Pelea entre posmodernos

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Pelea entre posmodernos

Todo apunta a que la feria del libro en Arteaga sea la mejor en veinte años. Esto se debe, en gran parte, al crecimiento que ha tenido y a la calidad de los autores invitados. Uno de ellos no es santo de mi devoción: El lunes primero de mayo está programada la visita del evangelista francés de la posmodernidad y lo efímero: Gilles Lipovetsky. Tengo que darle su “bienvenida” y no dejar que se vaya sin algunos raspones. Antes de eso hay que reconocerle a Lipovetsky su descripción precisa de como actúa la sociedad de consumo. De manera irónica, Lipovetsky contribuye a lo efímero al tocar temas superficiales como la moda, en su libro, El imperio de lo efímero. Para criticarlo me apoyaré en Zygmunt Bauman, quien en su libro Ética posmoderna dice: “La ética se denigra o se considera una de las restricciones típicas de la modernidad, cuyas cadenas finalmente han sido rotas y echadas al basurero de la historia; los grilletes antes considerados necesarios son ahora claramente superfluos: una ilusión sin la cual pueden vivir perfectamente el hombre y la mujer actuales. Si necesitáramos un ejemplo de semejante interpretación de la “revolución ética posmoderna”, pocas cosas peores hay que el estudio recientemente publicado por Gilles Lipovetsky, “El crepúsculo del deber”. Lipovetsky, renombrado bardo de la “liberación posmoderna”, autor de “La era del vacío” y “El imperio de lo efímero” sugiere que finalmente hemos entrado en la época en la cual nuestra conducta se ha liberado de los últimos vestigios de los opresivos “deberes infinitos”, “mandamientos” y “obligaciones absolutas”. En nuestros tiempos se ha deslegitimado la idea de auto sacrificio; la gente ya no se siente perseguida ni está dispuesta a hacer un esfuerzo por alcanzar ideales morales ni defender valores morales; los políticos han acabado con las utopías y los idealistas de ayer se han convertido en pragmáticos. El más universal de nuestros eslóganes es “sin excesos”. Vivimos en la era del individualismo más puro y de la búsqueda de la buena vida, limitada solamente por la exigencia de tolerancia -siempre y cuando vaya acompañada de un individualismo autocelebratorio sin escrúpulos, la tolerancia sólo puede expresarse como indiferencia-. La época “posterior al deber” admite apenas un vestigio de moralidad minimalista; situación totalmente novedosa, de acuerdo con Lipovetsky, quien nos insta a aplaudir su llegada y regocijarnos por la libertad que ha traído. -Por eso no lo voy aplaudir cuando llegue-. Lipovetsky, al igual que muchos otros teóricos posmodernos, comete el doble error de representar el tema de investigación como un recurso de investigación, lo que debería explicarse como aquello que explica. Describir conductas prevalecientes no significa hacer un juicio moral, los dos procedimientos son tan diferentes en los tiempos posmodernos como lo eran en la época anterior al posmodernismo. Si la descripción de Lipovetsky es correcta y hoy nos enfrentamos a una vida social absuelta preocupaciones morales, si él “es” puro ya no se guía por un “debería ser”, si la interrelación social está desvinculada de obligaciones y deberes, entonces la tarea del sociólogo es buscar cómo se ha “destituido” la norma moral del arsenal de armas antes desplegadas por la sociedad en su lucha por la autorreproducción. Si sucede que los sociólogos pertenecen a la corriente crítica del pensamiento social, su tarea tampoco terminará en ese punto, pues sin duda se rehusarían a aceptar que algo está bien solamente porque existe; tampoco darían por un hecho que lo que hacen los seres humanos es sólo lo que piensan que hacen o como narran lo que han hecho. La modernidad tiene la extraña capacidad de minimizar el autoanálisis.”