Pepe Charango
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Pepe Charango
En una comunidad con vida auténtica todas las expresiones populares parecen ligadas al fuego y refuego de sus fiestas, que son lo más visible, pero también contiene la conexión de almas y pensamientos cuando llega la muerte de uno de sus integrantes.
El pueblo de Bustamante estaba de luto por perder en tres días al popular sacristán del Templo de San Miguel Arcángel; a un hombre carismático que gustaba de las cabalgatas y que siempre sonreía; y a un preadolescente de sólo 14 años.
Los lugareños estaban realmente tristes y se notaba en todas partes. Aunque podría resultar un imaginario, alguien dijo públicamente que hasta los gallos no estaban cantando igual y que los perros aullaban demostrando su pena.
Pepe Charango fue bautizado con el nombre de José Francisco Garza Santos hace 63 años en Río Bravo, Tamaulipas. Hombre arraigado a la tierra, tuvo desde su adolescencia el ímpetu de apostarle a lo alternativo, pues formó y dirigió grupos musicales que fueron emblemáticos en
su tiempo como el de Pionero en los años 70; y TAYER, enfocado al rescate y difusión de temas musicales norestenses, que fue creado hace 25 años.
A inicios de la década de los años 70 se presentaba en la capital del País el fenómeno de las Peñas, centros citadinos de espectáculos para artistas que interpretaban folclore latinoamericano, o canto de protesta.
A mediados de esa década, José Garza Santos ya estaba en Monterrey instalado en la vanguardia del citado movimiento. Lo conocí en las Aulas Anexas en 1976, movimiento separatista de la Facultad de Medicina de la UANL, y ya era llamado Pepe Charango, mote que recibió cuando colaboró en una puesta en escena universitaria de la Cantata de Santa María de Iquique, que narra la masacre de trabajadores
del salitre, que el chileno Luis Advis compusiera en 1969 inspirado en un suceso real de principios del Siglo 20 en ese lugar. El director teatral Sergio García estaba buscando un músico que pudiera ejecutar el charango, Pepe dijo que él lo tocaría, sin saberlo hacer en ese momento,
pero era muy talentoso y logró ejecutarlo sin problemas.
Aquél hombre corpulento murió intempestivamente y en el ejercicio de su trabajo, marchándose frente a la que fuera su esposa e inspiración.
Luisa Fernanda Patrón se quedó sin el abrigo de quien fuera su compañero de sueños y acciones. La comunidad artística y de creadores se unió para compartir con ella esta pena inusitada en unos funerales en los que el canto de personas de los tiempos juveniles brilló al compás del bombo, la zampogna, la guitarra y, desde luego, el charango.
Recordé a Pepe apoyando desde su mocedad causas políticas de izquierda, cuando surgían sin el apadrinamiento obscuro de muchos que con esta bandera hoy se han enriquecido. Él tenía una pedagogía propia, sin haber realizado estudios para ser el gran profesor que fue, sencillamente era asombrosa su facilidad para enseñar música a alumnos de cualquier edad. Estuvo al servicio de los más vulnerables
–niños en fase terminal– porque estuvo allí con su canto e instrucción para hacerles pensar que no estaban solos. Muchos de los olvidados del sistema carcelario también estuvieron en su mapa de afectos.
La hoy viuda nos compartió que no sabía cómo cantar esta nueva canción de desprendimiento, pues Pepe no la había preparado para despedirlo, pero con entereza fue recibiendo las condolencias de cientos de personas de la comunidad artística e intelectual. Luisa Fernanda Patrón hizo un paralelismo del funeral de su amado con las funciones musicales a lleno completo, y es que quienes conocimos a Pepe Charango estábamos allí, arropándolo en su última estancia de cuerpo presente. En definitiva, es la solidaridad en la muerte la que corona
e identifica a las comunidades humanas más genuinas.