Poesía sí eres tú

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Poesía sí eres tú

Foto: Unsplash.

La poesía, en las aulas escolares, muchas veces causa problemas. La principal frase que escucho es “no le entiendo”. Algunos escritores se han pronunciado al respecto. Gabriel Zaid  divide con ironía a los poetas en dos: los que se les entiende y los que no se les entiende. Un ejemplo de poesía “que se entiende” sería “El brindis del bohemio” o el clásico “Reír llorando” de Juan de Dios Peza (sobre Garrick, el actor más gracioso del planeta). Tal vez podamos incluir algunos poemas de Jaime Sabines o Mario Benedetti. En el grupo de poesía “que no se entiende” se me ocurre, no sé, Octavio Paz. Quizá José Gorostiza, con “Muerte sin fin”. Uno no es más poema que otro.

Los poetas se han quebrado la cabeza a lo largo de la historia para definir y redefinir a la poesía, a sabiendas de que todo concepto es mutable e incompleto. Juan Ramón Jiménez le nombra “¡Caída matinal del cielo al mundo!”; Juana de Ibarbourou le llama “eterna” y “victoriosa”. Con aire lúdico, José Lezama Lima dice que “es un caracol nocturno en un rectángulo de agua”. Gustavo Adolfo Bécquer, bardo del Romanticismo español, acuñó el famoso verso “¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? / Poesía… eres tú”; a lo que muchos años después respondió Rosario Castellanos titulando su antología personal como “Poesía no eres tú”.

Esta semana, al leer dos prólogos de libros, abrí la vieja discusión. Creo que a todas las personas, en algún punto de la vida, nos ha tocado la poesía aunque no siempre nos demos cuenta. Una vez leí, creo que en un ensayo de Ezra Pound (cito de memoria), que a la poesía le gusta ser diferente. Por eso se canta, se escribe en estrofas (a veces) y antes la primera letra de cada verso se imprimía con mayúscula (por eso el nombre de “letra versal”). Al mismo tiempo, la poesía también rompe todas esas reglas: habita las páginas de las novelas,  de algún ensayo riguroso o de las conversaciones diarias. En el sentido lingüístico, según Roman Jakobson, la función poética del lenguaje es una manipulación estética e intencional que se hace de la palabra para lograr un efecto específico: “te esperé mil años”, “échale un ojo a la estufa” o cualquier figura retórica. ¿Podríamos llamar a eso poesía? Pienso que faltan otros ingredientes.

En la secundaria me fascinaron los poemas de Rubén Darío que recitaba la maestra, más por su sonido que por otra cosa. Fue tanta la impresión de esa musicalidad verbal que “Cantos de vida y esperanza” se convirtió en el primer libro de poesía que compré. Años más tarde, en la carrera de Letras, descubrí a Walt Whitman y entendí que había otro efecto fundamental en este género literario. El poema “Canto a mí mismo” me emocionó de un modo que no puedo explicar. Un poeta-profeta, señala Bartra, “cuya voz habría de elevarse desde ‘los tejados del mundo’ para cantar al hombre común”. A esa sensación fuerte y corporal que nos deja la poesía, Yves Bonnefoy le llamó “instantes de plenitud transverbales”, como si fuera una especie de samadhi o de contemplación. 

Yo tampoco sé a ciencia cierta qué es la poesía, pero pienso que donde habita ella hay musicalidad, emoción, juego lingüístico, eco de la memoria humana. A veces se nos muestra con figuras herméticas que parecen indescifrables, también la surge con imágenes cercanas a nosotros. Al principio puede que nos cueste “entender”, pero ya insertos en el lenguaje poético tendremos la posibilidad de vivir un encuentro que nos hermana sin importar las épocas.