Periodismo bajo asedio

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Periodismo bajo asedio

Vivimos un mundo de paradojas, de contradicciones, de dicotomías aparentemente inexplicables.

Nunca como en estos tiempos se ha democratizado la posibilidad de ejercer el derecho a la libertad de expresión, entendido desde la perspectiva más amplia según la cual éste tiene dos dimensiones: una de carácter individual y otra de carácter social.

Ver el derecho a la libertad de expresión a través de este prisma implica considerar la necesidad de proveer a cada individuo de las más amplias libertades para manifestar sus ideas, pero, al mismo tiempo, entender todas las expresiones individuales como parte del patrimonio colectivo y, por tanto, objeto de protección para permitir a todos el conocerlas.

Parecería una obviedad, pero el señalamiento es necesario porque el detalle suele perderse de vista: vistas así las cosas se entiende claramente cómo la libertad de expresión no es una prerrogativa “exclusiva de los periodistas”, sino un derecho inherente a la condición de ser humano de todas las personas.

La revolución informática, específicamente la irrupción de las redes sociales, ha creado como nunca las condiciones para ejercer tal derecho a cabalidad, especialmente en lo relativo a la posibilidad de multiplicar nuestra voz, privilegio, ese sí, reservado largamente casi en exclusiva a quienes hemos tenido la facultad de ejercer el mejor oficio del mundo, según la definición popularizada por el monstruo de Aracataca.

Paradójicamente, sin embargo, estamos desinformados como nunca y cotidianamente nos vemos obligados a dedicarle una buena cantidad de tiempo a la tarea de localizar, en la marea de información falsa, errónea, descontextualizada, no verificada o simplemente inventada, la verdad de los hechos… si acaso ésta existe.

Y no me refiero a los millones de publicaciones realizadas cotidianamente por quienes no son periodistas ni tienen formación periodística: a los “comunicadores de Facebook” no puede exigírseles rigor (aunque resulta deseable cuando sus publicaciones se vuelven “virales”), simple y sencillamente porque no conocen las reglas del oficio.

Me refiero a quienes ejercen cotidianamente el periodismo y se cuelgan pomposos títulos como el de “periodista de investigación” o a quienes pontifican desde las columnas de opinión, pero actúan con la misma laxitud con la cual un particular publica un post en Facebook relativo al avistamiento del Yeti en la Plaza de Armas de Saltillo sin sentir la menor obligación de verificar los hechos.

El periodismo está bajo asedio, pero lo está en gran medida por el abandono de las más elementales reglas del oficio por parte de quienes se consideran a sí mismos sus exponentes.

En época tan temprana como 1996, Gabriel García Márquez advertía sobre este fenómeno al dirigirse a la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa durante una sesión de ésta realizada en la ciudad de Los Ángeles:

El periodismo, dijo en aquel lunes de octubre el Nobel colombiano, “…no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante”.

Antes, el autor de “Cien Años de Soledad” había caracterizado a quienes ejercen el periodismo portando un título universitario de las carreras de Ciencias de Comunicación o Comunicación Social (casi no hay universidades donde se otorguen títulos de periodismo): “Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica.

“La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos”.

Poco más de 20 años median entre el discurso de García Márquez y la realidad actual del periodismo. Su profecía parece cumplida de forma milimétrica para desgracia colectiva: el periodismo “de verdad” cada día se parece más al “periodismo de Facebook”.

Lo peor de este asunto es cómo parecemos incapaces de reconocer la evidencia y hacernos cargo de su natural consecuencia: en el futuro inmediato, la historia nos cobrará un muy alto costo, a los periodistas en primer lugar, por el pecado de abandonar la trinchera cuando el periodismo necesitó de sus gladiadores para defenderle.
¡Feliz fin de semana!

@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx