¿Patente de corso en los cielos mexicanos?

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¿Patente de corso en los cielos mexicanos?

En días pasados se anunció el desembarco de Emirates Airline en nuestro país cuyas operaciones están programadas para iniciar en diciembre, con una frecuencia diaria en la ruta México-Dubái… con escala en Barcelona. Sin duda, desde una perspectiva de fortalecimiento de la conectividad y aumento de competencia, a primera vista, esta sería una noticia bienvenida.

Sin embargo, una revisión más detallada de los hechos parece advertir que la autorización a esta operación aérea significa una verdadera amenaza a la aviación mexicana, pues no pareciera existir justificación para violentar los principios de competencia justa de acuerdo con las prácticas convencionales. En realidad, dado el carácter nacionalista y proteccionista del gobierno actual, es una sorpresa el aparente e inexplicable favoritismo mostrado en este caso.

¿Por qué se plantea lo anterior? Pues, por varias circunstancias; en primer lugar por el injustificado otorgamiento de una quinta libertad a la compañía medioriental, pues los pasajeros no sólo se originarían en Ciudad de México o Dubái, sino que se permite el desplazamiento de viajeros entre México y Barcelona en una ruta ya aprovechada por Aeroméxico y susceptible de operación, prácticamente en cualquier momento, por una empresa española. Esa concesión que supone el traslado de pasajeros entre dos países diferentes al del de la aerolínea que los transporta, sólo se entendería en los casos en que alguna línea nacional no tuviera interés o acaso en condiciones estratégicas, como no es el caso con el mercado de los Emiratos, que en todo 2018 significó apenas un poco más de 500 turistas para México.

Un aspecto adicional y crucial en este análisis es la presunción de que la compañía emiratí que, por cierto, es propiedad del gobierno de aquel país, ha basado su expansión en el mundo, a base de subsidios gubernamentales (existen estimaciones públicas que los tasan en 50 mil millones de dólares) lo que, evidentemente, altera las reglas de una competencia justa. En lo personal me parece muy divertido que el presidente y director general de Emirates Group, la ‘holding’ a la que pertenece la línea aérea, sea, al mismo tiempo, el responsable de la autoridad aeronáutica de Dubái.

¿Es esta una medida para alentar (en condiciones de competencia desleal para las líneas que hoy operan entre México y España) los flujos turísticos del país europeo hacia México? Ni siquiera parece esta una razón válida, pues en tanto México recibió en 2018 un poco menos de 288 mil viajeros residentes en España, aquel país reporta en el mismo periodo casi medio millón de residentes en México.

Como viajero, por supuesto que me gustará que el precio de los boletos aéreos fuera el más bajo posible… no disfruto pagando los mil dólares que cuesta un viaje redondo entre México y Europa fuera de temporada… por más que nominalmente este sea el mismo precio que se pagaba hace 50 años. Entiendo que la competencia es algo de lo mejor que puede pasar para los consumidores, pero entiendo también que cuando una empresa compite en condiciones artificialmente ventajosas y ocasiona el derrumbe de las otras empresas, no tardará mucho en presentarse un alza en los precios y una caída en la calidad del servicio. Adicionalmente, en el caso que nos ocupa, el aparente malinchismo puede convertirse en afectaciones económicas para una empresa nacional, lo que tarde que temprano significará la pérdida de empleos para más mexicanas y mexicanos.

Si Emirates quiere volar entre Dubái y México pues que sea bienvenida y que desplace todos los pasajeros que sean posibles entre ambos países… pero ninguno entre puntos intermedios, bajo una patente de corso.

No sobra decir que la situación de la aviación en México muestra focos de preocupación y una decisión como la que se comenta en este espacio, genera señales de preocupación pues la pregunta que queda flotando en el aire es… si hoy es Emirates ¿quién sigue después?