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Pese al riesgo en Florida, algunos prefieren esperar a Irma en su casa
Mientras el huracán Irma amenazaba con causar daños catastróficos en Florida, los clientes del bar más conocido de South Beach bebían, jugaban al billar y hacían sonar la máquina de música a todo volumen.
Una nube de humo de tabaco flotaba en el aire del Mac’s Club Deuce, donde Kathleen Paca, de 56 años y vecina de Miami Beach, estaba sentada en un taburete. Acababa de escribir “Estamos abiertos, Irma” con pintura en aerosol en los paneles de contrachapado que protegían las ventanas del bar. Escribió la palabra “Irma” encima de “Wilma”, el huracán de 2005 en el que se habían utilizado los tablones por última vez.
Paca y otros habituales del Deuce, como lo conocen los locales, no tenían preocupaciones por quedarse en casa mientras se acercaba Irma, pese a las previsiones de que la tormenta sea una de las más fuertes en tocar tierra en Florida.
“¿A dónde voy a ir?”, comentó Paca. “No va a ser tan malo. Estoy en el segundo piso y tengo ventanas contra impactos. He lanzado cocos a mis ventanas y no se rompen”.
Aunque las autoridades han pedido a más de 6 millones de personas en Florida y Georgia que evacúen en previsión de las inundaciones y fuertes vientos de Irma, algunos en Florida prefieren quedarse, un rito de iniciación para muchos en el estado que presumen de las tormentas que han soportado: Camille, Andrew, Katrina y otras.
Si bien muchos de los pobres en el estado tienen pocas opciones aparte de quedarse o ir a un refugio, algunas personas que pueden elegir prefieren capear el temporal en lugar de arriesgarse a manejar cientos de millas hacia el norte sin certeza de que podrán conseguir gasolina o alojamiento.
“Tengo dos opciones, quedarme o correr al norte, una mala idea”, comentó Michel Polette, de 31 años, que vive a un par de manzanas del Océano Atlántico en South Beach. “Si conduces a Atlanta o Tallahassee, te arriesgas a quedarte sin combustible y estar en tu auto en un huracán de categoría 4”.
Los vecinos del parque de remolques Treasure Village en St. Petersburg, unas cuatro horas al noroeste de Miami Beach, dijeron que tampoco se iban, a pesar de que el condado pidió evacuar todas las casas rodantes independientemente de si estaban en la costa o tierra adentro.
“No me voy a ningún sitio”, dijo Laurie Mastropaolo, de 56 años.
Mastropaolo charlaba con un vecino, Wiliam Castor, de 79 años. Sin camiseta en un día de 35 grados centígrados (95 Fahrenheit), dijo que no había oído sobre la orden obligatoria de evacuar las casas portátiles. Las autoridades del condado y la ciudad no habían llegado aún al parque.
“La tormenta está a 1,000 millas de distancia”, dijo encogiéndose de hombres. “Podría ir a Kalamazoo”.
Castor creció en Miami y Mastropaolo dijo haber pasado tormentas en Long Island, incluida Sandy. Ambos llevaban menos de un año en el parque y ninguno estaba convencido de la necesidad de marcharse, al menos aún no.
“Si viviera en Miami, me habría largado”, dijo Mastropaolo. “Pero aquí, esperaré al último minuto. No voy a salir a la carretera con la gente loca”.
A menudo, los que toman la decisión de quedarse sienten que tienen una fuerte red de apoyo que les ayudará pese a las dificultades, según un estudio publicado este año por la Sociedad Meteorológica Estadounidense. El estudio se basaba en datos reunidos durante el huracán Matthew de 2016, que inundó el nordeste de Florida, destruyendo casas en St. Augustine y alrededores.
“Tuvimos el resultado opuesto al que yo esperaba, porque los que se quedaron y que estaban bajo una orden de evacuación obligatoria tenían redes de apoyo más fiables que los que evacuaron”, comentó Jennifer Collins, una de las investigadoras de la Universidad del Sur de Florida que realizaron el estudio. “Sus vecinos y comunidades locales... se sentían muy cómodos refugiándose con ellos”.
Algunas personas en Miami tenían opiniones enfrentadas sobre su decisión de quedarse, pero se vieron influidas por circunstancias especiales como un embarazo.
Stefani Travieso, de 22 años, vive en un barrio de Miami que sufrió graves daños durante el huracán Andrew en 1992. Está embarazada de ocho meses y su médico le dijo que se quedara en un lugar cómodo donde se sintiera segura. Después de Andrew, su tejado se renovó y se instalaron ventanas para tormentas, así como un generador de repuesto.
“Si no estuviera embarazada, estaría en el coche camino al norte con mi perro y mi esposo”, dijo.