Periodismo: el registro de la voz de los más vulnerables

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Periodismo: el registro de la voz de los más vulnerables

Cuando Jaime Avilés retrató en una serie de crónicas sucesos que marcaron historia en la nación y en América Latina, estaba dejando el testimonio vivo de épocas críticas unas; regímenes deplorables otros, y verdaderas y odiosas dictaduras.

Se ocupa Avilés en aquellas crónicas de los años setentas y ochentas, un género periodístico por lo demás de una nobleza y riqueza sumamente explotables, de temas que van desde la inauguración del Museo Rufino Tamayo en Chapultepec; el fatigado y último respiro de Nicolás Zapata, hijo mayor de Emiliano Zapata; el terremoto en México en 1985; magistrales relatos de los levantamientos del Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua, en los estertores de la dictadura de Anastasio Somoza, así como los últimos días de este, exiliado en Paraguay.

Con Jaime Avilés transitamos por un México que se abría a los modernos medios de comunicación, el metro en la capital del país: cómo sus habitantes, ya desde los primeros tiempos de su funcionamiento, se veían obligados a seguir la marea humana, aunque no siguiera esta la dirección que debía ser tomada por el atrapado en ella.

Palabras que identifican la masa, particularizan a los personajes y nos hacen sentirnos ellos: “Somos esa mujer lastrada con bultos de ropa en papel amarillo y tres niños que no andan sino que los arrastra el vigor de la madre; y somos ese hombre de anteojos negros que lleva en la axila el portafolios de su obligación y somos aquellas dos muchachas vestidas de blanco, tambaleantes en el incierto centro de gravedad de sus tacones blancos e inseguras del blanco brillo de sus aretes luminosos de imitación de esmeraldas, y somos también la fatiga del albañil que se impacienta como nosotros, manchado en las manos, el pelo, la ropa, con los duros dientecitos grises del cemento…”.

Avilés describe aquí al hombre de las “corbatas vencidas y tristes”; a las mecanógrafas; las empleadas; las sirvientas, el panadero, el cartero, en “La hora triste en el túnel”.

En otra crónica cuenta un trágico accidente del metro en el año de 1975, cuando el vagón se dirigía de la estación Chabacano a la de Taxqueña. Los frenos dejaron de funcionar y cuando el conductor, Carlos Fernández Sánchez, se dio cuenta de lo inevitable del impacto, saltó para salvar la vida. Ninguno de los sistemas de seguridad del metro funcionó. Y entonces, a la salida del hospital vivió un calvario que retrata Avilés. Se le acusa de sabotaje y tendrán que pasar seis años, es decir, un sexenio, para que la política sea la que al fin lo exonere de un delito en el cual no tenía responsabilidad.

Así como estas crónicas, en “La rebelión de los maniquíes”, de la editorial Grijalbo, Avilés se ocupa de los más vulnerables, de aquellos que viven en condiciones extremas de pobreza en Janitzio, mientras las hordas de turistas invaden la isla para la celebración del Día de Muertos; de las promesas de los políticos que anunciaban la llegada del bienestar a las casas y se quedaba en letra impresa en cartas desde la misma Presidencia.

También son los más vulnerables que en América Latina se levantaron contra la opresión de las dictaduras. El relato de Nicaragua es estremecedor. Una crónica que registra puntualmente las acciones de los sandinistas y la respuesta atroz del régimen.

Trabajos periodísticos como el de Avilés registran voces que necesitan ser escuchadas y alertan de los riesgos de gobiernos hechos a la medida para sí y por sí.

Como decía Gabriel García Márquez, el periodismo, el mejor oficio del mundo, es así, la valiente voz en medio de la injusticia. La voz que suena alto y es imparable. La justicia y la equidad en un mundo donde la interpretación de ambos valores no debe quedar sujeta a la discrecionalidad de nadie, sino respetando la ley.