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Pedro Pantoja, el sacerdote que predicó un nuevo precepto evangélico
En su lucha, Pedro Pantoja inscribió nuevos mandamientos: “No violarás el derecho del forastero”, “No criminalizarás ni penalizarás la persona del migrante extranjero”.
El pasado viernes por la tarde, murió en un hospital de Saltillo el padre Pedro Pantoja Arreola, un hombre que dedicó su vida a luchar por la defensa de los más necesitados, en especial de los migrantes. Se enfrentó al aparato de gobierno que los criminalizaba, igualmente se enfrentó a los diferentes grupos de narcos que durante un largo periodo asolaron la región y la Casa del Migrante. Fueron múltiples las amenazas de muerte que recibió, pero nunca se intimidó. Su última lucha fue contra el coronavirus y la perdió, irónicamente en el Día Internacional del Migrante.
El pasado 1 de diciembre le diagnosticaron que había sido contaminado por COVID-19, después de haber estado en nuestra casa tres días antes para entregarnos la Agenda Latinoamericana 2021. Nos comentó que entre sus feligreses y de otras parroquias le había tocado darle los Santos Óleos a 49 personas.
Pedro Pantoja Arreola nació en un poblado de San Pedro del Gallo, Durango, a la edad de sólo un año su familia se mudó a la ciudad de Parras, Coahuila. A los 11 años de edad sus padres lo llevaron al seminario jesuita, en Parras. A los 16 años los padres jesuitas lo enviaron –junto con otros compañeros– al seminario de Montezuma, en Nuevo México, Estados Unidos, donde realizó estudios superiores de teología y filosofía.
En 1965, los religiosos le permitieron a un grupo de seminaristas ir a trabajar al Valle de la Muerte al sureste de California, para conocer en carne propia lo que era ser bracero. Ahí conoció Pedro al legendario líder bracero César Chávez, lo que marcó su vida enormemente. Después de terminar sus estudios de postgrado en Ciencias Sociales de la UNAM (México) y en la Universidad de Nanterre (París, Francia), inició en 1969 su trabajo con los mineros de la zona carbonífera de Coahuila, colaborando en las brigadas de salvamento en las explosiones continuas; en Mineral l Las Esperanza, Minas de Barroterán, Mina La Luz y en La Morita. La experiencia lo ayudó más tarde para ser asesor de la lucha obrera en la huelga de Cinsa y Cifunsa, ya como sacerdote.
De 1984 a 1992 acompañó al movimiento obrero metalúrgico en Monclova, en los conflictos de privatización de Altos Hornos que involucraron despidos masivos y marchas por reclamos salariales. Al mismo tiempo, acompañó como asesor al Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos (MMTC) de Latinoamérica en Brasil, Colombia, Paraguay y Bolivia.
En 1992 fundó el albergue Emaús en Ciudad Acuña, la primera Casa de Migrantes en Coahuila. En 1999 regresó a la ciudad de Saltillo, iniciando el trabajo de lo que sería la Casa del Migrante, Frontera con Justicia A.C., para hacer frente a las violaciones de los derechos de las personas migrantes centroamericanos en su paso por esta ciudad.
La masacre de San Fernando en 2010 representó para él un cambio de paradigma dando inicio a la migración sin futuro. “El Estado no va a poder saldar esa deuda de tanto crimen, de tanto dolor. Nunca van a encontrar a los autores, siempre presentarán chivos expiatorios de muy bajo nivel, porque el Estado no quiere investigar, porque está implicado”, dijo categórico.
En abril de 2009, en la ciudad de Cuernavaca, Pantoja recibió el prestigiado Premio de Derechos Humanos Sergio Méndez Arceo, destinado a reconocer y apoyar a las organizaciones, grupos y personas destacadas por su valor en la defensa de los derechos humanos en México. En 2014 recibió el premio Internacional de Derechos Humanos Letelier-Moffitt del Institute for Policy Studies en Washington, y en 2015 el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) le hizo entrega del Premio por la Igualdad y la No Discriminación. En 2018, la UNAM le otorgo el reconocimiento “Alfonso García Robles” por las acciones humanitarias que había emprendido en diversas organizaciones defensoras de los derechos humanos y de las personas migrantes. .
A pesar del trabajo que le demandaba la Casa del Migrante, Pedro siempre tuvo momentos para compartir o salir de la rutina, se preocupaba que todos estuvieran bien, en un ambiente de amistad y cariño. Y lo mismo hacía con sus amigos, entre los que me considero privilegiado por su amistad y compañía de casi 20 años. Tuvimos oportunidad de conversar largas horas en múltiples viajes a diferentes partes del estado. Juntos promovimos los Eslabones Ciudadanos, una estrategia para acercar a los vecinos entre ellos, dentro de un barrio, una colonia o comunidad, promoviendo la participación ciudadana en la defensa de valores cívicos y espirituales.
El amor y pasión con la que ejercía su ministerio, siempre fue una inspiración para quienes tuvimos la suerte de convivir con él. Era una persona que todos admiramos y miraba a todos con el mismo cariño, pero también desde la particularidad de cada quien. Su ejemplo de vida motivaba a seguir luchando por los más necesitados y —como decía él— “…hacer que esta misión sea posible, porque cuando somos muchos la carga es más ligera y podemos realmente conjugar cada una de las acciones que realizamos”.
La Agencia de la ONU para los Refugiados mandó un mensaje a la Casa del Migrante: “Por la valentía de su discurso, la congruencia de su trabajo y la humildad que lo caracterizó, su legado vivirá por siempre, superando cualquier frontera”.