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Pintura en Liliput: Orestes de la Cruz
I
En la actualidad, el arte se mueve entre extremos aparentemente distantes: la figuración más fidedigna y la más densa neo-abstracción, las manifestaciones VIP –al decir de la crítica mexicana Avelina Lésper: video, instalación, performance- y la Academia, la contención y la desmesura.
En esta selva de expresiones artísticas habría que incluir las otras artes: la música, la danza, el teatro, la poesía, el cine y más. En la enorme arena de la interdisciplina estética y la intertextualidad se mueven las artes desde hace algunas décadas. Y quizá, como piensan ciertos historiadores y críticos, “la culpa” es de Marcel Duchamp.
Una de las formas que han mantenido su vigencia hasta ahora, a pesar de los embates de la hoy llamada era digital, es la pintura, en sus diversas técnicas. Incluso en las bienales o en las muestras internacionales más osadas y anárquicas, podemos ver expuestas obras de carácter pictórico, ya sea sobre soportes convencionales –lienzo, madera, metal…- o vanguardistas: plástico, carrocerías de automóviles, lonas de transportes de carga pesada, vidrio, en fin.
Incluyendo o no la figura humana o tomando en cuenta o de plano soslayando la “imitación de la realidad o la naturaleza”, la pintura convive aún con el video, la instalación, el performance y otras formas posmodernas de las artes visuales y no visuales. Basta con echar un vistazo, por ejemplo, a la muestra que cada cinco años se realiza en Kassel, Alemania: “Documenta”.
A pesar de la emergencia del arte conceptual y de otras corrientes rupturales ulteriores, la pintura sigue teniendo en México y en toda América Latina una importancia que las más vanguardistas oleadas tecnológicas no han logrado disminuir. El por qué no es tema de este texto, pero el hecho no deja de ser tan enigmático como explicable. Sin embargo es un detalle alentador.
II
Entre las formas y los géneros que a lo largo de los siglos se han empleado en la pintura, una de las más interesantes y curiosas es la miniatura. Los iluminadores medievales echaron mano de ella para ilustrar libros sagrados y profanos, y lo hicieron por igual artistas occidentales y orientales.
La pintura miniaturista tiene ya muchos siglos de edad, pero es entre el fin de la Edad Media y El Barroco, pasando por el Renacimiento, cuando en Flandes adquiere un nuevo impulso. ¿Quiénes compraban estas obras minúsculas? Los ricos, evidentemente. Por eso, el retrato es uno de los géneros que será muy bien cotizado hasta el siglo 19, incluso después de la invención de la fotografía.
Todo esto viene a cuento porque hoy el Museo Rubén Herrera inaugura la exposición “Miniatulus”, del pintor saltillense Orestes de la Paz, con la curaduría y la museografía de la artista plástica Magda Dávila, Directora –por fortuna, aún- del mencionado Museo.
La muestra se compone de 18 piezas de brevísimo formato, elaboradas en varias técnicas y cuya visión seguramente sorprenderá al público que recorra las salas de este Museo, menos por las dimensiones de las mismas que por la delicadeza y la habilidad que el pintor exhibe en su ejecución.
Entre las nuevas generaciones, Orestes de la Cruz y Élfego Alor son dos de los artistas saltillenses más dotados. Estos pintores se han empeñado en pintar como lo haría un pintor formado en la Academia del siglo 19 o antes.
Los sostiene una tradición que se remonta a los maestros Rubén Herrera y Pablo Valero, también a Emilio Abugarade y a Eloy Cerecero, dueños de un dominio de las técnicas convencionales que los jóvenes desprecian por considerarlas “anticuadas”.
Pero los grandes maestros del arte flamenco y holandés constituyen, en el caso de Orestes de la Paz, la original fuente de la quese alimenta este pintor de miniaturas, desde El Bosco, Van Eyck y Memling hasta Van der Weyden y Vermer de Delft.