Personajes de la Pasión (2)
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Personajes de la Pasión (2)
Hay otro personaje que rivaliza con Pedro en el drama humano de la Pasión y muerte de Jesús. Un drama cuyos caracteres son representativos de los dramas que actuamos cuando juzgamos y condenamos, en los que sufrimos y hacemos sufrir a otros, en los que lloramos o permanecemos irreconciliables.
Judas no es solamente un personaje histórico que creyó y se entusiasmó con su maestro, que lo dejó casi todo –excepto su ego– para ser su discípulo. Es un ser que se quedó en sus esperanzas de logros políticos y económicos, de prestigio y de privilegios. Se desilusionó cuando se dio cuenta de que el reino de Cristo no le iba a generar ninguna de esas ganancias, sino todo lo contrario.
La codicia de 30 monedas reveló su motivación para ser “cristiano”. Nunca se le prometió una vida cómoda ni un futuro placentero, sin embargo, él confiaba en que iba a llegar ese día. Su desilusión se confirmó cuando vio a su Mesías lavando los pies y ofreciendo su cuerpo y su sangre. Eso fue insoportable, se le cayó la imagen en la que había creído de su “padrino” político, se quedó vacío y prefirió 30 monedas que llenaran el hueco.
Sin embargo, algo interior traicionaba al “traidor”. Como cualquiera de nosotros era un “traidor a medias”. Ejecutó una traición: fue por los soldados, los condujo personalmente para que no se perdieran y los soldados apresaron a Jesús. Pero Judas se quedó a solas con su conciencia.
Algo que todo ser humano puede disimular, pero no eludir, que podemos disfrazar con una cínica sonrisa, que intentamos disculpar con un simple “somos humanos”, pero que es imposible enmudecer, evitar su remordimiento y su tormento interior. El problema de la conciencia consiste en que no permite que su dueño la traicione con mentiras y pretextos.
La conciencia de Judas lo traicionó. Lo sacó de su pretendida tranquilidad económica de 30 monedas. Le empezaron a quemar las manos, las regresó a los “sacerdotes” y les confesó la culpa que torturaba su conciencia: “He pecado entregando a la muerte a un inocente”. Judas se arrepintió y Dios lo perdonó.
Pero Judas no pudo perdonarse a sí mismo. Su ego fue más grande que su arrepentimiento. No pudo librarse de la angustia de la culpa que él mismo, no Dios, se generaba en su pretensión de ser perfecto. Necesitaba el alivio de un castigo, pero nadie se lo daba –ni Dios mismo. Su desesperación narcisista lo llevó a buscarlo por sí mismo y se procuró el mayor castigo: se ahorcó.
Los cristianos no tenemos el derecho de condenar a Judas, también somos traidores. Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” y frecuentemente traicionamos la verdad, la vida y el camino que Él nos indicó con su ejemplo y su mensaje. Es mejor “bajarle tres rayitas” a nuestro ego de “pavo real” para aliviar nuestra culpa, que seguir condenando como traidores a los que solamente “traen una paja en su ojo ajeno”.