Pobreza, principal causa…

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Pobreza, principal causa…

Un encabezado de VANGUARDIA (22/05) atrajo mi atención de manera automática, ya que me dedico desde hace décadas a trabajar como psicoterapeuta en el desarrollo y el sufrimiento mental. “Pobreza, principal causa de trastorno mental: Instituto Nacional de Psiquiatría”. Esta frase tan lapidaria –parecía emparentada con la demagogia– suscitó mi curiosidad científica y me provocó una pregunta. ¿A qué clase de pobreza se refería? Y ¿Cuál(es) de ella(s) sería “la causa”?

Existen innumerables clases de pobrezas: pobreza económica, pobreza moral, pobreza académica, pobreza de lenguaje, comunicación y expresión personal, pobreza de oportunidades para estudiar, trabajar, aprender, pobreza habitacional, pobreza de recursos naturales, pobreza de madre (no me refiero a ningún político) y de familia educadora, pobreza mental… y así podría seguir enumerando una serie casi infinita de carencias que caracterizan al ser humano y que son no sólo causa de trastornos mentales sino efecto de los mismos. O sea, pobreza que engendra pobreza en sí mismo y en los demás.

Sin embargo, el crecimiento del ser humano y la evolución de una sociedad consisten en resolver gradualmente estas pobrezas multitudinarias que le esperan al nacer, y lo retan cada día no sólo a levantarse y caminar sino a pensar, imaginar, ensayar, conocer y decidir. Este enfrentamiento cotidiano con la dosis de pobreza, incluida en cada problema personal o social, no siempre es fuente de trastornos mentales, ni mucho menos de suicidios, sino que en un alto porcentaje es el motor del cambio y desarrollo personal y social. La medicina es resultado de la enfermedad, las escuelas de la ignorancia, el poder judicial de la injusticia y la corrupción.

Los problemas no sólo se sufren sino que la mente infantil, adolescente o madura los va descubriendo gradualmente. Sin embargo, frecuentemente los sufre antes de tiempo y traumatizan a la mente. (La tercera edad repite frecuentemente: “Si yo hubiera sabido esto hace 20 años…”). Sin la luz de la mente el hombre no sólo camina a oscuras sino que no sabe a dónde se dirige. Esta es la pobreza humana más limitante y no la falta de recursos económicos como generalmente se piensa. Esta ceguera o miopía mental es la que empuja a buscar un maestro, un mentor o un psicoterapeuta con experiencia que explique el problema, para que no se convierta en estrés, trauma mental, angustia o trastorno mental, y adquiera luz y soluciones inteligentes.

Adjudicar a la falta de recursos económicos (o sea a la pobreza económica) como la principal causa de los trastornos mentales me parece una sobre simplificación de las causas (etiología) de la enfermedad mental, incluyendo el suicidio. Esa afirmación provocaría como protesta la famosa frase: “Los ricos también lloran”. La realidad más evidente que percibe el ser humano es que el dinero o la abundancia de recursos económicos no alivia, de por sí, la enfermedad ni la ignorancia, ni la angustia ni el sufrimiento, ni la depresión ni el suicidio, ni la muerte (“nunca he visto un camión de mudanzas detrás de un cortejo fúnebre”, dice con ironía el Papa Francisco).

Es encomiable que la “Mesa Interinstitucional de Prevención del Suicidio” tome en cuenta el factor de la salud mental. La mente enferma del suicida es la que aconseja y determina esa solución equivocada de los problemas personales. Esa mente en un político también puede decidir un suicidio social y verlo como “un cambio conveniente”, aunque implique la muerte de la libertad y las instituciones problemáticas que requieren soluciones inteligentes, pero no fantasías y proyectos tan utópicos como un mero “combate a la pobreza… o a la corrupción”.

Ningún gobernante ni ninguno de los candidatos se ha atrevido a denunciar la pobreza mental que sufren los ciudadanos y sus familias, y que tiene como causa última no la riqueza o la pobreza económica, tan demagógicamente cacareada, sino la mínima atención efectiva al orden mental que incluye la educación, los medios de información, la espiritualidad de la cultura, la disciplina de carácter –tanto científico como deportivo– y la atención a la salud mental, personal y social. Toda esta dimensión mental del sistema social es la causa no sólo del suicidio traumático sino del lento suicidio que sufre nuestra sociedad y su democracia.