‘Piss Christ’, la controversia ante la insensibilidad
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‘Piss Christ’, la controversia ante la insensibilidad
Si existe una intención inherente a toda creación artística es la de provocar algo en el espectador. Sea esto admiración, goce, repudio o reflexión, no hay obra hecha sin tal objetivo de por medio.
Sin embargo, ante los vertiginosos cambios del siglo 20, comenzó a predominar el afán de buscar la controversia y la ruptura con lo tradicional. Los artistas ya no estaban conformes con lo que las técnicas y lenguajes de entonces les proporcionaban para expresarse y buscaron ampliar los horizontes.
Cada grupo de vanguardistas rompió más o menos las reglas de lo previamente establecido. Por ejemplo, los surrealistas se apegaron a la manufactura tradicional y tan sólo exploraron otros temas y composiciones, igual sucedió en el cubismo y las diferentes formas de abstracción.
Mientras tanto el Movimiento Dadá dejó todo al azar en un ámbito multidisciplinario y Marcel Duchamp, en un arrebato de rebeldía contra el sistema del arte dinamitó todo estándar con su “Fuente” de 1917.
Desde entonces el arte contemporáneo se ha caracterizado por ondear la bandera de la controversia y la provocación con propuestas tan atrevidas como geniales —aunque dependiendo a quién le preguntes se inclinará más por uno de los dos adjetivos—.
Tales piezas son cuestionadas por la pertinencia de sus intenciones, pues algunas llegan a rayar en lo ofensivo y por lo mismo someto a este texto a tal escrutinio sobre su pertinencia al retomar en pleno Sábado de Gloria, día de luto y reflexión, la obra “Piss Christ” de Andrés Serrano.
En 1987 el artista estadounidense presentó la fotografía de un Cristo de plástico sobre una cruz de madera, sumergido en un frasco lleno de la orina del autor. La imagen, tomada de manera que la figura se encuentra iluminada por una luz dorada desde arriba y al frente, no da indicios de los materiales con que fue creada, pero su nombre lo revela todo.
Ese año la obra no generó mayores reacciones fuera del mundo del arte; dos años después comenzó la parte interesante: Los senadores Al D’Amato y Jesse Helms, escandalizados al conocer que la Fundación Nacional para las Artes proporcionó apoyo monetario para la creación de la pieza, organizaron una campaña que culminó con la considerable reducción del presupuesto otorgado a este fondo. Actualmente está en peligro de desaparecer.
El NEA —por sus siglas en inglés— no se ha recuperado de tal golpe y “Piss Christ” ha recibido otros tantos en cada lugar donde es expuesto, de manera literal, pues ha sido vandalizada, sin mencionar las amenazas hechas contra los galeristas y directores de museos por parte de grupos cristianos.
En diversas entrevistas Serrano ha asegurado que no buscaba con esta fotografía —ni ninguna otra de la serie “Inmersiones”, de la que “Piss Christ” sólo es el ejemplar más infame— crear una obra blasfema. Por el contrario, se confirma como un católico educado.
Aunque esa no haya sido su intención no quiere decir que no haya logrado tal reacción por parte del público, ni lo exime de la responsabilidad por su ofensa. Tendría que ser demasiado inocente a sus propias acciones como para no estar consciente de los potenciales resultados al momento de concebir la obra. Y no lo es.
Él mismo comenta también cómo los espectadores pueden ser paulatinamente insensibilizados para aceptar con mayor facilidad propuestas cada vez más atrevidas. La controversia de su Cristo en Orina no ha sido superada por su posterior trabajo, por ejemplo, igual de provocador.
A eso yo añadiría la estudiada sobrecarga de información a la que estamos sujetos y que también nos ha insensibilizado ante situaciones otrora objeto de sorpresa. En el arte en particular esto ha sucedido por siglos, por eso los vanguardistas hicieron lo que hicieron.
Un Caravaggio ya no despierta la misma sensación de violencia y repulsión. Eso está superado. Ninguna visceral y sangrienta obra del barroco genera ya una reacción tan fuerte como una obra de Serrano o de Abel Azcona o de Santiago Sierra. Es más, las primeras pueden llegar a ser valoradas como “bellas”.
La provocación se ha convertido en el medio de expresión idóneo de los autores contemporáneos, en especial para denunciar los temas más escabrosos y delicados, aquellos que muy pocos otros se atreven a abordar.
El conservadurismo que incapacita y pone en peligro la estabilidad de la Iglesia Católica, como lo presenta Serrano; los casos de abuso sexual a menores dentro de ella y la libertad sexual que tanto gusta Azcona abordar y las desigualdades e irregularidades del sistema capitalista, parte del discurso de Sierra, son temas que, muy probablemente, si fueran tratados con técnicas tradicionales, desde la figuración académica, no obtendrían la misma atención.
Pero es entonces cuando comienza a cuestionarse el valor de un trabajo así, su pertinencia, objetivos y resultados. Se preguntan si sólo es una mera provocación banal o verdaderamente hay un llamado de atención válido al ver a Cristo sumergido en orina o unas decenas de hostias consagradas escribiendo la palabra “Pedofilia” en el suelo de una galería y, por supuesto, si todo esto puede ser considerado arte.
El último punto puede debatirse hasta el cansancio sin llegar a algún lugar concreto, pero de los primeros es más posible obtener conclusiones, aunque eso no implica facilidad en dicha tarea. Sin embargo, al momento de realizar el ejercicio de evaluación sobre tal pertinencia se recurre a un medio de expresión represiva: La censura.
Si desde las Vanguardias se busca eliminar todo límite en las artes habrá qué discutir entonces si el campo de acción es realmente infinito o si se plantearán nuevas fronteras y qué extensión tendrán.
Aseguré que no sería fácil llegar a la conclusión.