave parece nerviosa y lanza picotazos.
Al cabo de unos minutos el médico consigue atraparla por las patas y sacarla de su prisión.
La luz me devela a un águila de plumaje dorado que prorrumpe en chillidos estridentes y bate las alas con desesperación.
Dice el doctor González que probablemente escapó de un cetrero que la mantuvo en cautiverio, sujeta con una cadena, quién sabe por cuánto tiempo.
Después de revisar el ave el médico dictamina que tiene un ala rota, sin duda una fractura vieja, y no podrá ser liberada.
Lo que sigue, me dice el comandante Palacios, es que la Policía Ambiental informe a Profepa sobre la salud del águila y la autoridad resuelva qué hacer con ella.
En el ocaso de un viernes me veo en mitad del periférico con mi videocámara apuntando a un tlacuache encerrado en una jaula puesta sobre la batea de una camioneta de la Policía Ambiental.
El comandante Palacios me cuenta que en la víspera la central de radio alertó en torno a la presencia de un tlacuache en una iglesia de de la colonia Ampliación Morelos.
La brigada verde lo capturó y ahora lo llevarán a liberar al área forestal de la Narro, situada en la carretera Zacatecas, frente a la Universidad.
Palacios dice que el animal se nota estresado por el encierro, pero que una vez libre se relajará.
Con sustento legal
En un acuerdo delegatorio del alcalde
aprobado en Cabildo para que la comisión de
seguridad pública tuviera facultades y atribuciones
para la materia de protección al medio ambiente.
Hay un convenio entre la dirección
de medio ambiente espacios urbanos.
Partimos abordo de la patrulla, el comandante Palacios, la oficial Nancy, Charly, el inspector, y yo, delante va la camioneta que traslada el tlacuache, conducida por el agente Rubí.
Durante el trayecto la oficial Nancy Alvarado, 30 años. me cuenta que la Policía Ambiental no sólo ha rescatado perros y gatos callejeros, sino otros animales como tlacuaches, mapaches, cacomixtles, tarántulas, halcones, águilas, zopilotes, lechuzas y víboras, que osan invadir las zonas habitacionales la ciudad.
Al cabo de un rato penetramos en un bosque de pino. Nancy dice que es aquí, así como en el área protegida de la sierra Zapalinamé, donde la Policía Ambiental acostumbra liberar a los animales silvestres que son capturados.
Aparcamos.
El comandante Palacios se calza unos guantes de carnaza, desciende de la patrulla y enfila hacia la camioneta que trasporta la jaula con el tlacuache, toma la jaula, echa a andar por un llano, se detiene, abre la jaula y entonces veo salir despavorido a un animal similar a una rata que en un tris se pierde entre la maleza del monte.
Es el tlacuache.
Otra mañana con la brigada verde. Una voz femenina informa desde la central de radio sobre un grupo de personas que tiran basura en un lote baldío de la colonia La Fuente.
Cuando llegamos encontramos a unos hombres que han podado, sin permiso, una palma y arrojado deshechos de todo tipo en un terreno particular donde ya de por sí prolifera la basura y el escombro.
Uno de los señores, que al parecer es el jefe de la cuadrilla, alega que ellos lo único que hacen es cumplen las órdenes de sus patrones.
El comandante Juan Palacios manda entonces a los trabajadores parar la actividad, levantar los desperdicios del baldío y llevarlos al relleno sanitario.
La patrulla de la Policía Ambiental, dice, los escoltará hasta el sitio, les advierte.
Los hombres recogen la basura y la depositan en la plataforma de una camioneta estaquitas, mientras el inspector Guillermo Castañeda, don Memo, 62 años, llena el acta administrativa correspondiente y elabora el citatorio para que los responsables de esta contaminación se presenten cuanto antes a la autoridad ambiental.
Palacios me dice que la multa por tirar basura y escombro en la vía pública es una de las más caras y puede llegar hasta los 16 mil pesos, en caso de que los infractores sean sorprendidos en flagrancia.
Arrancamos con dirección al tiradero municipal detrás de la estaquita para asegurarnos de que los residuos sean dejados en el lugar correcto.
Sábado por la mañana.
Estoy con Palacios, la oficial Nancy y el inspector Jesús Hernández, a las afueras un establo localizado por el rumbo del bulevar Colosio.
Hace tiempo, platica Palacios, que los maestros de una escuela cercana al sitio se quejaron de una montaña de estiércol que está a la intemperie y despide olores nauseabundos.
El comandante Palacios dice que en más de una ocasión la Policía Ambiental ha visitado al dueño de esta granja para persuadirlo de que retire la porquería, pero que nunca lo encuentran.
Lo que procede es turnar el caso al juez municipal y que él fije la sanción correspondiente, dice Palacios mientras bajamos por una ladera resbaladiza hacia el establo donde unas vacas pacen con singular alegría.
Más allá topamos con un gran cerro de excremento de vaca, al fondo, en la cima de la barranca, se ve la escuela.
La 1:00 de la tarde del mismo sábado y ahora me encuentro dando un rondín por la ciudad con la Policía Ambiental.
La 1:00 de la tarde y la central de radio reporta sin novedad.
El comandante Palacios dice que cuando el día está flojo, que no hay servicios, el escuadrón se dedica a patrullar por los arroyos de la urbe a la caza de “cochinones” o perros en situación de calle.
Quizá por eso, me dirá después el inspector Charly, que la gente pone en las redes sociales que los de la Policía Ambiental no hacen nada, que se la viven paseando y que hasta inventan los auxilios, que hacen rescates fingidos.
En el recorrido el comandante Palacios me cuenta del día que el escuadrón recogió a un perro que se encontraron agonizando en la calle después de que fue atropellado.
El can había perdido la piel con el impacto y estaba tirado en un charco de agua, moribundo.
La brigada lo llevó entonces a una veterinaria para que lo durmieran.
Esto es lo duro de pertenecer a los ángeles verdes, dice Palacios, con un gesto de aflicción.
Cuando transitamos por la calzada Antonio Narro la patrulla se percata de que afuera de un domicilio hay un tambo del que emana una fumarola.
Es un caso típico de quema de basura a cielo abierto, dice Palacios.
El comandante baja de la unidad y toca la puerta de la vivienda.
Que si él es el propietario pregunta al hombre que asoma y éste responde que sí, pero que él no es el causante del incendio, que hace unas horas unos estudiantes que andaban de escandalosos le prendieron lumbre al tambo de la basura.
La vieja mancha de humo que resalta sobre la pared frontal de la casa pone a dudar a la brigada.
Parece, dice Nancy, que este vecino tiene la costumbre de incinerar su basura, a pesar de que él mismo ha reconocido que el camión recolector pasa a sus días y horas.
Palacios habla con el hombre sobre la prohibición de realizar quemas al aire libre y le ordena sofocar el fuego de inmediato.
La patrulla se retira solo hasta cuando el hombre sale de su casa con un balde y vierte el agua sobre el tonel incendiado.
Ahora estoy con la oficial Nancy, el comandante Palacios y Charly afuera de una vivienda de la colonia Valencia, donde los vecinos han reportado a una señora que tiene seis bravos canes en la vía pública, “no les da de comer y los esconde cuando llega la perrera municipal”, dice el informe.
A nuestro arribo encontramos a cuatro perros echados debajo de los vehículos de la cuadra y más allá a una señora, la supuesta dueña, barre que barre su banqueta de su casa.
La mujer dice que esos perros no son suyos, que ella tiene a sus mascotas dentro y que ignora quién es el propietario de los canes callejeros.
Pero que ella gusta de darles agua y comida a cuanto perro vagabundo que paran a la puerta de su vivienda.
Al final la señora accede de buena gana a firmar el acta elaborada por el inspector Charly en la que se le deslinda de toda responsabilidad.
Al filo del mediodía de un lunes acompaño a Rubí y a Charly a liberar a un alicante bebé que fue localizado en la cochera de un domicilio de la colonia Saltillo 2000.
Estamos en un paraje de la colonia Lomas de Lourdes, Charly lleva a la serpiente enroscada en la mano, dice que este tipo de bichas son inofensivas y que habitualmente se alimentan de ratones.
Estas víboras, dice Charly, llegan a crecer hasta un metro y medio de largo y son agresivas, sólo si son molestadas.
Lo aprendió en un curso sobre manejo de serpientes impartido por un especialista del Museo del Desierto.
Charly suelta a la víbora en medio del monte y el animal se escabulle rápidamente entre la yerba.
Charly me contará más tarde que la Policía Ambiental ha capturado también serpientes peligrosas, como la cascabel, que abunda en arroyos de colonias como la Mirasierra.
Un día más con la Policía Ambiental Guillermo Castañeda, inspector de ecología, me enseña un sonómetro, el aparato, parecido a un teléfono inalámbrico, que usa la brigada verde para medir los niveles de ruido.
Palacios cuenta que durante los fines de semana la central de radio recibe entre 80 y 100 reportes de ruido por día.
La brigada, dice don Memo, es la encargada de llevar el sonómetro a los lugares donde la ciudadanía ha reportado altas emisiones de ruido, (antros, casas particulares, salones de fiesta), checan los niveles y si el ruido sobrepasan los 65 deciveles de día y 68 de noche, que son los límites permitidos, se deja una acta circunstanciada y la orden de que le bajen dos rayitas a su volumen.
Guillermo dice que los reportes de ruido en las noches suele ser uno de los servicios más riesgoso para el escuadrón, porque hay que tratar con personas alcoholizadas que tienen la música alta.
La digo a Palacios que me gustaría acompañarlos una de esas noches y dice que no, a menos de que le muestre mi seguro de vida…
Desisto.
Mi último día en la brigada verde es con Any Rojas, otra agente de la policía ambiental.
Any me platica sobre un gato sin quijada al que encontraron sangrando en una plaza de la colonia Zapalinamé.
El reporte lo hizo una niña.
Any recuerda que les llevó tres horas atrapar al felino que estaba muy asustado y para protegerse se escondía debajo de los coches.
Cuando por fin consiguieron capturarlo lo trasladaron a una veterinaria.
El gato, diagnosticó el médico, tenía la quijada sumida a consecuencia de un golpe, tal vez una patada, y su pronóstico de vida era reservado.
A los pocos días de estar en tratamiento el minino falleció.
Lo que Any más le impactó fue que por esa época la Policía Ambiental atendió otro dos reportes de michos a los que gente sin corazón les había quebrado la quijada.
Mientas escribo las últimas líneas de este crónica Juan Carlos Guerrero, Charly, me avisa por whats de un perro al que acaban de recoger grave, luego de una pelea callejera con otro can; me avisa de un tlacuache capturado en un domicilio, y me avisa de un gatito al que consiguieron rescatar de lo alto de un árbol.
Me quedo con las ganas de ir para allá…