Pies para qué los quiero…
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Pies para qué los quiero…
Por: Carlos Mirón
Decidí hacerlo por los que son como tú. Sé que de otra forma seguirían presos en una vida que no se merecen, que nadie se merece; vagando por las calles, hurgando en la basura, buscando la oportunidad que nunca tuvieron.
No me arrepiento. Tuve la idea cuando observé a dos de ustedes pidiendo dinero en la calle. Uno se quitaba su gorra gastada y pasaba entre los autos detenidos en los semáforos. Recibía un par de monedas de conductores que apenas lo miraban a los ojos. Y el otro, tirado sobre un cartón, acomodaba sus inertes piernas para luego sólo alzar la mano y recibir las monedas de las apenadas personas que lo veían. Supe entonces que un animal parece tener más hambre cuando se ve vulnerable.
Comencé en mi veterinaria. Los últimos años la clientela aumentó. Llegaron con las mascotas de uñas pintadas que combinaban con suéteres ajustados y algunos hasta con costosos collares.
También creció el número de personas que llegaban con animales “encontrados” en la calle para que yo las curara, y sin problema lo hacía. Cuando terminaba, sacaban su celular, se tomaban una foto con el animal que según ellos habían salvado, y luego me lo dejaban aquí. Prometían volver por su víctima pero casi nunca era cierto. Los animales se quedaban en mi veterinaria por meses, y cada semana se integraban a la manada dos o tres más. Ya no podía pagar las croquetas ni bañar a cada uno, mucho menos limpiar las jaulas que cada hora se llenaban de un sucio abandono.
Muchas veces lo pensé. Dormirlos y enterrarlos en algún lugar donde nadie los hallara o venderlos como carne a una taquería. Dejaba de pensarlo cuando veía en sus ojos las ganas de vivir cada vez que buscaba deshacerme de ellos. Sólo los dejaba encerrados en sus jaulas hasta que alguien se los llevara, pero ese alguien nunca lo hacía.
Hasta el día en que llegó Ruperto, el schnauzer, con su par de ruedas traseras que usaba como piernas. Esos círculos que comenzaron a ser diferentes cada que venía a su chequeo de rutina. De alguna manera, su dueña se las arreglaba para decorarlas y hacerlas parecer que eran parte del perro, algo así como un perro personalizado.
Ruperto era su accesorio perfecto, la sensación de los parques a donde lo llevaba a pasear; una mascota que muchos querrían, un ejemplo de vida, un perro para fotografiar y compartirlo en redes sociales.
Ahí fue donde encontré la solución para tu problema.
Al comienzo clasifiqué a los pocos que me quedaban. Tres perros chicos, uno mediano y dos grandes y, además, un pequeño gato negro. Todos estaban callados. Ver a los demás quedarse dormidos en la mesa de metal, los hacía darse cuenta de que ellos eran los siguientes.
Preparé todo e inicié con el gato. Lo amarré a la mesa porque se resistiría. Y lo hizo. Estos arañazos en mi brazo fueron de él cuando le quité la primera pierna, justo por debajo de su muslo. La otra fue más fácil y no me importó hacerlo sin cuidado.
Debo admitir que con los perros fue diferente. Ellos vieron lo que había pasado con el gato. A uno de ellos lo tuve que dormir porque intentó morderme. El maldito no sabía que era para que tuviera una mejor vida.
Sólo me quedaron dos pequeños, los dos medianos y el más grande, este último fue con el que volví a empezar hasta que terminé con el más pequeño. Me dejó un gran dolor de cabeza por sus agudos ladridos. También lo tuve que dormir.
Al terminar, recogí la docena de patas amputadas. Deseé que fueran de conejo, pero no tuve tanta suerte. Sólo las dejé que se secaran con sal y al calor del sol. Por cierto, contémplalas, están detrás de ti. De colección, ¿no?
Pero bueno. Dejé que pasaran los días para que los animales se recuperaran y también para buscar las ruedas adecuadas para sus nuevas piernas.
Sentí que el mundo estaba a mis pies, porque las encontré en la primera tienda a la que llegué.
En esos días medí las caderas y las patas de los animales. Armé los tubos y las ruedas. Al final decoré y personalicé cada andador para que fueran más llamativos. Sabía que las personas se volverían locas de amor al verlos.
Por último, sólo difundí fotografías de cada uno con la palabra “adóptame” en las redes sociales. En menos de media hora tenía una fila de personas afuera de mi veterinaria preguntando por ellos. Se fueron felices.
Ahora tienen hasta parque para animales discapacitados y hasta el hashtag mascotavaliente para Facebook e Instagram.
Básicamente es lo que he hecho y lo que voy a hacer contigo. Aunque tus prótesis sean un poco más caras, imagínate ganando un maratón con piernas de metal. La verdad, no creo que esté equivocado. Te voy a recostar en la mesa, quizá esté un poco fría pero con la sangre que a veces se derrama se entibiará un poco.
Eso sí, sólo una cosa te voy a pedir, no te resistas. No quiero buscar un lugar dónde enterrarte y mucho menos vender tu carne a una taquería.
Carlos Mirón
EDITOR Y ESCRITOR
(1992) Autor de la novela Caminando de Rodillas (2017) y Venti: detrás de la barra (2018). Co-editor de la sección de Dinero en esta casa editorial. Digital Invader de la generación XX6 y psicólogo empresarial.