Pedro-Jesús

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Pedro-Jesús

Es un recuerdo imborrable que todavía tengo fresco. Una sonrisa amplia, espontanea, permanente de un niño que corría y jugueteaba entre peroles y cacerolas mientras su madre preparaba nuestra comida. Así conocí a Pedro en Parras, donde pasábamos las vacaciones. Fue algo aparentemente sin significado, como muchas cosas que nos suceden en la vida y que permanecen en la memoria de lo agradable que todos tenemos sin darnos cuenta.

Quince años después nos volvimos a encontrar. Habían pasado muchos años y cada uno había seguido su camino y su edad. Era el mismo pero con sonrisa de adulto forjada por los años de maduración, estudio, meditación reflexiva de la Fe y la realidad que había caminado prosiguiendo su proyecto personal. Fue una conversación casual y cercana cuando estudiaba Psicología en la UAdeC. Ya era sacerdote y seguía ahondando en el interior del ser humano.

Pedro Pantoja eligió caminar con los hombres migrantes de California y con los obreros de Saltillo, fundido y solidario con sus personas y sus necesidades. Su Fe le descubría el camino que seguía y sus pasos le descubrían su horizonte cristiano. Su compromiso fue encontrando su “qué hacer pastoral”, paso a paso, día tras día en donde lo mandaran su Obispo y su conciencia. Saltillo, Acuña de nuevo Saltillo, siempre con una solidaridad que nacía de una genética familiar y trascendente, de una Fe encarnada y una sangre convertida en misión irrenunciable. 

En el norte de Coahuila descubrió al hombre y su dignidad revestida de un rostro de marginado, al Cristo peregrino que no tiene donde comer y dormir, sin un pesebre y un portal. El que tiene sueños y esperanza en lugar de casa y cobijo. El que deja el hogar y la familia para darles de comer desde otras tierras. Esas multitud Inés aparentemente anónimas pero de carne y espíritu, de hambre y frio alimentadas por un esfuerzo cotidiano para caminar más con el alma que con los pies, muchas veces derrotados por las llagas.

Pedro Pantoja no se quedó con los brazos cruzados ante esta realidad que confrontaba sus convicciones. Consiguió un albergue para atender a los rechazados, y sus preocupaciones se convirtieron en cuidados y comida y cobijas y un viejo reproche del Evangelio (“pasar de largo” del herido por la injusticia) empezó a publicarse de nuevo. Su testimonio operativo dejó de ser sugerencia, consejo, mensaje meramente verbal y fue confrontando la conducta de cada día no solo en dar el pan de cada día, sino una mentalidad de generoso servicio.

Desde hace décadas el Padre Pedro Pantoja vive en Saltillo en el barrio de Landín donde fundó y mantiene la “Casa del Migrante” con la ayuda de organizaciones nacionales e internacionales voluntarios anónimos y comunidades que se han contagiado de su testimonio y su misión.

Su corazón ha palpitado en “Belén” (la Casa del Migrante en Saltillo) heredera de la Fe y la estrella del primer portal del peregrino que bajó del cielo para caminar con nosotros. Ese corazón sigue palpitando con Esperanza a pesar de sufrir los ataques virulentos del Codiv-19. Pedro Pantoja es un pionero en la nueva cultura, no solo legal, la que defiende los Derechos Humanos de los Migrantes aunque sean extranjeros, sino la que denuncia el utilizar la extrema vulnerabilidad humana que representan y hace evolucionar la conciencia cristiana y humana

Estoy seguro que ni las persecuciones de que ha sido objeto, ni la enfermedad, ni la gravedad de sus pulmones que lo tienen hospitalizado han menguado la fuerza espiritual que nace de su Fe. Una Fe que ha construido con su peregrinar cotidiano levantando y curando las heridas de miles de migrantes que han sido servidos en su persona y en su esperanza.

El legado que el Padre Pantoja no es solamente el Belén de Saltillo, una institución que ha transformado la forma de mirar a cada migrante que camina por nuestras calles, sino a descubrir un sentido más radical del ser humano. Ya no es solamente un extranjero, un desconocido, un marginado descartado de antemano por los prejuicios sociales, sino un hermano que peregrina igual que nosotros.

Oremos, los que creemos en el Dios de la vida, para que su corazón se alivie y nos revitalice con su testimonio en esta Navidad tan necesitada de testimonios de Esperanza con la sonrisa del Niño Pedro-Jesús.